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Una historia ignorada

14 de agosto de 2018

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ob_49e935_chalia-herreraEn más de una ocasión he sacado a la luz el nombre de músicos cubanos casi, o totalmente, desconocidos. Hoy me referiré a una soprano excelente que vivió entre 1864 y 1948, luego de haber desarrollado una trayectoria profesional envidiable, cuya historia es ignorada. Me refiero a Chalía Herrera.
Procedente de una familia de alto linaje social y amplia cultura, Chalía nació en La Habana y fue bautizada con el nombre de Rosalía Gertrudiz de la Concepción Díaz de Herrera y Fonseca, aunque se le conoció como Chalía Herrera.
Dotada de un gran talento para la música, su formación académica tuvo lugar en las ciudades españolas de Ferrol y Cádiz y en Santiago de Cuba, debido a las altas responsabilidades militares de su padre, que le obligaron a radicarse en esos lugares. Pero ella no sólo estudió canto, sino violín y piano. Desde los nueve años comenzó a hacer presentaciones en recepciones, fiestas e iglesias, donde ya se avizoraba un futuro prometedor en la esfera del canto lírico.
Chalía se casó por primera vez con el acaudalado norteamericano Thomas Haskins Graham, y fijó su residencia en Estados Unidos, ocasión que aprovechó para continuar estudios en la recién creada Escuela de Ópera y Oratorio de Nueva York, bajo las orientaciones del destacado músico camagüeyano Emilio Agramonte; pero su vida profesional estaba reducida al marco familiar, lo que no se adecuaba a sus aspiraciones como artista, por lo que a los 30 años decidió aceptar la propuesta del barítono Giuseppe del Puente para interpretar el rol de Aída, en la ópera homónima de Verdi, con el que debutó en el escenario teatral de Washington, el 24 de mayo de 1894, con extraordinario éxito, convirtiéndose así en una consagrada del género, y asumiendo un segundo reto al interpretar la Santuzza, en “Cavalleria Rusticana”, de Mascagni, con idéntico resultado. Convencida de que el estudio era fundamental, viajó a París para estudiar repertorio con el maestro Giovanni Sbriglia y, al año siguiente hizo presentaciones en el Teatro Lírico de Milán (Italia), ocasión en que recibió clases del profesor Gellio Benvenuto Coronaro, quien le encomendó el estreno de su ópera “Claudia”, que resultó un gran éxito. Fue entonces cuando conoció al famoso compositor italiano Ruggiero Leoncavallo, autor de “Los Payasos”, con quien reestrenó la obra en el rol protagónico de Nedda, dirigida por el autor. Luego de cumplir sus compromisos en Italia, regresó a Nueva York donde colaboró activamente con el exilio cubano e incluso protagonizó a la humilde veguera en la ópera “Patria” de Hubert de Blanck.
Chalía Herrera inauguró las grabaciones comerciales de una intérprete cubana, fuera de su país, a la edad de 33 años, en un cilindro de cera en calidad de soporte fonográfico, algo insólito que se encuentra en el Museo Nacional de la Música junto a otras grabaciones. Un año después de haber actuado en el prestigioso Carnegie Hall de Nueva York, regresó a La Habana para realizar una temporada en el Teatro Payret con “La Boheme”, de Puccini; “Fedora” de Giordano y “La Navarraise” de Massenet. Después viajó a México donde desarrolló una de las etapas más intensas de su carrera y creó su propia compañía con la que giró a varios países latinoamericanos y caribeños. Disuelto su primer matrimonio, regresó a Cuba y asumió el rol protagónico en “Tosca”, de Puccini en el Teatro Politeama de La Habana. Luego de su divorcio, en 1915 se casó por segunda vez con don Pedro de Ulloa, asumiendo el nombre de Rosalía Díaz de Herrera de Ulloa, condesa de San Martín. A los 60 años ideó el proyecto de crear en Nueva York un espacio lírico para ofrecer oportunidades a los cantantes líricos de habla hispana, pero no fructificó. Por esa misma época la Metropolitan Ópera Company le extendió un contrato para cantar en la radio, pero poco a poco la demanda fue cada vez menor.
Chalía Herrera regresó a Cuba muy enferma, en 1946, y dos años después, el 16 de noviembre, falleció.

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