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Rodolfo Valentino

2 de mayo de 2014

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En esta sección incluiremos hoy un artículo publicado en el diario habanero Prensa Libre el 15 de mayo de 1946  por el periodista Germinal Barral (Don Galaor) acerca del célebre actor italiano Rodolfo Valentino (1895-1926).

Rodolfo ValentinoDe haber vivido, el lunes pasado, día 6 de mayo, hubiera  cumplido Rodolfo Valentino 52 años de edad. Su muerte, que aún lloran mujeres que se consideran sus viudas espirituales, constituyó una de las tragedias populares más intensas que se recuerdan.
Tenía 32 años y había ido a New York a presenciar el estreno de su última película: El hijo del Sheik. El éxito obtenido por esta obra había sido de extraordinarias proporciones. Pero en el periódico Chicago Tribune, al juzgársele como actor se le insultaba, y difamaba como hombre.
Rodolfo Valentino murió el 26 de agosto de 1926. El día 15, a las 11 de la mañana, el camarero del hotel Ambassador le trajo los periódicos del día. Se vio palidecer al actor, vacilar, caer sobre a alfombra.
Dos horas después se le condujo a la clínica. Tenía una úlcera gástrica y apendicitis aguda. Se le operó de inmediato. A las siete de la tarde despertó de la anestesia. Poco a poco fue adquiriendo la noción de las cosas. La operación se había efectuado con resultados satisfactorios. Pero Valentino, al recordar el momento en que había caído desmayado, vuelve a preocuparse. Las palabras insultantes del periodista de Chicago le inquietan. Y esto ha de ser su último pensamiento irritante. Al día siguiente la peritonitis parece contenida. Al segundo día su estado mejora y se le permite leer. Al quinto día, cuando la crisis de peritonitis parece conjurada, se presentan síntomas de pleuresía. El pulmón izquierdo está invadido. Tiene fiebre. Hay que aplicarle metephen, la medicina milagrosa de entonces contra las infecciones. Pero no hay metephen en las farmacias y clínicas de New York. Hay que traerlo desde muy lejos.
Otro día más de angustia y la multitud que prevé el fatal desenlace empieza a desfilar y a estacionarse frente a la clínica. El avión que conduce el metephen se ve envuelto e una tormenta y hace su aterrizaje forzoso en Ithaca, cerca de New York. Un voluntario se ofrece a completar el viaje de la droga milagrosa en automóvil… Cuando llega, Rodolfo Valentino había cerrado sus ojos para siempre…
Había nacido en Castellaneta, una linda aldea de Italia. Su padre era un hombre importante, antiguo capitán de caballería real. Su madre, de una hermosura maravillosa, se llamaba Valentina d’ Antonguolla (sic).  Tenía un alma romántica y puso a su hijo los nombres de Rodolfo Alfonso Rafael Pedro Felipe Guglielmi.
Los primeros años del pequeño Rodolfo Guglielmi fueron de encantamiento, hasta los doce, en que sufrió su primer gran dolor: la separación de su madre, al ser internado en el colegio Dante  Alighieri, de Tarento.
A los 13, perdió a su padre. A los 14 fue enviado a Perugia, a la escuela militar. Rodolfo quería ser general. Y estudiaba con afán. Su alma de gran enamorado ya se prenda de una señorita del lugar, y un día se escapa de la escuela para verla, seguirla a misa, oír su voz… Se descubre su ausencia y se le arresta. Se escapa porque quiere asistir a la vista del Rey de Italia. Fracasa también y se le expulsa por indisciplinado.
El destino está tejiendo y destejiendo su madeja.
El muchacho ha de ser lo que está escrito que sea y todas estas tentativas de aventura no constituyen más que el principio de una vida que ha de continuar así hasta el final.
Y fue a Venecia para ingresar en la Armada. Sería marino. En Venecia conoció a su primer gran amor: Bettina. Una modesta chiquilla a la que amó intensamente, y que recordaría después con frecuencia en los días de mayor fortuna.
Una jugarreta del destino: la comisión encargada de aceptarlo para ingresar en la Marina lo rechazo. Rodolfo Guglielmi no tenía el físico requerido, de acuerdo con las medidas reglamentarias para vestir el uniforme de oficial. Y se fue a la Rivera, después a París. Y en Francia se embarcó a Estados Unidos, como pasajero de segunda, en calidad de emigrante. Quería ser agricultor. No contaba con que el destino había decidido que fuese bailarín y actor.
Joan Swayer, bailarina, necesita un compañero. Ha visto a Rodolfo bailar el tango varias veces en el Maxim. Lo invita, hacen planes. Rodolfo Guglielmi hizo llamarse Rodolfo Valentino. Allí había de oír  hablar por primera vez de las grandes posibilidades que Hollywood le brindaría.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis le hicieron ídolo universal de las multitudes.
Las mujeres habían de amarle con romanticismo fervoroso.
El día 6 de mayo, de haber vivido, habría cumplido 52 años de edad. ¿Qué le habría deparado el destino para los días que sucedieron a aquel luctuoso 23 de agosto en que murió?

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