Vicente Escobar, nuestro primer pintor de importancia (II)
24 de mayo de 2013
|El pintor mestizo Vicente Escobar ganó cierta celebridad entre las familias aristocráticas establecidas en La Habana. En sus cuadros – por encargo, para agradar al cliente- se resaltaba más la jerarquía de sus retratados que sus defectos, lo que le procuró numerosos pedidos hasta llegar a dominar un incipiente mercado de arte.
Este suceso nos permite hoy día contar con una valiosa galería de figuras de la aristocracia habanera de inicios del siglo XIX, en la que abundan capitanes generales y damas circunspectas. Y donde, por supuesto, no hay espacio para los rostros más oscuros de los humildes, con la excepción, al parecer, del músico mulato Jackes Quiroga.
Si bien en sus comienzos Vicente Escobar no tuvo maestros y sus modelos fueron las imágenes religiosas de su abuela materna, no pasó mucho tiempo para que logre entrar en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, pese a que en ese entonces hacía falta un certificado de limpieza de sangre para matricular en los institutos del Reino.
A su regreso a la Isla, organiza un taller independiente, del que se cuenta estaba situado en la muy habanera calle de Compostela, y donde asistían alumnos ávidos a aprender.
En sentido general, el estilo del pintor habanero Vicente Escobar se mueve entre el academicismo de intencionalidad descriptiva y un cierto primitivismo. Esto último se aprecia en sus limitaciones técnicas para la representación de las proporciones, los volúmenes y las manos, así como también en las ingenuas soluciones a las que apela para lograr efectos de profundidad.
No obstante, disfrutó de éxito en su época.
De ello da fe el escritor Cirilo Villaverde, cuando en su célebre novela “Cecilia Valdés” sitúa en el salón de la casona de los Gamboa, dos retratos del artista, sin añadir un solo adjetivo al nombre de éste, lo cual quiere decir que da por sentado que el nombre del autor de los cuadros era harto conocido, hasta constituir un hecho característico el que sus obras se exhibieran en las mansiones de la época.
Vicente Escobar murió en La Habana, en 1834, víctima de una epidemia de cólera.
En su obra se resumen los vaivenes de una época de tránsito entre el gusto predominante en la Cuba del siglo XVIII, en especial, en el tema religioso, y los nuevos aires del XIX; signados por el esplendor de una burguesía criolla que comenzó a pagar por verse representada en la pintura para dejar huellas de su poder.
“Escobar es, fundamentalmente (…) retratista, al decir de Jorge Rigol. En sus cuadros la figura del retrato monopoliza totalmente la atención. No hay elementos accesorios que distraigan. Si diría un actor sin escenario. Solamente uno de sus personajes aparece contra una ventana que da a un mar como otro cualquiera, con un barco ininteresante y una fortaleza del Morro sin mayor relieve”.
El Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba conserva varios lienzos suyos, entre ellos, “La Benefactora”; “Aquilina Bermúdez” y el “Retrato de Justa de Allo y Bermúdez”.
Lamentablemente, muchos de sus retratos, en particular, los de los capitanes generales, fueron trasladados a España cuando terminó su mando en la Isla.
Por cierto, dicen que Vicente Escobar alcanzó popularidad por un cuadro –desparecido también- que tituló “De los feos”, donde aparecen dos guitarristas y dos cantores, todos tan espantosamente feos, que con ello se inició en La Habana la costumbre de referirse a esta pintura cada vez que asomaba algún “feo entre los feos”, diciendo: “éste se escapó del cuadro de Escobar”.
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