Un perro de marca
11 de mayo de 2015
|Al principio, le provocó la lástima. ¿Qué hacía ese cachorro habitante de un iglú en un patio caribeño? Le dijeron el nombre de la raza, era una raza de moda. Para sus años, asimilaba los cambios de pareja de los nietos y la música ensordecedora, pero que una bola de lana blanca y unos ojos azules entrara en la categoría de las marcas de los perfumes y los zapatos, la irritaba. Y por si fuera poca la ofensa al derecho perruno de vivir en su hábitat, el nombre que le endilgaron. Copo de Nieve. Pronto sería un copo de nieve derretido en la tierra colorada. ¡Pobre el destino de este animal! Este era un perro de casa rica, no de esta familia de medio pelo, presumidora de pelo y medio; un perro de aire acondicionado, de esos que enfrían desde el cuarto hasta la cocina. Y este pobre vino a parar a esta casa regada de ventiladores chinos y solo dos aires conectados en la noche en dos habitaciones, no en la de ella porque tanta frialdad le dijeron, le haría daño a sus trabajados pulmones.
Aceptó con placer la atención a este inquilino extranjero, aunque aumentó sus obligaciones de abuela, esclava de casa. Le advirtieron que lo cuidara de un intento de robo pues su raza se cotizaba alto. Archivó esa nueva información en la plasticidad cerebral. Cambio de los deberes perrunos: no cuidan a los amos, son cuidados por ellos.
A la llegada en la tarde de la jauría humana, la anciana brindaba el cumplimiento de las órdenes. Tan pronto traspasaban la puerta, escuchaba las mismas preguntas. ¿Cómo ha pasado el día Copo de Nieve? ¿Bebió toda la leche? ¿Hizo el tiempo de ejercicios en el patio?. Con la profesionalidad de una asistente de guardería, rendía los datos del horario de vida del cachorro que crecía por minutos y sabía ya, con sus ojos azules suplicantes y gruñidos, explicarle que no aguantaba un décimo de grado mas de calor. Y ella, por su cuenta y riesgo, lo introducía en la casa y lo plantaba frente al ventilador de turno.
Pasado el tiempo y aumentando la intimidad y la soledad de la mañana a la tarde de los dos, la anciana Lo hizo partícipe de sus pensamientos, mientras compartían el calor veraniego y llegaron, en ese Abril inolvidable por las altas temperaturas, encerrarse al mediodía, en una de las habitaciones con derecho a aire frío y disfrutarlo bajo la advertencia de ella, de que estando la jauría humana presente, nunca se le ocurriera colarse en la habitación frente al equipo.
Si bien los chicos le dedicaban algunos minutos al perrazo los fines de semana y los padres se enorgullecían ante las palabras admirativas, nacidas al pasearlo por el barrio, la anciana sabía que era la elegida de su corazón. Comenzaba a adivinar el agrio sabor de la ingratitud, lo empezaba a degustar en la vejez. Estaba capacitada para leer en los ojos azules del perro la melancolía impresa porque después de siglos fieles al hombre, este le trajinaba los genes, hacía nuevas razas, lo extraía de su habitat y lo comercializaba como un artículo de lujo.
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