Un poco de historia (XIII)
23 de octubre de 2015
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El Romanticismo ocupa todo el siglo XIX. En música, el perfeccionamiento de los instrumentos musicales, el surgimiento de la orquesta sinfónica y la aparición de tantos compositores e intérpretes virtuosos, son algunos de los elementos que contribuyen a caracterizar este período. Y hoy continuaré refiriéndome a quienes marcaron hitos en la historia musical, por lo que han trascendido hasta nuestros días.
Johannes Brahms (1833-1897) Nacido en Hamburgo (Alemania), desde su infancia estuvo rodeado de música, pues su padre era contrabajista y trató de que el hijo también lo fuera, pero este prefirió el piano. A los veinte años, conoció al célebre violinista húngaro Remenyi quien le mostró el encanto de la música gitana, la cual influyó en su creación, como es el caso de sus Danzas húngaras, originalmente escritas para piano, aunque su versión orquestal es la más demandada.
No obstante, fue el gran compositor Joahim, quien llegó a ser su gran amigo, el que lo introdujo en el selecto mundo musical alemán de entonces, donde conoció a Liszt y Schumann, una especie de protector para él; razón por la cual su demencia y suicidio le afectó mucho, como también la muerte de Clara Schumann, que le provocó una gran depresión y tal vez influyó en su deceso.
Un año después, producto del cáncer que padecía. Brahms fue un excelente pianista, profesor y director, pero la cima de su talento se encuentra en su creación, pues el célebre compositor del siglo XX Arnold Schoenberg, lo consideraba “un innovador del lenguaje musical y un gran progresista”. El amplio catálogo de Brahms incluye: obras para piano, lieder, baladas, conciertos, sinfonías, música de cámara… Entre sus títulos más conocidos no podemos dejar de mencionar las Variaciones y Fuga sobre un tema de Händel, Variaciones sobre un tema de Paganini (ambas para piano) Sinfonía No. 1 en do menor, y su impresionante Réquiem alemán, basado en textos de la Biblia luterana.
Héctor Berlioz (1803-69) Nacido en París e hijo de un importante médico francés, nunca se sintió atraído por las ciencias sino por la música y la literatura. Aunque estudió flauta y guitarra, escogió el camino de la composición, generalmente motivado por el mundo literario al que se había vinculado desde joven, y donde conoció a Lamartine, Hugo, Dumas, Balzac… Admiraba a Shakespeare y las músicas de Beethoven y Weber.
Provisto de un temperamento apasionado y una gran imaginación, siempre buscaba sonoridades grandiosas, por lo que aumentó el número de instrumentos en la orquesta y, en ocasiones, utilizó más de una de estas agrupaciones, como sucede en su Réquiem, que requiere de cuatro orquestas sinfónicas y una enorme cantidad de cantores.
Otra de sus innovaciones fue la utilización de una idea fija que se reitera en cada uno de los movimientos, cuyo ejemplo más significativo es su Sinfonía fantástica subtitulada; “Episodios en la vida de un artista”, de carácter autobiográfico, y con la que el autor crea la “sinfonía programática”. Con su cantata Sardanapale, Berlioz obtuvo el codiciado Premio de Roma. Su obra Harol en Italia es considerada una crónica musical. Luego de casarse con la comediante Harriett Smithson, decide inclinar su creación hacia el teatro, y así surge su ópera Benvenuto Cellini, a la que seguiría la sinfonía dramática Romeo y Julieta, el oratorio La infancia de Cristo y la obra teatral: Los troyanos, entre otras.
Franz Liszt (1811-86) Pianista virtuoso y compositor genial, nació en Hungría y, muy pequeño aún, impresionó a la audiencia, cuando su padre lo presentó por primera vez ante el público. Luego de recibir clases de Czerny y Salieri, a la edad de 12 años, fue enviado a París donde muy pronto inició su carrera de concertista con gran éxito. Pero su talento no estaba solo en su virtuosismo pianístico, sino en sus dotes naturales para la composición, a tal punto, que ya a los catorce años había creado una ópera: Don Sanche, a la que siguieron doce Estudios para piano, conocidos como: Estudios trascendentales, de obligada ejecución para los pianistas.
A pesar de vivir grandes pasiones amorosas de una de las cuales nació su hija Cósima, futura esposa de Wagner, Liszt se refugió en el misticismo y tomó los hábitos religiosos. A él se debe la creación del término “recital”, referido a la actuación de un solista sin acompañamiento de orquesta. Su creación explotó todas las posibilidades de un virtuoso, y el piano siempre ocupó un lugar fundamental en su catálogo que incluye Dos Conciertos, las Rapsodias húngaras, los cuatro valses de Mefisto, y los Años de peregrinaje. Se le considera el creador del Poema Sinfónico, de los que escribió trece. Fue director de música de Weimar, donde estrenó obras de Wagner.
A otros compositores románticos, dedicaré mi próximo comentario.
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