Siempre con los pobres de la tierra
26 de marzo de 2020
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Imagino que los lectores de esta columna han escuchado más de una vez esta estrofa de uno de sus Versos sencillos: “Con los pobres de la tierra/ Quiero yo mi suerte echar:/ El arroyo de la sierra/ Me complace más que el mar.” No fue esa una declaración poética feliz de quien entregó en aquel cuaderno las claves de su personalidad y los anhelos y agonías de su espíritu; toda la vida de José Martí estuvo presidida por tal principio moral, de justicia social.
Para él, la independencia de Cuba no significaba solamente la ruptura del dominio colonial sino el establecimiento de una república “nueva”, “con todos y para el bien de todos” frente a la colonia con pocos y para el bien de unos pocos y frente a las repúblicas criollas de Hispanoamérica, que echaron a un lado al hombre natural: al indio, al negro, al campesino.
Al primero, decía, había que “desestancarle la sangre cuajada” e incorporar su civilización ancestral y su rica cultura a nuestra América mestiza. Al negro, se le debía entregar toda la justicia y quebrar para siempre las discriminaciones dejadas por la infame esclavitud. Al campesino habría de asegurársele la posesión de la tierra, “ancha en Cuba” y en el continente concentrada en la vieja aristocracia.
El proyecto revolucionario martiano era de alcance continental y universal. Aseveró que el guerrero que moría por Cuba libre lo hacía también por el bien mayor del hombre y por la confirmación de la república moral en América. Su estrategia de liberación nacional y humana convocaba a crear esa republica distinta en su patria, que expulsaría toda la mala sangre de las estructuras coloniales y evitaría la nueva dominación impulsada por los nacientes monopolios de Estados Unidos, que empujaban a ese país a convertirse en la Roma americana.
La hondura de su proyecto defendió a los que consideró sus aliados en el propio vecino norteño, a todos los sectores aplastados por aquellos monopolios: los industriales que perdían sus fábricas; los granjeros cuyos cultivos no recibían el pago adecuado; los inmigrantes, que constituían buena parte de la masa obrera apiñada en las grandes ciudades y reprimida con violencia al reclamar sus derechos; los negros, libres, pero humillados y asesinados a tiros o quemados vivos; los indios, acosados y expulsados de sus tierras y encerrados en las reservas.
La pasión justiciera martiana se puso del lado del árabe y del anamita que defendían su tierra ante las tropas conquistadoras francesas, condenó la “civilización” inglesa que ataba a los rebeldes de la India a la boca de un cañón y los volaban en pedazos, comparó a los patriotas cubanos con los moros del norte de África que también tomabn las armas contra el colonialismo español y hasta dio un lugar en su corazón a Aragón, en España, enfrentados a la tiranía del rey y donde vivió “la heroica defensa” de los republicanos ante un golpe de estado militar.
Sí, sin duda alguna, Martí echó su suerte con los pobres de la tierra y por ellos dio su vida en Dos Ríos.
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