Un artículo de Charles Chaplin (I)
23 de enero de 2015
|Comenzamos a insertar hoy en nuestra sección el artículo “La comedia y la tragedia ante el público”, del genial actor y director Charles Chaplin, el cual fue publicado en la revista “Nuestro Tiempo” en la edición correspondiente a mayo-junio de 1957.
Personalmente yo no sé qué es lo que permite atribuirle a una película la clasificación de “artística”. Sin embargo, es un hecho que en el mundo de la producción cinematográfica este término ha servido para designar algo que gustaba al productor y a los iniciados, pero que consideraban demasiado bueno para el público. A menudo este algo es una tragedia o una película con final trágico.
Sin embargo, puede muy bien suceder que una tragedia —a pesar de su acumulación de desgracias— no sea más artística que una comedia; y que el final infeliz que tan a menudo observamos en las obras teatrales, en las novelas y en las películas es erróneamente confundido con el arte, y resulte peor que un pastel de crema. Muchas veces el final infeliz en el cine, no es en modo alguno artístico porque es forzado y deriva de una sucesión de escenas psicológicamente falsas.
No existen todavía muchas películas que puedan clasificarse de artísticas. Por otra parte, que yo sepa, existe sólo un pequeño número de obras perfectas en todos los campos del arte. Y, sin que esto signifique que quiero excusar el medio de expresión que nos interesa —medio de expresión que consideramos arte los que lo utilizamos—, hay muchas más razones válidas para la imperfección en el cine que las que se puedan invocar para cualquiera de las otras artes.
Nosotros no tenemos la posibilidad de revisar nuestro trabajo, como puede hacerlo, en cambio, un escritor; ni de rectificar o dibujar de nuevo como puede hacerlo un pintor. La concatenación de hechos previstos en el guión sigue un curso normal durante la proyección de la película: pero algunos fragmentos de la acción que se suceden uno a otro en la pantalla pueden haber sido realizados con largos intervalos de tiempo entre ellos, lo que puede dar lugar a errores y olvidos que aún los mejores métodos de trabajo no logran eliminar.
Las películas, para el artista creador, pueden tener desventajas, pero aportan también indiscutibles placeres, y uno de los placeres fortuitos de producir una película está en que de vez en cuando triunfa lo inesperado, y a veces hasta un error.
En la elaboración de una comedia generalmente dejo presente los errores cuando son un reflejo de la espontaneidad. A veces un evidentísimo embrollo causado por una equivocación cualquiera puede resultar divertido. Durante la realización de The Pilgrim (El peregrino) yo llevaba puesto un sombrero de pastor en lugar de mi habitual bombín: en la filmación de una escena inicial, mientras paseaba por la acera de una estación, el viento insistente hizo volar mi sombrero. Me irrité ligeramente porque sentía que hasta ese momento todo estaba saliendo bien: debíamos filmar nuevamente la escena, eso es todo y así se hizo, sin que se repitiera el incidente. Pero cuando proyectamos las dos versiones de la escena nos dimos cuenta de que, exceptuado el incidente del sombrero, la primera era mejor.
Mientras proyectábamos la primera escena, una persona que estaba presente de casualidad, se echó a reír de pronto, lo que me llevó a hacer esta reflexión: ¿Por qué, después de todo, mi sombrero no podía ser volado por un golpe de viento? Era este detalle lo que había hecho reír al espectador. De manera que, en contra de la opinión del operador, el cual mantenía que el hecho de tener que recoger el sombrero para llevármelo nuevamente a la cabeza prolongaba inútilmente la escena, escogí precisamente esta versión para incluirla en la película definitiva y más tarde sentí reír también al público con el incidente del sombrero.
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