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Si me quieren, me quiero

8 de agosto de 2014

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abrazo-padre-hijoA los padres, en la educación de los hijos nos preocupan varios aspectos -que creemos fundamentales- y entre los que se encuentran, la inteligencia, porque este es un atributo que permite el éxito social, los valores humanos (honestidad, solidaridad, abnegación, fuerza de voluntad entre los más destacados), la valentía también es considerado importante y por último, que tenga metas en la vida y que luche por obtenerlas, y por lo tanto, dirigimos nuestros esfuerzos educativos en este sentido. Sin embargo, hay un  aspecto de gran relevancia que no se encuentra por regla general entre estas prioridades educacionales dentro de la familia, y me refiero a la educación de la vida afectiva del niño, y de esto ya he escrito artículos anteriormente, pero es que el tema es tan amplio y sustancioso que sigue teniendo aristas no exploradas por mí en estas páginas.  Creo que los afectos se educan en cada segundo de la vida, cuando besamos expresamos amor, cuando abrazamos como manifestación de orgullo porque el hijo tuvo una buena actuación en determinada situación, cuando lloramos con él porque sentimos su dolor como propio, cuando nos disgustamos y lo reprendemos por una indisciplina, y muchas otras manifestaciones, que de manera no consciente, forman parte de la educación para la vida del que ahora es niño y en un abrir y cerrar de ojos, será un hombre o una mujer. Todos tenemos sentimientos -solo los que padecen alexitimia son indiferentes afectivos- pero no todos expresamos los afectos de igual manera, e incluso, hay quien tiene ideas erradas al respecto, como por ejemplo considerar que a los hijos varones no se les debe expresar demasiado afecto porque eso los convierte en hombres débiles, e incluso los hay un tanto aberrados que dicen que le pegan a los hijos por amor y que así se porten bien. ¡De todo hay en la viña del señor! En otras situaciones uno se puede encontrar -y en casi 40 años de psicóloga créanme que me encontrado de todo- quienes verbalizan criterios negativos sobre el niño sin percatarse que tienen una carga emocional muy dañina, además de la opinión que puede ser denigrante, y lo peor es que logran disminuir la autoestima del que será adulto pronto y después se preguntan que pasó. Así recuerdo una madre que decía de su hija de nueve años que no sacaba buenas notas porque era bruta y no le gustaba estudiar, y la hija no era bruta y si no le gustaba estudiar era por los terribles gritos que daba esa madre cuando la “ayudaba” a estudiar. Final de la historia, efectivamente esa niña ahora es una adulta poco sagaz, con muy pocos estudios y -aquí  llegué a donde quería- con una autoestima muy baja, que se refleja en todas las esferas de la vida, porque esos padres –la madre es una iracunda frustrada y el padre era un débil-  fueron incapaces de crear un ambiente familiar de afectividad positiva, de amor, comprensión, porque los afectos no se aprenden de forma tradicional, sino que se transmiten con palabras de aliento, contacto piel a piel, miradas, que muestren lo fundamental que deben transmitir y es sencillamente que “estamos aquí para ti y te amamos y te ayudaremos a encontrar la felicidad en la vida” y si no eres buena en matemáticas, tal vez bailas de maravilla, o eres rápido corriendo y puedes ser atleta, o pintor o carpintero, o peluquera o mil cosas más y en vez de insultarte por tu inhabilidad, te aplaudimos tus logros. El crear un buen sistema de afectos positivos son los cimientos de la autoestima elevada, porque logran que la persona sienta que es importante, que puede seguir delante por un camino u otro, con felicidad. Esto es importante, siendo la materia prima para que lo que sí está en las prioridades educativas de los padres que son, como dije al principio, tener un hijo  inteligente, con  valores humanos, valiente y que tenga metas en la vida y que luche por obtenerlas.

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