Thomas Merton y la Virgen del Cobre
15 de mayo de 2015
|En el primer centenario del poeta y maestro espiritual Thomas Merton ( Francia, 1915- Tailandia, 1968), quien profesara en el Monasterio Trapense de Getsemaní, en Estados Unidos, con el nombre de Fray María Luis, iremos publicando traducciones de sus poemas, pues es, quizás, ese sea el modo más cierto de conocerle. La poesía entraña una dosis de misterio y de saber oblicuo que se acerca a la vocación silenciosa de este hombre ligado a Cuba. Tanto y tan intensos son sus lazos que en 1940 escribe aquí su primer texto.
Como se sabe el poeta, después de su conversión, había decidido hacerse sacerdote pero no acababa por decidirse entre seguir su vocación junto a los Franciscanos Menores o hacerse monje cisterciense. Por eso peregrina a Cuba en la que espera encontrar un catolicismo más fervoroso, teniendo como especial destino al Santuario Nacional de Nuestra Señora del Cobre, porque bajo su manto quiere colocar su decisión y vida. Un accidentado viaje, en el que encuentra nuevas preguntas y una respuesta que no esperaba, le propicia momentos de alta tensión espiritual del que derivan sus experiencias místicas habaneras y en un poema de resonancias cubanísimas. Escribe el texto una tarde en la terraza del segundo piso del Hotel Casagranda, mirando al Parque Céspedes, a la soberbia catedral, a la casa del adelantado Diego Velázquez, al ayuntamiento, a un horroroso banco, pero esencialmente, al compás de una multitud de paseantes despreocupados y calurosos que, como hormigas, cruzan aquel santiaguero sitio.
Nada hoy recuerda el hecho, cuando debió grabarse en bronce desde hace muchos años. Nadie lo recuerda o lo hacen pocos. Por eso, y por mí testaruda manía de ir a contramarcha o por amor a la memoria que nos hace, insisto en recordar el texto. Mi traducción no es de la mejor, quizás en aquella terraza deberían colocar la de mi coterráneo Emilio Ballagas, pero esta, siendo mía, me autoriza al aldabonazo, que es tan distinto a la queja, que prostituye y demerita.
Celebremos pues la fiesta recordando al monje y su poema con el idioma que tanto disfrutaba y en el que creía atisbar honduras tales que lo hacían propicio para hablarle y cantarle al Dios de la Trinidad, tan sinfónico y dialogante, tan de la unidad y la comunidad.
Canción para Nuestra Señora del Cobre
Niñas blancas
Árboles que levantan sus cabezas
Niñas negras
Flamencos reflejándose en las calles
Niñas blancas
Cantan como el agua las agudas notas
Niñas negras
Conversan en silencio como tierra mojada
Niñas blancas
Abren los brazos como nubes
Niñas negras
Cierran sus ojos como alas
Ángeles reverentes cual campanas
Ángeles que se levantan absortos cual juguetes
Porque las estrellas
En el cielo de la noche
Hacen la ronda
Y del mosaico, que es la tierra,
Se levantan
Volando
Todos sus fragmentos
Como pájaros en estampida.
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