El Huracán del Valbanera. Centenario de un naufragio
9 de septiembre de 2019
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Al repasar la historia meteorológica regional aparecen sin cesar los casos de grandes tormentas que causaron daños de consideración como resultado de su extrema violencia.
Según se conoce, la temporada ciclónica se extiende cada año entre los meses de junio y noviembre, y comprende agosto, septiembre y octubre, los de mayor actividad en la gran cuenca del océano Atlántico. Aunque estadísticamente es octubre el mes más peligroso para Cuba, particularmente para las provincias occidentales, es en septiembre donde surge el mayor número de ciclones tropicales en nuestra área geográfica.
Precisamente, uno de los huracanes más recordados en la historia de la ciclonología tropical cubana tuvo su origen a principios del noveno mes de 1919, y cruzó por los mares al norte de Cuba entre el 7 y el 11 de septiembre de aquel año, hace justamente un siglo.
Al trasladarse por el Estrecho de la Florida este ciclón no causó daños notables en el país, aunque en el Observatorio del Colegio de Belén, en la ciudad de La Habana, se midió en la noche del 9 de septiembre una presión atmosférica mínima de 995 hPa y vientos de 100 kilómetros por hora, no muy significativos en realidad, tratándose de un organismo tropical bien desarrollado. Ello se debió en lo fundamental a la distancia a que cruzó la zona central del huracán, que siempre estuvo a unos 100 kilómetros de las costas cubanas.
No obstante, en el litoral de Villa Clara y Matanzas el mar avanzó tierra adentro; y en la Capital, durante todo el día las olas invadieron el área adyacente al Malecón, debido al efecto persistente del mar de leva del norte y el noroeste. Los barrios capitalinos de La Punta, San Leopoldo y San Lázaro se inundaron, y según dijo un cronista de la época, La Habana tuvo un aspecto “veneciano”.
Por el Paseo del Prado el agua llegó hasta la calle Trocadero, a medio kilómetro de la costa, y por Belascoaín avanzó sólo un poco menos, hasta la calle Ánimas. Gran parte del área costera de El Vedado sufrió los embates de la marejada; y el mencionado muro del Malecón, entonces a pocos años de construido, fue destrozado en varios lugares. El mar arrancó secciones de concreto y las transportó decenas de metros sobre la calzada. La vía perdió el pavimento, y volvió a quedar a la vista el basamento rocoso de dura caliza llamada “seboruco” o “dienteperro”. Los daños materiales en La Habana fueron estimados en 500 mil pesos (equivalentes a 7, 77 millones de dólares, según valor actual). A pesar del pronto salvamento de las personas aisladas, realizado por la policía y los bomberos, hubo ocho víctimas fatales.
Pero no ocurrió lo mismo con los tripulantes y pasajeros de un buque que, procedente de España, había hecho escala en Santiago de Cuba y zarpado el día 5 con destino a la Capital. Conducía inmigrantes hispanos en su mayoría, que integraban la gran corriente que fluía hacia Cuba a principios del siglo XX. El nombre de aquel desdichado vapor ha pasado a la historia, y lo ocurrido provocó que el fenómeno meteorológico asociado al suceso fuera recordado en Cuba como el “Ciclón del Valbanera”.
Debemos aclarar en descargo de los oficiales de la nave, que antes de emprender la ruta hacia La Habana, Ramón Martín, su capitán, consultó telegráficamente al Observatorio de Belén acerca de la situación meteorológica en el área. Por entonces, una tormenta tropical había cruzado sobre Haití y se movía hacia el norte, por lo que Lorenzo Gangoiti, director del citado Observatorio, respondió que no había peligro y que el Valbanera podía emprender la ruta hacia La Habana. El buque era propiedad de la línea de Pinillos y, según se publicó, llevaba a bordo 388 pasajeros más la tripulación.
El padre Gangoiti no elaboraba sus pronósticos sobre la base de métodos sinópticos, y desconocía que, contrario a lo que se esperaba, un anticiclón había comenzado a bloquear a la tempestad, cortando su rumbo al norte y forzándola a moverse hacia el oeste y el oeste-noroeste, coincidiendo con la derrota prevista para el Valbanera. Paralelamente, la “perturbación” se había organizado mejor, y en la madrugada del 8 de septiembre llegó a la categoría de huracán.
Así las cosas, el Valbanera dejó atrás el Paso de los Vientos y emprendió la navegación justamente hacia el oeste por el Canal Viejo de Bahamas. Baracoa quedó atrás por la banda de babor, mientras que a bordo y en las oficinas de Pinillos en La Habana, se ignoraba que el sistema se iba aproximando al barco cada vez más hasta encontrarse ambos al norte de la región central de Cuba.
La presión central en el ojo del ciclón bajaba con rapidez pavorosa, y la velocidad de traslación superaba el andar del navío. Sin tener ni la más remota idea del complejo proceso atmosférico que se desarrollaba, el Valbanera fue alcanzado por el meteoro justo en el intervalo en que transcurría su formidable intensificación, algo sumamente peligroso.
A las 7 y 50 a. m. del 9 de septiembre, el capitán Martín ordenó transmitir un mensaje dirigido al padre Gangoiti, cuyo texto expresaba: —Al norte de Matanzas, con viento duro del noroeste. Diga qué hay de la perturbación—. La respuesta del sacerdote-meteorólogo, redactada en términos escuetos y dramáticos, fue definitiva: —Ciclón norte Sagüa. Gran Intensidad. Rumbo oeste-noroeste—.
El vapor no volvió a responder a los mensajes, a pesar de que la estación radiotelegráfica del castillo del Morro de La Habana se mantenía en el aire ininterrumpidamente, retransmitiendo el aviso cada veinticinco minutos. Tras un fallo de máquinas, el Valbanera quedó sin electricidad, sin propulsión y sin gobierno, mientras la considerable intensidad del entorno del ojo del huracán golpeaba al navío con poderosas ráfagas y marejadas. La nave naufragó en aguas del Estrecho de la Florida, probablemente a la altura del tramo comprendido entre Matanzas y La Habana.
En esas circunstancias, cuatro centenares de personas se encontraron con la muerte bajo las sombrías aguas que parecían hervir en medio de la densa espuma levantada por el viento tronante, cuya velocidad ha sido estimada en 130 nudos (240 kilómetros por hora), de manera sostenida. Los daños acaecidos en Key West, y una medición barométrica de 927 hPa, atestiguan la violencia de un huracán mayor, en el extremo de la categoría SS-4.
Tan pronto mejoraron las condiciones meteorológicas en La Habana y en Key West, varios buques salieron en demanda del Valbanera. Los cañoneros cubanos “24 de Febrero”, “10 de Octubre” y “Yara” se hicieron a la mar. Del mismo modo fueron despachados una decena de cañoneros y cazasubmarinos americanos con bases en el sur de la Florida. Pero el vapor no aparecía.
La prensa acogió entonces todo tipo de elucubraciones: que el Valbanera había sido avistado navegando semidestruido y propulsado por sus máquinas; que los médiums canalizaban contactos con los pasajeros; que la nave estuvo frente al Morro, y que en vista del mal tiempo la autoridad portuaria le había negado el permiso para entrar en la rada… Esto último desencadenó una ola de protestas y condenas, sin considerar que en tal escenario meteorológico era casi imposible que un vapor de gran porte se arriesgara a acercarse a la costa, y mucho menos enfilar con seguridad la entrada del estrecho canal de la bahía habanera, aun con la anuencia de la capitanía del puerto.
El viernes 19 de septiembre, uno de los cazasubmarinos estadounidenses que participaban en la búsqueda reportó el hallazgo de un naufragio en las inmediaciones de Half Moon Key, en el islario meridional de la Florida. Poco después, el Contraalmirante Benton Decker, Jefe del Séptimo Distrito Naval, con base en Key West, zarpaba hacía el lugar al frente de un equipo de la Armada. La inspección resultó en que aquellos restos eran los del Valbanera, que no había sobrevivientes, y que un fuerte hedor se escapaba del casco destrozado.
Hoy no tendría caso empeñarse en precisar a punto fijo la cifra de víctimas de este naufragio, debido a que un número indeterminado de pasajeros se quedaron en Santiago de Cuba, algunos para tomar un tren hacia La Habana, adelantarse a sus esposas e hijos, y disponer de alojamiento para cuando el Valbanera tocase el muelle de la Capital. Asimismo, no descartamos que hubiese a bordo un número de personas que subieran al vapor en Santiago, para viajar por mar hacia La Habana.
Una investigación gubernamental hispano-cubano-estadounidense hubiera podido esclarecer muchos detalles del naufragio, pero este tipo de indagaciones no eran usuales en la época, y el Valbanera pasó a ser solo un siniestro más. En tales condiciones no es posible hoy respaldar datos y conclusiones fidedignas y definitivas.
A un siglo de la catástrofe, el huracán Dorian acaba de describir entre las islas del arco antillano y el grupo sur de Bahamas, una trayectoria que en parte recuerda la de aquel. El sistema de hoy, como el de entonces, adquirió también una intensidad inusitada. Gran parte de lo ocurrido hace un siglo con la fatal numerología del 9-9-1919, continua envuelto en el misterio, y ello alimentará por mucho tiempo la simbiosis de mito y realidad con la que hoy recordamos el naufragio del Valbanera.
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