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El clima de La Habana en un texto del siglo XVIII

13 de septiembre de 2019

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José Martín Félix de Arrate (1701-1764) integra la exigua relación de los primeros historiadores de la Ciudad de La Habana. Su formación y talento —y sobre todo el interés por dejar testimonio del medio social en el que vivió, así como sus implicaciones culturales—, le conceden el privilegio de una temprana percepción de esa dimensión que hoy denominamos patrimonio intangible.

La obra que ha conducido a Arrate a formar parte indispensable de la historiografía cubana es su Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales, texto inédito por muchos años, a pesar de sus indiscutibles valores históricos y literarios, hasta que finalmente vio la luz en 1830.

El erudito Manuel Moreno Fraginals, en su introducción a la citada obra, publicada en 1964 en edición por la filial cubana de la UNESCO, señala que durante mucho tiempo en la Isla sólo circularon copias transcriptas a partir del original, perdido en fecha desconocida. Pero que, no obstante, la obra fue del conocimiento de las más conspicuas figuras de la ilustrada aristocracia criolla de finales del siglo XVIII y mediados del XIX: desde Nicolás Calvo de la Puerta hasta José María de la Torre.

Facsímil de la Llave del Nuevo Mundo

Como otros, José M. F. de Arrate entendió que las características del estado del tiempo y el clima no eran ajenas a un estudio que se propusiese abarcar al espacio geográfico y al hombre. Por ello, en el capítulo XV de la Llave…, titulado Del sitio a que fue trasladada la villa de La Habana, grados en que está y noticias de ella, aparecen estos párrafos sobre las condiciones medias del estado del tempo en la Ciudad, que ahora traemos a la actualidad desde los lejanos días de 1761, para regalarlas a quien ahora leyere estas líneas.

El primitivo terreno que empezó a ocupar la población fué según entiendo el más cercano al en que se edificó, y ahora está, la Real Fuerza, la Aduana y la Iglesia matriz, que se ha mantenido sin novedad en aquel paraje y es muy creíble fuese el centro de la villa para que gozara la vecindad su inmediación, la de la bahía y la boca del puerto para reco­nocer los bajeles que entrasen y que se hiciese más fácil­mente el desembarque de sus mercaderías a la orilla del mar y de la población.

Está fundada la Habana en veintitrés grados y diez minutos de altura, aunque Herrera pone uno menos; su temple es cálido y seco, como el de toda la Isla; su cielo claro y alegre, porque los vientos que generalmente reinan en su costa desembarazan de nubes gruesas los horizontes y despejan de celajes la esfera, haciendo más moderados los calores y menos lentas las tempestades de rayos que se expe­rimentan regularmente desde junio a agosto, que es el tiem­po en que, con las lluvias, suelen ser repetidos los temores de las centellas, pero no frecuentes los estragos, única pen­sión con que se gozan los demás beneficios del clima, porque no le asaltan los temblores que a Lima, las inundaciones que a México y Jamaica, los volcanes que a Quito y Gua­temala, ni las víboras, ni otros insectos ponzoñosos que al Nuevo Reino; pero ello es que no hay región tan benévola, ni puede haberla tan feliz que no deje de desear al gusto de sus habitadores, ni en que no tenga que tolerar el ánimo de sus oriundos.

La experiencia de la benignidad de su temperamento, saludable aun para los forasteros, hizo desde luego apetecible su habitación a los europeos que transitaban por esta ciudad en flotas y galeones, de que era su puerto precisa escala, y así fueron estableciendo su vecindad y aumentando su po­blación personas de ilustre y distinguido nacimiento, de mo­do que en muy corto tiempo se adelantó a las de toda la Isla en el número y calidad de los vecinos, adquiriéndole las conocidas ventajas de su comercio, y más crecida suma de empleados en el real servicio, mayor copia de individuos nobles a su vecindario, materia que pienso tocar en determi­nado capítulo, no sólo por honor de esta ciudad y de toda la Isla, pero aun de todas las poblaciones de Indias, para des­vanecer o combatir un error que trasciende de los vulgares a algunos políticos poco versados en las historias de ellas…

No era posible pedir más a Arrate. Hasta donde le fue hacedero, abordó con profundidad de observador avisado los estados del tiempo típicos de Cuba, texto transcrito en este corto trabajo, no solo por su valor testimonial sino por formar parte de nuestro más valioso patrimonio cultural.

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