Una anciana poseída por las brujas
10 de enero de 2015
|Después de varios días de insinuaciones, a la hija le tocó la proposición directa. Tentó los ojos de la nieta, esta los bajó en señal de aprobación. Esa solución endulzada le sabía a expulsión con sabor a aceite de ricino. Protestó y las justificaciones avaladas en supuestas razones basadas en la salud física y mental de los ancianos, la arrinconaron. Se sintió desposeída de palabras de defensa, incapacitada para desmentirlos. Proclamaban ejemplos ciertos.
Desde hacía meses, encerrada en la casa. Porque tenía que cuidarla, protegerla. Esa casa era un reino cuajado con los sudores de ella y el difunto. Y se rigió, regía y regiría bajo su único mando. Iniciaban la expulsión protegidos por un manto científico.
Por las mañanas, acompañada por uno de los nietos, marcharía a la Casa de los Abuelos. Así empezaba el plan, obligándola a la caminata. Allí permanecería hasta la tarde y la recogida le correspondía a la hija o al yerno. La coartaban y la exponían a indeseables obligaciones. Estaría obligada a ingerir alimentos confeccionados por manos ajenas posiblemente sucias y que tampoco interpretarían sus gustos. Estaría obligada a compartir con ancianos desconocidos, maleducados, irrespetuosos, que nada tendrían en común con ella. Y la casa se le iría de las manos. Cambiarían los muebles de lugar. Las horas fijas para las comidas se violarían. Un ejército de telarañas, hormigas, cucarachas y ratones invadirían los dormitorios, la cocina…
A los nietos les asombró que el abuelo con su muerte, le cambiara a la abuela. Esa mujer de cara hosca, vigilante de los pasos de todos, no era aquella narradora de cuentos de la infancia. Creyeron entonces en la existencia de un espíritu maligno apoderado de aquella dulce abuelita o que una bruja escapada de un filme, la poseía.
El par de ancianos, filósofos callejeros, la adivinaron de pies a cabeza al minuto de la llegada. “Otra vieja estirada en el bote”. Y rápidos, aunque uno galopaba con una prótesis, pasaron la información a la tropa.
Tormentosos días los primeros para la anciana de rostro agriado. Divertidos para aquel grupo unido de gentes variopintas que paladeaban cada día en la suposición de la muerte al siguiente. El cerco comenzó con las preguntas de la abuela más sabionda. Extracción de datos incluidos los de los gustos culinarios para arrimarse a ella para el traslado de un plato a otro si el arroz apelotonado le asqueaba.
El ablandamiento partía de un ataque en tercera dimensión, olores contemplados. El choque de las fichas del dominó la hacían brincar en el temor de una bomba guerrera. La chillona voz de la aficionada a los boleros, le erizaba el cabello. Los bailoteos improvisados a ritmo de chachachá le parecían aquelarres. Ese olor a tabaco en las palabras de algunos, fumadores escondidos de los regaños de las asistentes.
La doma de la bravía se consumó un día en que no pudo negarle la risa a un chiste de doble sentido y la incorporación a una conga en celebración de los chicharrones de puerco traídos de contrabando en una jaba.
La socialización hacía sus efectos. Los nietos notaban que el rostro de la buela recuperaba la dulzura.
Galería de Imágenes
Comentarios