Bajo el signo de los astros (III)
26 de agosto de 2016
|El zodiaco y la eclíptica
El término zodiaco fue empleado primeramente por Aristóteles, y con él identificaba al conjunto de constelaciones situadas aparentemente “detrás” de la órbita de la Tierra: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis, extendidas sobre una línea llamada eclíptica, el “camino” que parece recorrer nuestra estrella central en 12 meses.
Es conveniente aclarar que el término signo zodiacal no se aplica propiamente a las constelaciones, sino a cada una de las 12 secciones de 30 grados cada una en que fue dividida la eclíptica, y que no coinciden de manera precisa con los límites que los astrónomos fijaron a las constelaciones zodiacales. Así pues, por citar un caso, cuando para los astrólogos rige el signo Tauro, el Sol se halla transitando realmente sobre la constelación de Aries. El origen del término Signo se le atribuye a Claudio Tolomeo.
Es bueno recordar que tanto la manera de agrupar las estrellas para formar constelaciones, como el hecho de dividir la eclíptica en más o menos partes; subdividir el año en 12 meses, y dar un nombre o un carácter determinado a un planeta o una estrella, son todas construcciones humanas que para nada dependen de objetos o fenómenos naturales, ni responden a una inspiración o predestinación sobrenatural.
Resulta de interés el hecho de que las 88 constelaciones o grupos de estrellas —incluyendo a las 12 zodiacales— que hoy son reconocidas por la Unión Astronómica Internacional, han sido configuradas por el hombre bajo criterios diversos, algunos totalmente arbitrarios. Entre tales criterios se hallan la simpatía personal por objetos o animales, el interés de adular a un personaje de importancia, la evocación de figuras mitológicas, y otros muchos motivos. En realidad, las constelaciones han sido creadas en épocas, lugares y culturas muy diversas.
Un asunto grave para la astrología es que ella supone la “inamovilidad de los cielos”, y únicamente tiene en cuenta el movimiento de los planetas, la Luna y el Sol. Esto, por supuesto, no corresponde a la realidad.
Desde los inicios de la astronomía han cambiado mucho las constelaciones y sus límites; no obstante, los astrólogos aún consideran los Signos a partir de la forma en que aquellas fueron delimitadas en la época de Hiparco de Nicea (¬190 a 120 a. C.), sin tener en cuenta un conjunto de fenómenos físicos de gran trascendencia que hacen variar de continuo las posiciones y distancias estelares.
En 2000 años ha cambiado notablemente la posición de las estrellas, debido a su movimiento propio, hecho ineluctable y evidente que va modificando imperceptiblemente la forma de las constelaciones, y que provoca que múltiples estrellas vayan pasando lentamente de una constelación a otra.
Pero, además, existe un fenómeno de gran significado astronómico: el cambio de dirección del eje terrestre. Ello implica un desplazamiento secular en el llamado Punto Aries o Punto Vernal, imprescindible para establecer los Signos, por coincidir con uno de los nodos orbitales de la Tierra; esto es, uno de los dos puntos donde se intersectan el plano del ecuador celeste y la eclípctica.
De seguro todos hemos manipulado alguna vez la esfera terrestre que, como modelo de nuestro planeta, acompaña invariablemente a las clases de Geografía, y recordamos cómo la Tierra presenta su eje inclinado 23 grados con respecto al plano de su órbita; pues bien, el eje terrestre gira, rota lentamente describiendo en el espacio un cono virtual de 47 grados de abertura, cuyo período abarca 25 868 años. Este fenómeno se denomina precesión de los equinoccios. En consecuencia, el Punto Aries retrocede casi un grado cada 70 años, por ello el signo zodiacal Aries se encuentra ahora situado realmente en Piscis. Se sabe que hace 3 000 años, en Egipto, la llegada del verano era precedida por la salida de las estrellas del Can Mayor, o la Canícula, coincidente con la estación de las lluvias en el mes de agosto. Debido a la precesión de los equinoccios, el Can Mayor aparece ahora sobre el horizonte en octubre, y no coincide ya con el verano.
Otro asunto decisivo para los astrólogos es suponer que exista una relación física entre los planetas del Sistema Solar y las estrellas de una constelación cualquiera cuya interacción influya de alguna forma en los nacidos bajo determinada configuración estelar y planetaria. Baste recordar que Saturno, el más lejano de los planetas conocido por los antiguos, dista de la Tierra 1 425 millones de kilómetros, como valor promedio; mientras Las Pléyades, estrellas que forman parte de la constelación de Tauro —por citar un sólo caso—, se hallan a 391 años luz de nosotros. Inferir que existe una interacción entre todos estos cuerpos celestes es algo no comprobado hasta el presente; pero creer que esa interacción ejerza una influencia perceptible sobre el carácter de una persona nacida en la Tierra, es aún menos aceptable.
Esta ausencia de correlación tangible se presenta con todas y cada una de las constelaciones, cuyas estrellas componentes se hallan a enormes distancias y en su mayor parte carece de conexión física entre sí.
En Cuba, la astrología alcanzó su mayor popularidad en la etapa republicana, iniciada en 1902. En 1960 aún aparecían en las páginas de las principales revistas, y también en algunos programas radiales, espacios dedicados a horóscopos y predicciones.
Aunque hoy estos temas han desaparecido de nuestros órganos de prensa, es cierto que una determinada cantidad de personas se sienten cautivadas por el inquietante misterio que envuelve al conocimiento del porvenir, y se interesan por la pseudociencia de los astros y sus influencias, buscando sin cesar sus augurios. Invitamos a estas personas a dedicar un poco de su tiempo a acercarse a los libros de Astronomía, verdadera ciencia, y probablemente comprendan enseguida cuan equívocas e infructuosas son las predicciones astrológicas.
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