Vistazos al panorama contemporáneo internacional
8 de diciembre de 2016
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Con esa vocación de pluralidad que lo signa, cada año el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano propicia el contacto –a veces único e irrepetible– con obras sobresalientes en el vasto territorio del cine de hoy, algunas destinadas a figurar en el de mañana, gestadas por autores obstinados en refutar la afirmación de Godard de que el séptimo es un arte que ha envejecido rápidamente. La abigarrada selección de esta trigésimo octava convocatoria del certamen la conforma un grupo de títulos que no pueden pasar inadvertidos para los cinéfilos. Siempre existen autores que convocan a los espectadores y este año la sección «Panorama Contemporáneo Internacional» vuelve a devenir espacio privilegiado para la puesta al día con la obra de varios de ellos.
Quizás uno de los adjetivos más precisos para calificar al octogenario y muy prolífico cineasta británico Ken Loach, es el de coherente. Radical y testarudo desde sus comienzos, en mayo pasado obtuvo su segunda Palma de Oro en el 69. Festival de Cannes por Yo, Daniel Blake (Reino Unido-Francia), su más reciente título, no exento de polémicas a las que Loach está acostumbrado. Una década atrás se llevó a Londres ese gran premio por El viento que agita la cebada (The Wind That Shakes the Barley), en cual situó a personajes ficticios inmersos en un conflicto real. «Alguien que no cree que las cosas pueden cambiar, aunque solo sea animando a la reflexión, alguien que no ve el cine como un medio para provocar algún tiempo de reacción –escribió la actriz y directora española Icíar Bollaín, quien actuó a sus órdenes en Tierra y libertad–, no se molestaría en hacer películas que a menudo denuncian situaciones o presentan personas en conflicto, tratando de cambiar su realidad».
Una de esas personas protagoniza la que es conceptuada como una suerte de resumen de la obra de Loach: su cincuentón Daniel Blake, aquejado por problemas cardíacos, que junto a una madre soltera peleará contra las absurdidades burocráticas de la administración de su país. Como armas para enfrentarlas solo tienen la dignidad. Nominado en las categorías de mejor filme y mejor actor (Dave Johns) por la Academia de Cine Europeo, Yo, Daniel Blake es una excelente demostración de la vitalidad del longevo realizador, si bien ha sido cuestionada la decisión del jurado en Cannes de conferirle el máximo galardón. Como apropiado complemento para la apreciación de este filme se exhibe Versus: The Life and Films of Ken Loach (2016), largometraje documental de Louise Ormond, que realiza un flashback a partir del reciente estreno del creador hacia aquellos tiempos en que comenzó como director teatral, sus decisivas incursiones en la televisión, hasta devenir un nombre imprescindible con su cine rebelde, perturbador y contra cualquier corriente.
El viajante (Forushande), del conocido director iraní Asghar Farhadi, fue otro de los laureados en el Festival de Cannes este año, uno el propio autor de Nader y Simin: Una separación (Yodaí-e Nader az Simín, 2011) con la distinción al mejor guion –una tan personalísima como irreconocible adaptación de la obra La muerte de un viajante, de Arthur Miller–, y otro para su actor principal, Shaban Hosseini. Él personifica a un hombre que en compañía de su esposa debe abandonar el apartamento que ocupan en un resquebrajado edificio del centro de Teherán, pero este es solo el inicio de sus contratiempos cuya vida dará un giro radical. Como mejor filme extranjero acaba de ser escogido por el National Board of Review.
El séptimo arte está de luto por la desaparición física de uno de sus creadores mayores, el polaco Andrzej Wajda, que permaneció en activo hasta poco antes de morir el pasado 9 de octubre cuando realizó el que sería el último título de una prolongada y admirable filmografía: Afterimage (Powidoki, 2016). Fiel hasta el último momento a su pretensión de revisar la historia de su país fuera mediante la recurrencia a un lenguaje metafórico (Las bodas) o directo (El hombre de mármol, El hombre de hierro, La esperanza de un pueblo), en el filme que culmina su legado se detiene en Władyslaw Stzemiński (1893-1952), uno de los artistas de vanguardia más importantes de Polonia. Al terminar la Segunda Guerra Mundial este pintor, renuente a comprometer su arte con la imposición del realismo socialista, sufrió persecuciones, la expulsión de su trabajo en la universidad y el retiro de sus obras de las paredes de los museos, pero nunca claudicó. El título de la película alude a las imágenes remanentes, a las ilusiones ópticas que continúan apareciendo bajo los párpados tras haber mirado un objeto que refleja la luz.
No menos prolífico ni ajeno al devenir histórico, del italiano Marco Bellocchio –a quien la pasada edición del festival rindió homenaje a través de una retrospectiva que contó con su presencia–, se exhibe ahora Felices sueños (Fai bei sogni, 2016), que inauguró la Quincena de Realizadores en Cannes. La trama se inicia en Turín en 1969 en momentos en que la muerte de su madre en extrañas circunstancias trunca la infancia idílica de un niño de nueve años. Dos décadas más tarde, convertido en un exitoso periodista (Valerio Mastandrea) rememora su traumático pasado frente a la venta del apartamento de sus padres. Una doctora (Bérénice Bejo) lo ayudará a enfrentar esas heridas sin cicatrizar y a evitar los ataques de pánico que sufre tras reportar como corresponsal la Guerra de los Balcanes.
Otro muy personal cineasta italiano, Nanni Moretti, aporta una bellísima indagación acerca de la pérdida materna a partir de su propia experiencia con Mi madre (Mia madre, 2015), coproducida entre Italia, Francia y Alemania. En este caso concibe como alter ego a una cineasta (Margherita Buy), quien en pleno rodaje de una película de tema social protagonizada por un actor norteamericano (John Turturro), está en trámites de separarse de un actor con el que tiene una hija adolescente, mientras su hermano (Moretti) abandona su trabajo para consagrarse al cuidado de su madre, gravemente enferma. Estas circunstancias la conducen a reflexionar acerca de la inminencia de la muerte y la postura frente a su absorbente profesión y su familia. Estrenada mundialmente en la Sección Oficial a concurso del Festival de Cannes, Mi madre fue nominada al premio César a la mejor película extranjera y a los premios del cine europeo en las categorías de mejor director y actriz, además de obtener diez candidaturas para los premios David di Donatello en su país, de los que finalmente recibió los correspondientes a mejor actriz y mejor actriz no protagonista.
De André Téchiné, un consagrado realizador francés que antes ejerció la crítica, del que hemos admirado en el certamen de La Habana: Los juncos salvajes, Los ladrones y Alice y Martin, nos llega su nueva película: Cuando tienes 17 años (Quand on a 17 ans), escogida por el pasado Festival de Berlín. Prosigue la exploración en el universo de la adolescencia iniciada en Los juncos salvajes –de obligada comparación– y con algunos puntos de contacto, aunque dista de la significación de aquella cinta. En esta oportunidad el guion se centra en dos jóvenes que estudian en la misma aula de una escuela, en un pequeño poblado rodeado de montañas. Uno es hijo de una doctora y de un militar que combate en una guerra; el otro, hijo adoptivo de una campesina en una granja que se niega a reconocer el origen de su supuesta enfermedad. La tensión entre los muchachos va en aumento en la medida que se aproximan y se rechazan. «Con más de 70 años, Téchiné ofrece su película más juvenil hasta la fecha –opinó Peter Debruge (Variety)–. Su vibrante retrato se siente como una revelación».
Historia de una pasión (A Quiet Passion, 2016) posibilita un nuevo acercamiento al reputado director británico Terence Davies, con cuya notable obra nuestra relación ha sido esporádica y dispersa: Distant Voices, The Long Day Closes, The House of Mirth, The Deep Blue Sea… Si la música adquiere protagonismo en no escasos títulos realizados por él, esta vez lo confiere a la literatura al escoger la figura de la poetisa norteamericana Emily Dickinson (1830-1886), que sin apenas salir de la mansión familiar donde transcurrió la mayor parte de su existencia, en Amherst, Massachusetts, consiguió una obra que traspasó esas fronteras para apasionar a lectores de varias generaciones. La intensidad con que se aproxima a esta escritora que optó por la soledad, el exquisito retrato de su entorno y las interpretaciones de Cynthia Nixon y Jennifer Ehle son algunas de las virtudes de esta coproducción Reino Unido-Bélgica con guion original de Davies.
El reencuentro con la veterana directora alemana Margarethe von Trotta lo señala El mundo abandonado (Die abhandene Welt, 2015), a partir de su propio guion y con el protagonismo de Barbara Sukowa, su siempre convincente actriz fetiche (Los años de plomo, Rosa Luxemburgo, Hannah Arendt). En el argumento, no pocas revelaciones aguardan a una cantante de jazz y blues que, a insistencias de su padre, viaja a Nueva York para localizar a una famosa cantante de ópera poseedora de un asombroso parecido con su madre, recientemente fallecida. La cinta integró la Sección Oficial de la Semana Internacional de Cine de Valladolid el pasado año.
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