Supersticiosos
7 de junio de 2013
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El deporte está lleno de supersticiones.
Algunos atletas evitan, a cualquier costo, el número 13; mientras otros no se atreven a pisar las rayas blancas de los campos de juego, entran a los estadios o canchas con el pie derecho, no se cambian de ropa cuando están triunfando o, incluso, ingieren la misma comida todos los días.
De acuerdo con las creencias de los deportistas, estas acciones incrementan sus oportunidades de éxito, porque elevan la confianza en sí mismos y, aunque muchos los critican, ellos persisten y sus manías y rituales han quedado en la historia.
El número 13, supuestamente, trae mala suerte; pero para Garry Kasparov, sin dudas el ajedrecista más completo de las últimas décadas, este era su favorito.
¿Por qué ese interés? La respuesta es sencilla: según él, toda su vida estaba relacionada con ese número. Kasparov nació un 13 de abril y, en 1985, se convirtió en el décimo tercer campeón mundial de ajedrez.
El fanatismo del genial jugador por el número que a casi nadie le gusta mencionar rozó lo increíble. Kasparov tenía un apodo, el “Ogro de Bakú”. Lo de Bakú por su lugar de nacimiento y lo de “Ogro” vino por su fuerte carácter. A todo esto tenían que enfrentarse los organizadores de los torneos cuando el “Ogro” les exigía que el número de su habitación debía contener el 13. El problema radicaba en que la mayoría de los hoteles se saltaban esa cifra en la numeración. ¿Cómo resolvían la embarazosa petición? Ellos tenían que buscar o inventar, a toda costa, una habitación que contuviera la cifra, al menos la 135 o la 913.
En las supersticiones, el ajedrez es uno de los deportes más prolíficos, quizás por las complejas personalidades de los ajedrecistas. Por ejemplo, Anatoly Karpov, titular mundial entre 1975 y 1984, todavía mantiene la idea de no cambiarse el traje en los torneos, hasta que no pierde una partida.
El mejor jugador de baloncesto en la historia de la NBA, Michael Jordan, no jugó un partido de su extensa carrera sin llevar bajo su short de los Toros de Chicago o los Magos de Washington uno más pequeño, con las insignias del equipo de la Universidad de Carolina del Norte, el lugar donde se formó como jugador.
Ninguna modalidad deportiva queda sin supersticiones. El fútbol también tiene varias historias curiosísimas. En el Mundial de Francia, en 1998, el defensor francés Laurent Blanc comenzó a besar la cabeza rapada del portero de su equipo, Fabián Barthez, luego de la primera victoria gala. Blanc continuó repitiendo aquella acción y los locales lograron arribar al partido final contra Brasil; pero el futbolista no pudo alinear por acumulación de tarjetas amarillas. No obstante, se las arregló para llegar al terreno de juego y depositar el beso en la cabeza de Barthez. Francia tuvo el mejor partido del Mundial, todavía no se conoce con exactitud qué pasó con los brasileños, en especial con Ronaldo Luis Nazario de Lima y los dos goles de cabeza de Zinedine Zidane le dieron el primer título mundial a los galos. Después de esa brillante actuación ¿Alguien podrá discutirle a Blanc la “eficacia” de su beso?
Las supersticiones no están solo en los atletas, pues los directores técnicos también tienen las suyas. El argentino Carlos Salvador Bilardo, el hombre que llevó a su país a dos finales mundiales consecutivas, siempre vistió la misma corbata en los torneos de 1986 y 1990. Además, Bilardo le pedía prestada la pasta dental a uno de sus futbolistas antes de cada partido. El triunfo en México frente a Alemania, con aquel gol decisivo de Burruchaga y la brillantez de Diego Armando Maradona, alentaron la superstición de Bilardo; pero, cuatro años más tarde, la abandonó, en gran medida por un penal que inventó el árbitro mexicano Codesal y que propició el título del orbe a los germanos.
El béisbol no podía quedar fuera en los ejemplos de supersticiones. En las Grandes Ligas una de las más famosas fue la del miembro del Salón de la Fama, Wade Boggs. El afamado tercera base todavía es reconocido como el “hombre pollo”. Por décadas, Boggs ingirió antes de cada partido grandes porciones de pollo, para que este animal “le diera la fuerza suficiente”. En total Boggs jugó más de 3000 desafíos en las Mayores.
Probablemente una de las supersticiones más curiosas haya sido la del lanzador relevista Turk Wendell, quien pasó por los Cachorros de Chicago y los Mets de Nueva York, en los años ochenta. Después del tercer out del inning, Wendell entraba al banco y se dirigía hacia su bolso, donde guardaba un tubo de pasta, cepillo y… comenzaba a lavarse los dientes. Esto lo hacía inning tras inning. Seguro que para mejorar su aliento. La suerte es que Wendell era relevista y, por tanto, no lanzaba muchas entradas.
Muchas personas son muy críticas con las supersticiones y las catalogan como acciones sin una base científica que las respalde. Tal vez sea cierto que no existe un estudio de ese tipo; pero tampoco se puede negar que las supersticiones forman parte del juego. Quizás el error sería creer que su supuesta influencia es la razón de todos los triunfos…o derrotas.
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