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Un genuino músico de su tiempo

29 de abril de 2016

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Autor de las conocidas “Danzas eslavas”, Antonin Dvorák  no ha tenido la suerte de ser promovido tanto como otros músicos del Romanticismo. A él dedicaré mi comentario de hoy.

Nacido el 8 de septiembre de 1841, en la localidad de Nelahozeves, al norte de Praga, su vida transcurrió en un territorio moldavo donde convivían elementos germanos y checos que estarían presentes en sus obras.

El padre de Dvorák era panadero y carnicero, pero tocaba varios instrumentos musicales por afición y compuso algunas danzas. La madre se dedicaba a los quehaceres de la casa. Hasta los 13 años, Antonin vivió en su ciudad natal, donde evidenció una gran vocación por la Iglesia Católica que se mantuvo por siempre; al mismo tiempo amaba la Naturaleza y disfrutaba mucho contemplarlos barcos y las locomotoras. Aunque desde pequeño aprendió los oficios de su padre, al mismo tiempo recibió clases de música, y llegó a mostrar tal destreza en el violín, que comenzó a participar junto a su padre, en conjuntos instrumentales, en bodas y otras celebraciones, al mismo tiempo que cantaba en el coro de la Iglesia. Gracias a un tío materno, pudo trasladarse a la ciudad de Zlonice para ampliar sus conocimientos musicales y aprender a hablar alemán; fue allí donde, en 1865, escribió su primera obra, inspirada en el sonido de las campanas de la iglesia: “Las campanas de Zlonice”, que fue, además, su primera sinfonía. La suerte le acompañó al conocer al gran profesor alemán Antonn Liehmann, de quien recibió clases de piano, órgano, viola, armonía, y perfeccionó sus conocimientos de violín. Su admiración por el maestro era tal, que lo convirtió en un personaje de su ópera: “El jacobino”.

En 1863, Dvorák participó en un concierto dedicado a la música de Wagner, dirigido por el propio compositor, en el Teatro que había sido inaugurado en Praga el año anterior, el cual estaría dedicado a la ópera. Poco a poco se fue familiarizando con el género, que luego daría sus frutos en “Alfred”, de carácter heroico, con texto del poeta alemán Theodor Körner. Con indiscutible influencia alemana, Dvorák escribe cuartetos, donde se aprecian innovaciones en cuanto a duración y estructura (en un solo movimiento). Pero el primer éxito de este compositor fue una cantata: “Hymnus opus 30”, basada en el poema: ”Los herederos de la montaña blanca”, de Vitezslav Hálek. Este triunfo lo motivó a escribir su “Tercera Sinfonía opus 10”, en tres movimientos en vez de los cuatro habituales, y poco después la Cuarta. Luego de casarse a los 32 años con una joven de 19, y de perder tres hijos, Dvorák tiene que escribir partituras ferozmente para mantener su estable matrimonio, y surgen entonces obras como: la ópera cómica en un acto “Los enamorados testarudos”; “Vanda”, tragedia en cinco actos de tema polaco, las cuales fueron muy criticadas por la gran influencia de Wagner que se evidenciaba en ellas. Sin embargo, en su “Quinta Sinfonía opus 76”, dedicada a Hans von Bülow, se aprecia un estilo muy personal y tuvo muy buena acogida.

Sin duda alguna, Antonin Dvorák fue un gran compositor checo, que tuvo que afrontar innumerables incomprensiones, como era habitual en un artista del siglo XIX, pero poseía una gran fuerza de voluntad y absoluta seguridad en sí mismo, que le permitieron escribir partituras inmortales, donde la música de cámara ocupa un lugar importante. Su talento le hizo merecedor, en 1876, del Premio del Estado Austríaco. “Dúos moravos” y “Danzas Eslavas” fueron muy valoradas, y se han convertido en ejemplo de maestría creativa, lo mismo que su “Sinfonia número 9 “Desde el Nuevo Mundo”. Apasionado por la ópera, la más famosa es “Rusalka”, a la cual hubiera seguido “Horymir”, si la muerte no le hubiera sorprendido en Praga el Primero de mayo de 1904, un año después de haber comenzado a escribirla.

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