Servando, la vida y sus fuentes

23 de diciembre de 2013

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Estrella Díaz

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Artes plásticas, Pintura, Servando Cabrera Moreno

Fotos: Cortesía de Julio Larramendi

 
Visitar por estos días —y hasta inicios de enero— la galería El reino de este mundo, de la capitalina Biblioteca Nacional, José Martí, es ponerse en contacto con parte de la obra de un pintor transgresor, desbordante (y desbordado), desobediente, insumiso y tal vez, para algunos demasiado atrevido por el tema que aborda, pero definitivamente uno de los artistas de la plástica cubana más sobresalientes del siglo XX: Servando Cabrera Moreno.

La fuente de la vida es el título de la muestra que ha sido organizada por el Museo Biblioteca que lleva su nombre y que, a no dudar, es un seductor y sugerente recorrido por el arte homo-erótico que, con suprema elegancia, Servando cultivó entre los años 1970 a  1981, aunque ya en los tempranos sesenta se inclinó por la mencionada temática.
La muestra agrupa unas veinte obras de gran formato y sorprende, entre otros aspectos, la manera en que Servando emplea paralelamente  diversos estilos y formas: hay piezas que son marcadamente figurativas —obvias, evidentes—sin embargo hay otras —más lineales— en que las que torsos se acoplan, brazos se confunden, glúteos se entremezclan para regalarnos una visualidad propia y sumamente lírica: hermosísima.

Otro de los valores de La fuente de la vida está en la forma en que el pintor colocó cada gama y, digo gama, porque los azules pasteles abundan lo que no quiere decir que, cuando quiere llamar la atención, emplea el rojo intenso como en el cuadro Muerte  y vida que es bastante oscuro —casi negro y gris— y, de repente, vemos el falo masculino en color rojo brillante.
Servando tuvo, además una personalísima manera de pintar las manos —tan difíciles de representar a lo largo de la historia del arte—, pero él crea las propias, caracterizadas por un gran refinamiento y exquisitez conceptual.
Fue, sin duda, un creador múltiple que experimentó con cuanto tuvo a mano y mutó y transmutó del academicismo —con el género del retrato—, pero también hace una pintura barroca muy apegada a Amelia Peláez, y otra muy mirosiana porque asimiló el quehacer del pintor español Joan Miró e, igualmente, cubista que le viene por el estudio de Pablo Picasso. Su multiplicidad es probada: en un mismo año hacía un retrato —que podía ser muy académico— e, inmediatamente, recreaba tornos acoplados; ligando todo en un gran amasijo, pero por separado y en cada obra hay una huella de su aprendizaje anterior.

Indudablemente Servando fue un “adelantado” para el momento en que vivió; el estar rodeado de incomprensiones y prejuicios no le impidió desarrollar una obra que —aunque vagamente reconocida en su momento— hoy se intenta retomar y no por gusto existe en la emblemática calle Paseo de La Habana un valiosísimo Museo que atesora su obra.
Queda, entonces, en manos de los especialistas, ahondar en el estudio de su obra toda que, múltiple y audaz, fue desde gran tema erótico (con el subtema del  homoerotismo) hasta las parejas de enamorados, los guerrilleros, las habaneras, las familias y también la mujer, uno de los motivos prevalecientes en su dibujo y su pintura en la que  alcanza perfiles heroicos que solo un artista profundamente apegado a los sentires patrios puede trazar con maestría, autenticidad y convicción.
Servando nació en La Habana el 28 de mayo de 1923 y murió tempranamente —de un infarto— el 30 de septiembre de 1981 con solo 58 años de edad. Mucho le quedaba por hacer, no obstante, legó una obra descomunal.