Una pianista virtuosa
21 de junio de 2013
|La pianista venezolana Teresa Carreño, es una de las intérpretes más virtuosas del siglo XIX, y una de las más polémicas. A ella dedicaré mi comentario de hoy.
Nacida en Caracas en 1853, Teresa perteneció a una familia de músicos y científicos muy respetados. Su abuelo paterno, Don Cayetano, fue Maestro de Capilla en la Iglesia Metropolitana de la capital venezolana durante cuarenta años; todos sus hijos fueron músicos, entre ellos Manuel Antonio, el padre de Teresa, quien también se destacó por su patriotismo.
El talento musical de la Carreño se evidenció cuando tenía tres años y reproducía al piano cualquier melodía que escuchara, razón por la cual su padre decidió impartirle las primeras lecciones de música. Pero su talento no era sólo pianístico, pues a los siete años compuso una pieza que fue interpretada por la Banda del Batallón. Poco después, ella fue escuchada por el gran músico de Nueva Orleáns, Gottschalk, quien le escribió al maestro Nicolás Ruiz Espadero sobre “la niña prodigio” que actuaría en La Habana; pero el pianista cubano más respetado de entonces no era amante de los elogios y –ajeno a las alabanzas que le ofrecieron a la pequeña- se mostró frío y distante, lo que ofendió al señor Carreño, quien lo acusó de envidioso, iniciándose así una gran polémica.
Después de sus actuaciones en La Habana, Teresa Carreño viajó a los Estados Unidos. Tenía entonces diez años, y su talento extraordinario fue reflejado por la prensa. En Nueva York, se reencontró con Gottschalk quien estaba en la cima de su carrera y, durante tres años le impartió algunas clases y le propició un encuentro con Abrham Lincoln, en la Casa Blanca, donde se manifestó la fuerza de su carácter al negarse a tocar en un piano Steinway porque estaba –según ella- desafinado; pero ante la severa mirada de su padre, interpretó un difícil Preludio y Fuga de Bach y unas variaciones improvisadas, sobre la melodía folclórica que había tarareado el Presidente de los Estados Unidos.
Como es imposible recoger toda la trayectoria profesional de Teresa Carreño en este comentario, me limitaré a mencionar algunos de sus momentos más importantes.
Durante su estancia en Nueva York, conoció al célebre maestro Antón Rubinstein, de quien recibió algunas orientaciones. Poco después, la niña de doce años viajó a París donde el encuentro con Ignacio Cervantes se convertiría en eterna amistad. En la capital francesa se convirtió en una pianista muy cotizada. Después, viajó a Londres y recibió un contrato del famoso empresario Mapleson para actuar en Edimburgo; pero en ocasión de haberse enfermado la soprano del elenco que representaría la ópera Los hugonotes para la reina Victoria, ocupó su lugar con gran éxito y felicitaciones de Su Majestad, quien se convirtió en su amiga. La jovencita de quince años había triunfado también en la ópera, algo insólito.
Si la vida artística de Teresa Carreño está llena de triunfos, la personal no corrió igual destino, pues a los dieciséis años se casó con el violinista Emil Sauret, quien la abandonó podo después de nacer su hija, la cual fue adoptada por su cuñada. A los veintidós años volvió a casarse, esta vez con el tenor Giovanni Tagliapiedra, y tuvo dos hijos; Teresita (quien también fue pianista) y Giovanni. Pero el matrimonio se deshizo.
En 1885, Teresa Carreño visitó Venezuela, donde ofreció conciertos e, incluso, en una ocasión asumió la dirección de orquesta. Pero su estancia en la tierra natal se volvió muy compleja cuando asumió el poder el tirano Guzmán Blanco, razón por la cual emigró a Alemania donde se casó, por tercera vez, con Eugenio D´Albert, uno de los pianistas más notables de su época, con quien tuvo dos hijas; pero los celos profesionales de su esposo determinaron la separación de ambos.
Elogiada por los más grandes músicos de su tiempo, como Liszt, Rossini, Gounod, Rubinstein y Hans Von Bulow, entre otros, la Carreño tuvo que enfrentar a una sociedad que discriminaba a la mujer artista y la consideraba inmoral por haberse casado cuatro veces (la última, con su ex-cuñado, Alberto Tagliapiedra). Pero ella era una gran defensora de los derechos humanos.
Luego de una brillante actuación en el Waldorf Astoria de Nueva York, planeó volver a Cuba, pero la vida no le alcanzó para ello, pues murió en esa ciudad norteamericana, el 12 de junio de 1917, a la edad de sesenta y cuatro años. Sus cenizas descansan en Venezuela, y la sala de conciertos más importantes de Caracas lleva su nombre.
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