Un mal recuerdo archivado
15 de mayo de 2021
|Un cacho de sol entraba por la ventana enrejada. La anciana, recostada a la pared, piernas extendidas en la cama, lo disfrutaba. A la par que disfrutaba las radionovelas de la tarde, escuchadas vía audífono para no molestar al impaciente compañero de cama desde el pasado siglo. Cierta sonrisita socarrona era la única muestra de los deseos que tenía de lanzarle una pulla, de esas que sabía articular con gracia criolla y que clavaba en el orgullo machista que de ocasión en ocasión le brotaba al hombre, ese hombre que, ansioso buscaba algo en las gavetas del escaparate. Y como presumía de su memoria ante los baches que decía él mostraba ella, hoy no estaba preparado para pedir ayuda.
Aquella llamada telefónica recibida después del almuerzo, era la culpable del desespero del anciano. Con voz amable, casi risueña, le oyó afirmar un “que podía recoger la foto a las tres de la tarde, que él no necesitaba dormir una siesta y que le daría gran alegría recibirlo en la casa”. Y sin decir palabra aclaratoria, partió hacia el dormitorio. Y allí lo encontró ella, lamentando que esa mañana por culpa de la llamada, él se le escapó y no la ayudó tan siquiera a recoger la mesa. Y después del fregado, al marchar a escuchar sus radionovelas, lo encontró registrando las gavetas del escaparate en donde guardaban fotos y papeles viejos. Algo alterado, estaba ya el anciano. Se acercaba la hora fatal, las tres de la tarde en que mataron a Lola, según el dicho habanero y era la hora de la cita telefónica. Y la misteriosa foto buscada, no aparecía.
A las ganas de punzarlo, de provocarlo, se interpuso el cariño de los años y su master en doblegar el orgullo machista con las técnicas de la dulzura envolvente. ¿En qué puedo ayudarte?, le dijo. Y el anciano confesó. Buscaba la foto de una excursión a la playa junto a sus compañeros de trabajo. Su antiguo jefe quería la foto que él no guardó. Ni él ni la mujer se ocuparon de guardar fotos y el hijo venía a verlos y se acordaba de aquella foto junto a otros niños. A la anciana nunca le agradó aquel jefe con aquella esposa orgullosa porque era la esposa del jefe y que la miró de arriba abajo cuando se conocieron en aquella excursión a Guanabo.
La anciana no dudó en confesar la verdad. En el escaparate estaban las fotos de los buenos recuerdos. Fotos con imágenes que traían evocaciones felices. Las fotos y papeles sin importancia sentimental, un día las guardó en el closet, en un nailon cualquiera. Le daría la pista del escondite al anciano. Lo haría porque a él no le gustaba quedar mal ni mostrar ya debilidades mentales y menos antes de un ex jefe. Y también, porque aquel niño hecho ya un cincuentón, vecino de otro país, anhelaba recordar aquel día en la playa habanera en que tanto disfrutó con otros niños.
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