La primera estación sismométrica en Cuba
28 de enero de 2020
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Este martes, 28 de enero de 2020, la incesante actividad sismotectónica en la región del mar Caribe generó temor e inquietud en millones de personas. A las 14:10 (hora del meridiano 75W de Greenwich), un potente terremoto se produjo bajo el lecho oceánico, cuyo epicentro se calculó a 123,6 kilómetros al oeste-suroeste de Cabo Cruz, provincia Granma, con reportes de perceptibilidad en casi todo el archipiélago cubano, particularmente en las provincias de Guantánamo, Santiago de Cuba, Granma, Holguín, Las Tunas y Camagüey, según información emitida por el Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas de Cuba.
Al mismo tiempo, el Servicio Geológico de los Estados Unidos monitoreaba lo ocurrido, y fijaba preliminarmente en 7,7 (reajustado a 7,1) grados la intensidad del evento, señalando reportes de perceptibilidad desde Miami, Estados Unidos; el archipiélago de Bahamas; la península de Yucatán y la ciudad de Cancún, en México; Honduras; Islas Caimán; y, por supuesto, Jamaica y Cuba, incluyendo a la ciudad de La Habana.
Pero Cuba estuvo entre los primeros países en América que identificó la necesidad de usar instrumentos para monitorear la actividad sísmica en la región de América Central. De hecho, precursores como Benito Viñes, Andrés Poey y Luis García Carbonell, no contaron con los financiamientos necesarios para adquirir sismómetros o sismógrafos; y fue el Observatorio del Colegio de Belén quien adelantó esa primicia, hace ahora 113 años.
Desde el momento en que los jesuitas de La Habana consideraron la posibilidad de incorporar sismógrafos en el instrumental del célebre Observatorio, que ya disponía de una dotación meteorológica, geomagnética y astronómica, se designó al padre Mariano Gutiérrez-Lanza (León, 1865–La Habana, 1943) para llevar adelante esa misión.
Concurrentemente, el 8 de septiembre de 1905, todo el sur de la Península Itálica fue sacudido por un violento terremoto que ocasionó unas 5 000 muertes. Menos de un año después, el 18 de abril de 1906, un fenómeno similar devastó la ciudad de San Francisco, California, en los Estados Unidos de América, a lo cual siguió un pavoroso incendio que causó unas 700 víctimas. Finalmente, a menos de cuatro meses de aquel desastre, el 16 de agosto de 1906, ocurrió el célebre terremoto de Valparaíso, Chile, en el que resultó destruida la mayor parte de la ciudad y hubo 1 500 víctimas mortales.
A más de lo anterior, en esos años la comunidad científica mundial revitalizaba —a la luz de estos y otros desastres—, las sucesivas propuestas emanadas de los congresos geográficos internacionales realizados en Londres (1895) y Estrasburgo (1903 y 1905), los cuales promovieron la fundación de la Asociación Sismológica Internacional y la organización de redes sismométricas regionales.
Todo ello era bien sabido en Cuba; y quedaba claro para el Observatorio del Colegio de Belén la necesidad de adentrarse en el estudio de estos fenómenos —de los cuales nuestra “Isla” no se hallaba exenta—, si deseaba mantenerse a la altura de los centros científicos de primera clase en el planeta.
Así pues, realizadas las compras e importación del material tecnológico, la inauguración oficial de la estación magnética y sismológica de “La Asunción”, en Luyanó, La Habana, se llevó a cabo el 3 de febrero de 1907. Su corazón eran dos sismógrafos de péndulo horizontal Bosch-Omori: “de período límite infinito y de la más exquisita sensibilidad; idénticos y solo se diferencian en la orientación”, dijo entonces Gutiérrez-Lanza.
Las primeras versiones de sismógrafos de péndulo horizontal habían sido desarrolladas por el sismólogo japonés Fusakichi Omori (1868-1923) en el siglo xix, y más adelante serían rediseñados y comercializados en Estrasburgo por la firma J.A. Bosch. Instrumentos de esa misma clase se adquirieron e incorporaron a la dotación de varios observatorios españoles, de ahí la elección de sus similares para ser instalados en Cuba.
El recinto donde se colocaron los Bosch-Omori en Cuba estaba construido sobre una colina situada al sur de la citada finca. Cada equipo descansaba sobre una columna de hierro empotrada a su basamento soterrado, mediante tornillos. Uno de los sismógrafos fue orientado en el eje geográfico Este-Oeste, y el otro, perpendicularmente al anterior, de Norte a Sur; cada uno llevaba un péndulo esférico de 28 kilogramos de peso, que transmitía los movimientos sísmicos a una plumilla que “rayaba” el gráfico sobre papel ennegrecido al carbón.
Así quedó constituido el observatorio magnético y sismológico mayor y mejor equipado de América Central, el primero en la historia de Cuba. Su importancia fue capital en el ámbito científico regional americano pues, años más tarde, todavía se mantenía como el único en Centroamérica. Este carácter primado y especial del observatorio magnético y sismológico de Belén es un hecho poco conocido. La Asociación Seismológica Internacional solicitó formalmente incorporar el resultado de los trabajos de “La Asunción” a su programa mundial de investigaciones, atendiendo al valor y la alta confiabilidad de sus observaciones.
La Quinta “La Asunción” estaba entonces bastante alejada del centro de La Habana. Y en ella se había erigido un edificio-convento como alojamiento para los padres y hermanos de la Orden, además de un local destinado al observatorio sismológico, en la pequeña elevación dentro del perímetro de la estancia.
El terreno abarcaba 180 000 metros cuadrados de extensión total, dividido en dos partes por el curso del arroyo Pastrana. Ocupaba 212 metros de la actual Calzada de Luyanó y era utilizado, dadas sus vastas áreas de césped, para la realización de competencias deportivas y actividades ecuestres con los alumnos y el personal del Colegio, en especial durante los fines de semana.
Evidentemente, la persona con mejor curriculum para asumir la dirección de la Estación era el padre Mariano Gutiérrez-Lanza, quien mantuvo, hasta 1920, la doble función de dirigirlo y actuar como subdirector del Observatorio Meteorológico. El padre Gutiérrez profundizó tanto en el conocimiento de la sismotectónica regional caribeña, que sus resultados fueron publicados en una obra titulada Conferencias de Seismología, compendiadas en seis capítulos.
Pero La Asunción no tuvo buena suerte. Dos décadas después de su fundación, la finca fue desactivada, y con ella dejó de funcionar la estación sismométrica primada de Cuba. Hoy la recordamos como testimonio del ingénito interés de la ciencia cubana por la actividad sísmica en la región del Caribe.
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