Un espía nazi (III)

20 de febrero de 2015

|

Rolando Aniceto

La casa de huéspedes que habitaba el espía nazi Enrique Augusto Lunin en el segundo piso de Teniente Rey 366, entre Villegas y Aguacate era aparentemente una vivienda normal.
Solo que la habitación que albergaba a Lunin, además de muchas jaulas con diferentes pájaros cantores, contaba con un potente aparato transmisor y receptor de radio con 12 bovinas y 2 bombillos, 2 manipuladores telegráficos para largas distancias, con su correspondiente croquis, un soldador eléctrico, rollos de alambre, una antena de doble línea receptora y transmisora, litros de tinta simpática, es decir, invisible, una máquina de escribir y mensajes en clave.
Según me contó Chongo Leyva, autor del libro La muerte viaja con pasaporte nazi, Lunin no solo informaba a Berlín acerca de la entrada y salida de buques a nuestros puertos, sino también sobre la producción de azúcar, tabaco y minerales, la situación política y social del país y las direcciones particulares de los principales dirigentes del gobierno.
Además de las comunicaciones radiales, el espía nazi utilizaba la epistolar a través de su tienda de modas La Estampa, de la calle Industria, de esa manera enviaba sus informes y recibía órdenes de sus superiores en el extranjero.
La red de espionaje nazi se había extendido a casi toda la América, incluyendo los Estados Unidos.
Por ese motivo, los servicios de contraespionaje británico y norteamericano, habían creado en las Bermudas una oficina altamente sofisticada para el control de la correspondencia de este continente con el extranjero.
Y resultó que una carta procedente de Cuba y con destino a España llamó la atención de un agente británico, ya que el destinatario era un conocido falangista. Al analizarla químicamente, la cotrainteligencia comprobó que se trataba de un mensaje en clave con tinta simpática acerca de los buques surtos en el puerto habanero y su carga, así como de la situación económica del país.
No cabía dudas, en Cuba había, por lo menos, un espía nazi y… ¿cómo descubrieron al espía?