El tiempo atmosférico. Distracciones y Credos (II)
20 de junio de 2016
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En la primera parte de este trabajo nos referimos a prácticas populares relacionadas con el estado del tiempo, algunas de las cuales tenían connotaciones que falseaban la real explicación de los fenómenos o conllevaban a prácticas peligrosas en relación con la vida y la seguridad de los ciudadanos.
No todo fue, sin embargo, causa de lesiones o perjuicios. También hay elementos que obedecen a usos y costumbres más sanos y productivos. Tal es, por ejemplo, la posibilidad que brindaba el clima cubano para la colocación de aljibes en las antiguas casas coloniales, con el propósito de colectar las aguas pluviales, sobre todo durante la temporada de lluvias. En La Habana, este procedimiento llegó a tener gran importancia si atendemos a que el agua de consumo debía ser acarreada desde lugares tan alejados del centro de la Capital como el río Luyanó o el Almendares, o Puentes Grandes, a través de la Zanja Real. El clásico aljibe cubano se relaciona muy directamente con el régimen de lluvias.
Un entretenimiento que guarda relación con nuestro clima –y con el viento en particular–, es el papalote, conocido en otras latitudes como el juego de la cometa. Este juego no ha desaparecido en Cuba de manera total, pero no tiene ya aquel carácter masivo de años atrás.
El vuelo del artificio depende primeramente de la habilidad de quien lo manipula, y en segundo lugar de la velocidad que alcance el viento capaz de sostenerlo en el aire. Precisamente, las horas de la tarde son las más apropiadas para elevar las cometas o papalotes, debido a que en esa parte del día alcanzan su mayor intensidad las brisas marinas que en determinados momentos del año refuerzan la circulación de los vientos alisios. El papalote exige pues de su piloto un cierto empirismo meteorológico para poder empinarse.
Qué decir, finalmente, del clásico barco de papel arrastrado por la corriente que, junto a la acera o en el patio de la casa, era alimentada por la lluvia. Gracias al aguacero, el contén se convertía en río, y el charco en un océano donde la fantasía infantil creaba ya una batalla naval ya un pacífico crucero por regiones ignotas.
A los anteriores entretenimientos agregamos el “Juego de las Nubes”, en el cual los niños –y a veces los adultos–, emulaban para identificar en las cambiantes formas de las nubes, principalmente en las del tipo cúmulos, un elefante o un tren en marcha; un árbol, un horripilante monstruo o mil objetos más.
Concluimos recordando el gran movimiento que se desata en el vecindario para recoger granizos después de una tormenta eléctrica. La excitante caída de los fragmentos de hielo procedente de las nubes alcanzaba connotación de gran suceso, y a veces de alarma, debido a sus consecuencias que se traducían en cabezas golpeadas, animales huyendo en desordenada fuga ante el sorpresivo impacto de las piedras heladas, y aun techos rotos por los proyectiles.
Ya en el siglo XX, la introducción de los refrigeradores domésticos ofreció nuevas posibilidades para los curiosos interesados en conservar los granizos en casa durante varios días.
No es posible dejar de mencionar a las llamadas religiones afrocubanas, cuyas figuras mayores recibieron entre sus respectivos dones o aché, el poder de controlar o utilizar los meteoros. De esa forma, por ejemplo, se presenta a Ikú como deidad asociada a las inundaciones, a Shangó como dueño del rayo, a Oyá de las centellas, y otros con similar connotación.
Pero en general, y de acuerdo con la vocación cristiana del pueblo cubano, las tormentas se pasaban en muchos hogares con la familia reunida en una habitación, mientras la persona de mayor edad rezaba el Rosario impetrando la ayuda de Dios y la intercesión de la Virgen, principalmente bajo la advocación de la Caridad del Cobre. En otros casos se pedía particular protección contra los rayos a Santa Bárbara, o se quemaba una porción de guano bendito tomado de la misa del Domingo de Ramos. Actualmente, no es raro ver a muchas personas santiguarse al escuchar el horrísono retumbar del trueno.
Tema de mayor relieve es el hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre que, de acuerdo con la historia, apareció en aguas de la Bahía de Nipe al final de una intensa tormenta. Desde principios del siglo XX es la patrona de Cuba. Según se recuerda, su imagen fue hallada en 1620 por tres humildes buscadores de sal: Rodrigo y Juan de Hoyos y el niño Juan Moreno, los que salvaron sus vidas milagrosamente. La festividad de la Virgen del Cobre se celebra el 8 de septiembre, mes que, como hemos señalado antes, es el más activo de la temporada ciclónica. En nuestros templos han sido trazados por la mano del pintor los frescos que muestran la escena conmovedora y hermosa de “los tres Juanes a los pies de la Virgen”; boceto que, generación tras generación, nuestro pueblo ha conocido y conocerá de memoria.
Precisamente desde los más remotos orígenes traemos a colación una práctica relacionada con el comportamiento del tiempo cuando tenía lugar un largo período caracterizado por la escasez de precipitaciones, tan necesarias a la agricultura y al hombre. La tradición procede de Baracoa, nuestra primera villa. Entonces, cuando en algunos períodos la prolongada sequía destruía las cosechas de la región septentrional del oriente cubano, los baracoenses sacaban en procesión la Santa Cruz de la Parra, venerada en la iglesia de aquella localidad, y a la cual se atribuyen incontables milagros. Amparado en ella, el pueblo rogaba a Dios por las necesarias lluvias.
Nos es grato recordar al punto de estas líneas, que la Cruz de Parra aun se conserva en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, donde se mantiene en buen estado, según acaba de confirmárnoslo el propio párroco.
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