Rodolfo López, un uruguayo «aplatanado» en el cine cubano
11 de mayo de 2021
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«Uno y está imbuido de lo que el director ha hablado infinitas veces con uno, sabe perfectamente el ritmo que quiere crear y el tono de las cosas», declaró en una entrevista el fotógrafo Rodolfo López al ser interrogado sobre cómo se establece la relación entre el realizador y el director de fotografía. Recorremos a continuación la andadura en el cine cubano de este camarógrafo nacido en Montevideo, Uruguay, el 23 de enero de 1929. Desde muy joven, se vincula al teatro en ese país sudamericano y es uno de los fundadores del connotado grupo El Galpón. Comparte el tiempo con trabajos fotográficos y con su labor como operador de cámara en producciones independientes como Un vintén pa’l Judas y el documental La ciudad en la playa.
Sesenta años atrás, en mayo de 1961, llegó a Cuba en mayo de 1961, invitado por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), institución que precisaba de profesionales en distintas especialidades en esa etapa fundacional con el fin de no interrumpir su creciente producción, sobre todo de documentales. Solo que Rodolfo López ignoraba entonces que su arribo a la Isla era definitivo y permaneció trabajando en su cinematografía por cuatro décadas.
En el ICAIC se incorpora a la entusiasta tropa de la serie didáctica Enciclopedia Popular, fundada como contribución del organismo al «Año de la Educación». También opera la cámara en ediciones semanales del Noticiero ICAIC Latinoamericano que desde el 6 de junio de 1960 había aparecido por primera vez en las pantallas. Con La Colina Lenin (1962), dirigido por Alberto Roldán, Rodolfo López comienza una prolífica filmografía en el cine documental, que alcanza los cuarenta títulos. Su cuidada concepción fotográfica es un elemento determinante en esta crónica sobre el pueblo de Regla, su vitalidad, sus contradicciones político-religiosas y el sentido heroico de la vida para sus habitantes.Las imágenes captadas por el camarógrafo fueron muy valoradas por el jurado de la III Reseña de Cine Latinoamericano (Columbianum) en Sestri Levante, Italia, que otorgó al filme la Medalla de Oro (ex-aequo), primero de los varios lauros recibidos, además de la atención de la crítica, pródiga en reseñas elogiosas.
Historia de una batalla (1962), realizado por Manuel Octavio Gómez, otro clásico de la que pronto comenzó a ser calificada por la crítica internacional Escuela Documental Cubana, contó con Rodolfo López como fotógrafo. Le debemos antológicos planos de la multitudinaria participación en la campaña nacional de alfabetización, en especial el emotivo reencuentro de los brigadistas con sus familiares, tras dar su aporte a la histórica contienda. El novel director de fotografía entraba por la puerta grande en el nuevo cine cubano con esta obra de gran repercusión en certámenes foráneos, el primero fue el III Festival Internacional de Cine de Moscú, donde recibió el Segundo premio, Medalla de Plata. Satisfecho con su profesionalismo, el realizador lo incorpora junto a Pablo Martínez al equipo de su documental Cuentos del Alhambra (1963). Filma con especial sensibilidad los recuerdos de varios veteranos artistas que actuaron en el desaparecido teatro Alhambra en una temporada extendida por treinta y cinco años.
Ese mismo año 1963, el teatrista y cineasta uruguayo Ugo Ulive, residente por esta fecha en La Habana, lo integra en su largometraje Crónica cubana, la primera de las nueve incursiones de Rodolfo López en el cine de ficción como director de fotografía. La presencia del dramaturgo argentino Osvaldo Dragún entre los guionistas no salvó esta frustrante tentativa de registrar los cambios operados en varios sectores de la población por la nueva realidad surgida con el triunfo revolucionario. El ritmo de producción del ICAIC no puede interrumpirse y, paralelamente, le asignan otros trabajos, como por el ejemplo, el documental: Construyendo (1963), de Idelfonso Ramos, sin olvidar su labor en notas para Enciclopedia Popular. Entre estas puede citarse El círculo de tiza caucasiano, realizada también por Ulive con destino a la serie «Teatros de La Habana». Es un reportaje sobre su propia puesta en escena de la obra teatral homónima del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, estrenada en el Teatro Mella.
Hombres del cañaveral (1965), de Pastor Vega, también con fotografía de Rodolfo López, intenta penetrar en las razones de gran número de trabajadores voluntarios provenientes de las ciudades, durante cuatro meses en la ardua labor demandada por la zafra del pueblo de ese año para poder cumplir lo programado.A 1965 pertenecen dos cortometrajes de ficción que convocaron al camarógrafo. Fausto Canel acudió a él para El final, con el propósito de seguir el itinerario del enfrentamiento de una pareja a diversas dificultades a partir de las nuevas realidades introducidas por la Revolución. Este corto integraba originalmente el largometraje colectivo Un poco más de azul, no estrenado en su momento, hasta que lo presentó la Cinemateca de Cuba y nuestro espacio televisivo De cierta manera en mayo del 2016. El otro corto en el cual asumió la dirección de fotografía es La fuga, de Iberé Cavalcanti, una recreación de la actividad contrarrevolucionaria desplegada por un pequeño grupo de personas de diferentes estratos sociales: un joven intelectual, una modista, un arquitecto y un ex boxeador.
Luego de volver a trabajar con Pastor Vega en La familia de un hombre (1966), Rodolfo López es responsable de la fotografía del que deviene el título más notorio en la obra documental de este profesional: el largometraje David (1967), dirigido por Enrique Pineda Barnet, que fuera seleccionado por la crítica especializada nacional entre los mejores del año. Con las soluciones aportadas por él, representó un colaborador imprescindible para que el cineasta pudiera reflejar por medio de los disímiles medios expresivos a los cuales recurrió, el carácter y la personalidad de Frank País, jefe de la lucha clandestina en el llano, asesinado por sicarios de la tiranía batistiana. El camarógrafo se convirtió en un activo participante, sea en la filmación de los testimonios, como en las reconstrucciones por medio del lenguaje del cine de ficción.
López atribuye una especial importancia en este intenso proceso de aprendizaje sobre la marcha, al período de rodaje en las tres provincias occidentales que se extendió por varios meses de 1967 del largometraje de ficción Tulipa. Es la adaptación fílmica de la exitosa obra teatral Recuerdos de Tulipa, de Manuel Reguera Saumell, sobre una bailarina desnudista en decadencia de uno de los numerosos circos de mala muerte que recorrían nuestra geografía insular.Trabajar como operador de cámara (junto a Pablo Martínez) del director de fotografía Jorge Herrera, aunque fuera en una sola película, representó para Rodolfo López acompañarle en su búsqueda esencial de la llamada «luz cubana», con las peculiaridades impuestas por el sol deslumbrante, todo un desafío para los fotógrafos que han intentado «domarla».
Herrera aún no había descubierto las posibilidades expresivas de la cámara en mano, que llegara a obsesionarle, pero no descuidaba el papel de la iluminación. A juicio del joven realizador Manuel Octavio Gómez, aprovechó al máximo la luz y el ambiente diurno de los interiores de las carpas y el espectáculo nocturno como tal, abundantemente iluminado. López lo secundó en lograr los dos estilos fotográficos concebidos con el cineasta para integrarse a la película: uno pleno de espontaneidad, frescura y con gran libertad en secuencias de tipo «documental» y el otro, con mayor elaboración de movimientos y encuadres pensados y preparados.
Alejandro Saderman, director argentino que laborada en el ICAIC en esta etapa, pudo disponer de él en su documental Oro de Cuba (1965), exploración del panorama económico, político y social de la Isla que toma como punto de partida la historia de la evolución de su principal industria: el azúcar, por medio de entrevistas que van desde un machetero Héroe Nacional del Trabajo, a un viejo esclavo o un prominente etnólogo. Saderman volvió a apelar a su rigor y profesionalismo en otra producción, Canto de protesta (1968), crónica del Encuentro de la Canción Protesta organizado por la Casa de las Américas en agosto de 1967 que convocó a conocidos exponentes. El cineasta lo llama una vez más para trabajar en el extraordinario documental Hombres de Mal Tiempo (1968), en el que varios veteranos de la guerra de independencia, ofrecen sus vivencias sobre su participación en esa batalla. Como en David, Rodolfo López con su inquieta cámara en mano, se desplaza entre los ancianos mambises que rememoran los acontecimientos, mientras varios actores los recrea.
Ese año 1968 es sumamente importante en la trayectoria de Rodolfo López, quien desempeña las funciones de operador de cámara para el relevante fotógrafo Ramón F. Suárez en Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, y es promovido oficialmente como director de fotografía por el ICAIC. La ausencia (1968), único largometraje de ficción dirigido por Alberto Roldán, posibilitó al fotógrafo trabajar con diversas texturas en la afluencia de los recuerdos de un joven combatiente de la lucha clandestina, víctima de un accidente automovilístico que, tras ser operado, pierde la memoria. En el argumento y guion original del cineasta junto al actor protagónico Sergio Corrieri, esas remembranzas de mezclan confusamente con las del médico que lo atiende, involucrado en una historia de amor con una argelina en París.
A lo largo de la década de los setenta, Rodolfo López no permanece inactivo y enriquece su trabajo con un conjunto de títulos en el cual figuran los documentales: Pequeña crónica (1966), de Humberto Solás, El ring (1966) y El diamante (1967), realizados por Oscar Valdés (ambos de tema deportivo, en los que el uruguayo formó parte de un equipo de cuatro fotógrafos), Juegos legales (1970), de Pastor Vega, Un documental a propósito del tránsito (1971), de Sara Gómez, Del Escambray, el campesino (1972), dirigido por Rogelio París, Microbrigadas: un diario (1973), de Héctor Veitía, y Miriam Makeba (1973), de Juan Carlos Tabío (en el cual la fotografía estuvo compartida por López y Livio Delgado).
Uno de los más importantes documentales en que interviene este artífice de la cámara es Testimonio (1970), mediometraje realizado por Rogelio París, que analiza en síntesis la compleja lucha contra el subdesarrollo enfrentada en esos años por los habitantes de la región central del país. En torno a esta experiencia, explica el fotógrafo: «No tenía que detenerme a mostrar detalles del proceso de manera didáctica; bastaba con mostrar la atmósfera de este mundo. Claro, es importante que este mundo sea atractivo y lo filmamos de una forma atractiva, interesante, tal vez evitando algunas cosas que lo pudieran afear, tal vez creando la atmósfera un poco lírica, pero siempre viendo las cosas en un gran contexto, sin necesidad de enfatizar ningún detalle». Para el revelado de esta importante obra tuvieron que acudir a laboratorios en España, por no existir en Cuba ninguno especializado en el tratamiento del color. López tuvo que viajar para, con sus técnicos, estar atento al procesamiento final.
Sobresale en esta década su contribución a cinco largometrajes documentales La nueva escuela (1973), realizado por Jorge Fraga, La quinta frontera (1974), que Pastor Vega rodó al año siguiente en Panamá, y Hombres de mar (1975), dirigido por Manuel Herrera, un año antes de que Rodolfo López adoptara la ciudadanía cubana. Con ese mismo realizador laboró en otro filme de larga duración: Deportivamente (1976). A continuación, intervino en La sexta parte del mundo (1977), con dirección general de Julio García Espinosa, tributo de los cineastas criollos al aniversario 60 de la Revolución de Octubre a partir de un recorrido por la Unión Soviética revelador de su carácter multinacional. Demandó la integración de varios equipos de rodaje liderados por diecinueve realizadores y catorce camarógrafos enviados a cada una de las repúblicas que lo integraban
Cierran la trayectoria de Rodolfo López en el cine documental dos títulos en los que trabajó a las órdenes del prestigioso Bernabé Hernández. El primero es VI Festival Internacional de Ballet (1978), en el cual intervino junto a sus colegas Guillermo Centeno y Adriano Moreno en una experiencia hasta ese momento desconocida por el uruguayo: la filmación de ballets, con sus propias exigencias y complejidad. El otro es el largometraje Algo más que el mar de los piratas (1979), filmado en Santiago de Cuba en el transcurso de la tercera edición del Festival CARIFESTA 79, que a través de las múltiples actividades programadas, aborda la identidad cultural de los pueblos del área, con su diversidad de estilos y manifestaciones culturales.
Los años ochenta del siglo XX son de gran intensidad en la trayectoria de este cada vez más destacado fotógrafo. En Guardafronteras (1980), realizada por Octavio Cortázar, no dudó en incorporarse, en compañía de Roberto Fernández y Guillermo Centeno, como uno de los tres operadores de cámara del fotógrafo Raúl Rodríguez. El ICAIC lo llama para formar parte de los equipos de realización de un conjunto de coproducciones en su afán por colaborar con el movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. Descuellan cuatro dirigidas por el cineasta peruano Federico García: las cintas histórico-biográficas Melgar, el poeta insurgente (1982) y Túpac Amaru (1984), el drama El socio de Dios (1986), y la comedia La manzanita del diablo (1989).
En ese octavo decenio, Rodolfo López comparte con el francés Bernard Giraud, la dirección de fotografía de la coproducción cubano-francesa El señor presidente (1983), versión realizada por Manuel Octavio Gómez sobre la novela homónima del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. El dueto de fotógrafos tuvo que ingeniárselas junto a los escenógrafos Luis Márquez y Luis Lacosta, para reproducir visualmente el país imaginario de América Latina donde transcurre la historia de uno de esos dictadores que cíclicamente asolan esta región.
Una filmografía cercana a los cincuenta títulos reunida por el uruguayo-cubano Rodolfo López, quien ejerció la docencia en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y la Facultad de Cine del Instituto Superior de Arte, confirma la significación para el cine cubano de este hombre empecinado en el dominio de la peculiar luz caribeña, que falleció en esta capital hace dos décadas, el 7 de abril del año 2001.
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