Ciclonoscopio: Un medio para localizar huracanes, en el siglo XIX
21 de septiembre de 2018
|
En septiembre de 2018 conmemoramos 130 años de la presentación del Ciclonoscopio de Las Antillas.
A pesar de todo, hoy es casi imposible encontrar a alguien que sepa qué cosa era el tal “ciclonoscopio”, y para qué servía.
Describiéndolo en pocas palabras, el “ciclonoscopio” era un dispositivo concebido para auxiliar a los pilotos y capitanes de barcos a estimar la posición de un huracán en el océano Atlántico, y realizar las maniobras oportunas para evadir o manejar el peligro de encontrarse con la zona central del meteoro.
La localización del huracán se puntualizaba relativamente al observador en alta mar, que tenía que ser capaz de tomar la dirección del viento en superficie, o la de las nubes que en ese momento se veían sobre el horizonte.
No era un equipo ni un aparato. Tampoco un instrumento, en sentido estricto. Era, más bien, una regla de cálculo de forma circular, que constaba de una parte externa fija y otra interna y giratoria. También se necesitaba una brújula o compás marino para orientarlo correctamente.
En el “ciclonoscopio” se supone al observador situado en el centro del disco, cuya parte móvil debe hacerse girar hasta hacerla coincidir con la dirección del viento, o bien con la dirección de las nubes bajas (Cumulus fractus); o quizás con la de las nubes medias; o mejor aún con la de las nubes altas (Cirrus), para deducir por ellas y su rumbo la “demora” o posición del centro del ciclón; pues ya se conocía que ambos, viento y nubes, reflejan la circulación del huracán.
El “ciclonoscopio” fue ideado, diseñado, construido y puesto en uso en La Habana por el padre Benito Viñes, s. j. (1837-1893), especialista en huracanes, como se diría en la nomenclatura actual, quien incluyó en él varias familias y géneros de nubes. Y lo hizo así porque según conocen los meteorólogos y los aficionados avezados, no todos los tipos de nubes están presentes o pueden observarse siempre desde un punto dado en la periferia del ciclón. Por ello el observador debía contar con varias opciones, ante la falta de algún tipo de nube en específico.
Pero usarlo no era tan sencillo, y valga un solo ejemplo: si en un lugar sobre el mar o la tierra se han formado nubes bajas (como los nimbus); entonces los cirrus, que salen del centro del huracán y constituyen un indicador bastante preciso, no podrían verse, porque están más altos y quedarán ocultos por los nimbus, nublados más bajos y cercanos a la superficie. En ese caso el operador del “ciclonoscopio”, si tenía conocimientos de nefología o clasificación de las nubes, tendría que elegir como indicador otras de las incluidas en el dispositivo, como los Cumulus fractus. Si no conociera mucho de nubes, debía tratar de tomar al menos la dirección media del viento. El “ciclonoscopio” podía usarse con relativa eficacia en un huracán desarrollado, con sus estructuras bien definidas y un “óptimo funcionamiento” termodinámico; pero en un sistema sin buena organización, era difícil emplearlo con éxito.
El padre Viñes creó este ingenioso medio considerando que los marinos serían los principales interesados en él, como producto meteorológico; pero nuestras investigaciones ofrecen el desconcertante resultado de su escasa popularidad entre los hombres de mar, que preferían guiarse por las mediciones barométricas secuenciadas y por el rumbo e intensidad del viento, antes que utilizar el “ciclonoscopio” como herramienta para el pronóstico.
Con todo, el dispositivo del padre Viñes llevó a la práctica común el contenido de la Ley de las Tormentas, esbozada en el decenio de 1830-1840 por el coronel William Reid, a partir de las ideas de William Redfield, así como su reformulación en las Leyes de la Circulación y Traslación Ciclónicas concebidas por el propio Viñes en 1877 y 1893, para ser aplicadas en el trópico americano. Así fue pensado el “ciclonoscopio”.
Pocos años después la telegrafía inalámbrica instalada a bordo convirtió al “ciclonoscopio” en algo innecesario. Y como en Cuba es difícil alejarse del chiste, les cuento que, atendiendo a la raíz semántica, algunos ingenuos pensaron que el “ciclonoscopio” era como un anteojo para ver desde lejos a los huracanes.
Hasta aquí esta nota sobre el Ciclonoscopio de las Antillas, desarrollado en 1888: una chispa de ingenio en el permanente reto de pronosticar el tiempo y los sistemas tropicales.
Galería de Imágenes
Comentarios