Teresita Fernández (II)
7 de noviembre de 2017
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En nuestra pasada sección, les ofrecí momentos del testimonio que nos obsequió, ante los micrófonos de la radio, la insigne cantautora cubana Teresita Fernández. En esa ocasión, Teresita rememoraba instantes relevantes de su infancia, adolescencia y primeros años juveniles.
Prometimos entonces compartir con ustedes lo que nos contó sobre un acontecimiento que impulsó definitivamente su carrera artística: un encuentro fortuito con el pianista, compositor y singular cantante Ignacio Villa, reconocido universalmente como Bola de Nieve.
“Fueron las Hermanas Martí quienes me llevaron al poblado de Guanabacoa a conocer a Bola de Nieve, interesadas en que ese gran artista me escuchara cantar.
Ay, Mamá Inés,
Ay, Mamá Inés,
Todos los negros
Tomamos café.
“Pero me gustaría remontarme a mi infancia, cuando tuve conciencia de la existencia de ese músico excepcional. Era la época en que Ernesto Lecuona organizaba giras por diferentes ciudades cubanas, entre ellas Santa Clara. Bola, a quien me familia admiraba extraordinariamente, era pianista de ese colectivo artístico, y allí – muy pequeña aún – por primera vez lo vi actuar. Te imaginarás la emoción, años después, cuando me presenté ante él. Me parece estarlo viendo con una bata de casa roja, que le quedaba lindísima. Me escuchó con muchísima atención y amabilidad, y poco tiempo después me envió un telegrama a Santa Clara invitándome a trabajar con él en el Elegante Restaurant Monseigneur, de La Habana… Por cierto, recuerdo que llegué a la capital sin mi maleta, que habían bajado del ómnibus en Matanzas sin yo saberlo. Por suerte, una señora me regaló un pullover y una saya negra, y con ese vestuario comencé a trabajar en ese selecto establecimiento. Viene ahora a mi memoria que algunas personas decían que me quería parecer a Eddit Piaf, y lo cierto es que aquella era la única ropa que tenía. Recuerdo también que me puse una sencilla cadenita de plata que también me habían regalado. En la puerta del establecimiento, Bola me estaba esperando, me quitó la cadena y me dijo: «Usted no necesita más adorno que la canción». Así era ese hombre extraordinario”.
Mientras conversábamos, observaba en la mirada de Teresita Fernández una extraña e intensa luz, reveladora de los sentimientos que la embargaban al evocar a Bola de Nieve.
“Me contaban los trabajadores de la cocina del restaurant que cuando yo cantaba él entraba a ese recinto y golpeaba la pared con su puño. Se emocionaba tanto cuando yo daba aquellas notas altas, que se recostaba mirando a la pared y le daba esos toquecitos. Imagínate, para mí todas esas cosas son consagraciones. Por tanto, estaré agradecida eternamente a esa persona inolvidable que todo el mundo admira: Bola de Nieve”.
Ay, Mamá Inés,
Ay, Mamá Inés,
Todos los negros
Tomamos café.
En la trayectoria creativa de Teresita Fernández sobresalen las canciones dirigidas a los niños. Ella sentía especial cariño hacia esas obras que han trascendido a varias generaciones de cubanos y latinoamericanos.
“Me duele que vean el trabajo con los niños como un arte menor, cuando en realidad es un arte de futuro. Mis canciones son sencillas porque hablan de animalitos, pero las melodías tienen toda la complejidad de la música que escuché en mi casa. Tengo algunas obras que llamo cancioncitas, por su brevedad. Otras pudieran denominarse como canciones de amor. Musicalicé, además, cerca de treinta rondas de Gabriela Mistral, así como muchos poemas de Martí, de Federico García Lorca, de Cintio Vitier y Fina García Marruz. Y, además, he compuesto piezas de contenido social. Algo que me satisface mucho es haber llevado a la música, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional, los poemas del Ismaelillo, de nuestro José Martí. Ese es el mejor de mis trabajos. Con Martí y con Gabriela Mistral me di cuenta de que, poniéndole música, logro acercar la poesía a infinidad de personas”.
Y concluyó nuestra entrevista a Teresita Fernández con una aseveración magistral de esta mujer, sensible y enérgica en similares dosis, acerca del fabuloso poder de la música y la poesía.
“La música y la poesía están en todas partes, en el mar, los árboles, el viento… La definición que más me gusta es la de Walt Witman, cuando dice que somos cronistas de los siglos. Yo sólo he hecho la croniquita de mi propio viaje. Hay quien sale a cazar música y poesía con jaula de oro, y lo logra. Esos son los grandes intelectuales. Yo salí con mi jaulita de sencillas maderas y logré cazar sólo un tomeguín, que también tiene para mí un inmenso valor. Cuando oigo a niños, padres y abuelos cantando “Mi gatico vinagrito” siento un orgullo enorme de haber servido a varias generaciones de seres humanos. Y si tuviera que empezar de nuevo, cantando sólo para los niños, lo haría con el mayor placer del mundo”.
“Yo le puse vinagrito,
Por estar feo y flaquito,
Pero tanto lo cuidé
Que parece Vinagrito
Un gatico de papel.
Miau, miau, miau miau…
Con cascabel.
Gracias, Teresita, por tus enseñanzas y tu aliento imperecedero.
Gracias, por enriquecernos espiritualmente y hacernos mejores seres humanos.
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