Y tenía razón
17 de enero de 2022
|Entrenados en una práctica comenzada desde los quince años, cuando aquel joven gallardo la prefirió entre sus amigas. A todas las del barrio les llamaba la atención y él lo sabía. Seis pies, musculoso, ojos verdosos, el mejor jugador de básquet. Y él, se sabía perseguido. Pero ella era la elegida y por la notaría y la iglesia, un lejano día salió de su brazo. Y se aferró a ese brazo con tal pasión que no disminuyeron miles de días pasados juntos en la monotonía de un hogar parecido a tantos otros hogares. Solo marcado por una mancha detectable por los vecinos del barrio. La historia familiar quedó escrita por la sombra de los celos. En un espectáculo protagonizado por una mujer amante y un hombre que se dejó querer sin inmutarse.
Desde el balcón, la anciana lo buscaba. Y el nerviosismo se mostraba en esa cabeza que al igual que el girasol buscador del sol, buscaba al sol de su vida. A ella lo de la pandemia le trajo la posibilidad de contenerlo en el hogar. Le resultaba más fácil detener los intentos de escapada de los nietos porque su hombre, jamás lo llamaría su viejo, con su sonrisa reconstruida y el anuncio de la búsqueda de algo para la ensalada o de velar el paso de algún vendedor de dulce o de cualquier otra cosa, le daba igual; se encasquetaba la mascarilla regalada por la hija y anunciaba la salida por un ratito. Esta vez, como otras veces, el rato se alargaba.
Su grito nervioso hizo saltar a la vecina que, en el balcón continuo, regaba extasiada las flores. Regresada del susto y acostumbrada a la “búsqueda y captura” practicado desde el otro balcón, le respondió que hacía un rato, vio doblar al perseguido por la otra cuadra. Sin dar las gracias, la celosa desapareció del balcón. La vecina sonrió. Sabía que la celosa correría al teléfono y acribillaría a preguntas al barrio en busca del perdido. Sacaría a hombres y mujeres contemporáneos de las siestas, de contemplar una serie interesante, la lectura de la Biblia. En fin, molestaría a los otros con su obsesión no apaciguada por los años.
Y tenía razón esta vecina. Timbraba el teléfono en el barrio y si descolgaba un adolescente alterado por el confinamiento, recibiría una respuesta impropia. Y mientras, el buscado, el amado apasionadamente a pesar de los años escondidos en su pelo teñido por la amante esposa, enfundado en una camisa bien planchada, en un pantalón recortado de colores vivos, con tenis de marca enviados por el hijo, sin mascarilla, entablaba una picante conversación con una adulta mayor de reciente incorporación a ese grupo etáreo. Porque en verdad, la esposa celosa tenía razón para sus ¡celos, malditos celos!
Galería de Imágenes
Comentarios