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Thomas Merton en Cuba (IV)

15 de enero de 2016

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El juego, el noble juego regresa para terminar la partida de este ajedrez sin piezas, compuesto solo del entramado urbano de cuatro ciudades de la isla frente a los ojos de un poeta que visita a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Se deslumbra, se equivoca, ve reinos, paraísos por todas partes, exulta en una ciudad, se recoge en otra, para al final salir decepcionado y mudo. Pareció que todo el viaje hubiese perdido sentido y sustancia, que el peregrino cambió capa y cayado por la botella de agua “pura” del turista, que es la perversión del viajero.
Si todo el viaje se reduce a comida abundante, ruidosos ómnibus, misas por doquier, un camarín de santuario y una gaseosa en el pueblo minero del Cobre, Merton fracasó. Pero el discípulo nunca es mayor que el Maestro, y el joven poeta debió pasar, con amarga sorpresa, claro está, por la verdadera senda del peregrino que es el abandono y el fracaso. Sus armas, sus premios, su estandarte están ahí. Imaginemos por un instante la escena: A pesar de escuchar el Kyrie “en una de las chozas” del pueblo –aviso obvio, petición tranquila a morir– Thomas no resiste la sensación del derrumbe y a pesar de que dice “Regresé a Santiago”, uno respira, intuye, que tras la lacónica frase lo que se lee es “Espantado regreso, frustrado retorno”. No fue suficiente que la Virgen de la Caridad se escondiera, no se dejara ver nunca en la estrecha Carretera Central, no fueron suficientes los rosarios y las ganas enormes del encuentro, no bastó el esfuerzo y la elección, no bastó la exaltación ni el temblor, no fue suficiente que alterando toda realidad el peregrino transfigurara a Cuba y casi la convirtiera en la civitas agustiniana, no bastó el silencio. De pronto se ve almorzando en la terraza del Hotel Casagranda. Todo ha terminado. La madre se las ingenia para hablar y escuchar.

 

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Santiago de Cuba, Cuba, un tema cubanísimo, es el manantial desde donde comienza a brotar la obra literaria de Thomas Merton, poeta norteamericano de los más importantes, por muchos considerado un maestro espiritual. Nudo que enlaza la historia de la cultura de ese país con la nuestra. Sello pétreo. Marca indeleble. “Canción para Nuestra Señora del Cobre” monumento alto, secuoya enorme plantada en la isla.

Thomas Merton deja Santiago de Cuba y entra otra vez en La Habana. Ya no sólo le parece que el cafetín, la vía pública y la casa se desbordan, se confunden, se mixturan, sino que también los templos entran en ese trasvase. Dice: “las puertas –de las iglesias claro está– permanecen abiertas mientras se celebra la misa y, por desgracia, los asistentes perciben también todo el ruido y la actividad que se está desarrollando fuera, en la calle: el sonido de las campanadillas de los trolebús, las bocinas de los autobuses y los gritos agudos de los chicos de los periódicos y de los vendedores de billetes de lotería”.
Ciertamente la nuestra es una ciudad con demasiado ruido por todas partes, pero veremos qué es lo que le depara entre la bullanga y la confusión. Una broma, uno de esos chistes en los que el sentido del humor de lo divino se expresa. Ciertamente no hay carcajada, pero si fina ironía, delicadeza en la sorna.
Merton se va a misa a la Iglesia de San Francisco, que no es la que conocemos hoy, sino otra que ya no existe. Es domingo y

un vendedor de lotería se paseaba arriba y abajo fuera del templo anunciando su número con la voz más fuerte y aguda que escuché en toda Cuba, y Cuba es un país en que se habla en voz alta. Era un número que sonaba muy bien:
Cuatro mil cuatrocientos CUA-TRO;
Cuatro mil cuatrocientos CUA-TRO.
Lo repetía una y otra vez, añadiendo de vez en cuando un chillido casi ininteligible que tal vez tenía algo que ver con san Francisco: probablemente que a san Francisco también le gustaba este número.

Primero bromea Merton, quizás contagiado por el choteo cubano, solo que la “broma colosal” está por llegar. Examinemos el número o los números. En Cuba el billete de lotería, la bolita, la charada, siempre ha sido visto en sentido cabalístico; la gente busca esos números en el sueño, el accidente, la insinuación, donde quiera que pueda ver o crea ver una señal; los vendedores de billetes siempre fueron vistos como agentes del misterio, de la sombra, dotados de una rara conexión con el “más allá” o como chivatos al servicio de los “poderes”. Y por ahí comienza la broma, el poeta cree que la hace en alusión al santo y su posible disfrute del número, pero ella no está afuera sino en el número o la combinación. La broma se la hacen a Tom, aunque piense lo contrario.
No pretendo desviarme demasiado, pero si damos una revisión al cuatro como símbolo comprenderemos de qué juego estoyhablando. Cuatro es el número de la totalidad, pariente del cuadrado y de la cruz, que es el cruce de un meridiano y un paralelo que divide la tierra en cuatro sectores, cuatro es plenitud y universalidad, cuatro letras tiene el nombre de Dios (YHVH), cuatro los evangelistas, cuatro letras tiene el nombre del primer hombre (ADÁN), cuatro simboliza la tierra… etc. No los abrumo: con un buen Diccionario de Símbolos basta.
Regresemos a los sucesos. El poeta llega a la Iglesia de San Francisco y un vendedor de billetes no se cansa de repetir esa combinación de cuatros que es el número cuatro mil cuatrocientos cuatro. Comienza la misa, durante la epístola llegan unos niños que ocupan los primeros bancos acompañados de un fraile, y terminada la consagración los infantes proclaman el Credo, es decir el símbolo de su fe, y aquella era “una gran aclamación que salía de todos aquellos niños cubanos, una gozosa afirmación de fe”.

mertonlean“Luego… se formó en mi espíritu una conciencia, una intelección, una comprensión de lo que acababa de celebrarse en el altar, en la consagración: de la consagración en una forma que le hizo pertenecerme”.
En el diario hay descripciones de los objetos, de la ceremonia, en la autobiografía se centra más en la luz, en la calidad de la luz, en el deslumbramiento y termina afirmando: “El Cielo está aquí, enfrente de mí. ¡El Cielo, el Cielo!”
En medio de situaciones y luces ordinarias, de sueños, en La Habana, rodeado de una ciudad exaltada y bullanguera, este muchacho tiene la sensación y la certeza de la posibilidad del Paraíso, se le ha acercado un reino que hasta entonces era sólo deseo, intuición o ejercicio intelectual.
En la autobiografía, no encontramos los datos del suceso o los vemos mediados por la crítica y el error de entender que la mística o la experiencia mística es un asunto directamente proporcional a un entrenamiento de oración, por eso habla de los diferentes tipos de ella, y no se centra en la experiencia esencialmente gratuita y generosa. Vayamos al diario: “directamente ante mis ojos, o directamente presente a cierta aprehensión u otro yo que estaba por encima del de los sentidos, estaba al mismo tiempo Dios en toda su esencia, todo su poder, Dios en la carne y Dios en sí mismo y Dios rodeado por los rostros radiantes de los miles, de millones, del incontable número de santos que contemplaban su Gloria y alababan su santo Nombre. La inquebrantable certeza, el conocimiento claro e inmediato de que el cielo estaba directamente frente a mí, me sacudió como un rayo, me recorrió como un fogonazo de luz y pareció despegarme limpiamente de la tierra”.
Este “fogonazo de luz” es la broma, la divina ironía. Un hombre viene a buscar a la Caridad del Cobre, tienes cosas que hablar con ella, cosas que escuchar de ella, y camina, más no la encuentra. Regresa frustrado, quizás dolido y hasta resignado, y es entonces cuando se le muestra el verdadero sentido de su peregrinación, de su juego. Dios es quien andaba en su búsqueda, Dios es quien le hace el juego, un Dios que Thomas Merton entenderá cuando adquiere la certeza de que el hombre se pierde sólo para ser encontrado por Él.

 

Final del viaje cubano

Quizás en otra ocasión volvamos a Thomas Merton, poeta y monje, que nunca más regresa a Cuba, pero que sin embargo mantiene con ella vínculos múltiples y sustanciosos, ya que, a través de su discípulo el P. Ernesto Cardenal, sostendrá una extensa e intensa correspondencia con CintioVitier, Fina García Marrúz, Eliseo Diego, Octavio Smith, Roberto Friol y otros intelectuales cubanos. A partir de su peregrinación, escribió mucho y bueno, pero nunca olvidó aquella canción primera escrita en la “isla brillante”.

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