Tata Güines: el rey de tumbadora (I)
22 de mayo de 2023
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Todavía se le recuerda con su inconfundible gorra blanca y camisas coloreadas, sacándole música a los cueros como ningún otro percusionista.
Nació el 30 de junio de 1930 en un hogar humilde del bullicioso poblado habanero de Güines, (perteneciente hoy a la provincia de Mayabeque). Se le nombró Federico Arístides Soto, pero fue conocido por su apodo de pequeño, Tata, y como apellido, el del pueblo que le vio crecer.
Tuvo como primer oficio el de zapatero, pero la música le corría por las venas. Su padre dirigía el Sexteto Partagás y tocaba el tres; sus tíos, el bajo y la guitarra, mientras él con apenas seis años, convertía dos laticas en resonantes bongoes.
Tumbador por excelencia, intérprete perfecto de la rumba y la conga, Tata Güines era único en su género.
Hacedor de un estilo que despertó admiración y respeto lo mismo en La Tropical que en el Palladium de Nueva York.
Sus profesores de música fueron los mayores de su Güines natal, quienes se ponían a tocar rumba los domingos en las esquinas y su padre y sus tíos, los que a su vez también habían aprendido música de oídas.
Tocó el contrabajo en el conjunto Ases del Ritmo. Integró el grupo Partagás. Fundó la orquesta Estrellas Nacientes. Y actuó con la orquesta Swing Casino, de Güines.
En 1946 se presenta en su pueblo natal con el Conjunto de Arsenio Rodríguez, pero a decir verdad solo fueron unos meses. El propio Tata lo explicó años después: “Yo era muy loco y joven, y Arsenio, muy recto”.
Cuando se muda para La Habana en 1948, vive en el barrio de Las Yaguas, “pura marginalidad”, como él mismo decía. En aquellos tiempos, según contó en una entrevista, tuvo que tocar el tambor quinto de candela en cuanta comparsa apareciera. En los carnavales, con el tambor al hombro, terminaba orinando sangre.
Para buscarse el orégano -como llamaba al dinero en su jerga popular-, tuvo que tocar clave, bongó, güiro, timbal, tumbadora, contrabajo y hasta cantar. Poco después integró algunas orquestas, como la del Havana Sport, Unión y la Sensación. En esa época en La Habana, se menospreciaban a los tamboreros, en su mayoría, negros como él.
Pero Tata Güines, ante el asombro de muchos, se propuso concederle categoría y prestigio al instrumento. Sus argumentos eran más que convincentes: “Sin percusión no hay ritmo. Y sin ritmo ¿dónde está la música cubana?”.
Pero algunos lo criticaban y hasta lo tildaban de quijotesco. Él, para encontrar su sonido, perseguía un formato rítmico sacando timbres sobre el cuero. No pasaría mucho tiempo para sus obsesiones se vieran justificadas.
Años más tarde diría: “Yo utilizaba las uñas, pero seguían diciendo que era un loco, que aquello era puro aspaviento. Después, el resto de los percusionistas se dejaron crecer las uñas y aprovecharon mi iniciativa”.
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