Reverencia ante el señor ELO
16 de mayo de 2014
|¿Cuántos puntos ELO aumentó en un torneo? Esta es una de las preguntas más habituales entre ajedrecistas y seguidores del llamado “juego ciencia”. La idea de colocar en una complicada ecuación matemática la actuación de un jugador, para de ahí extraer una cifra de cuatro dígitos que, supuestamente, mida la calidad de ese hombre o mujer se ha convertido en uno de los elementos esenciales en el desarrollo del ajedrez contemporáneo.
Durante décadas uno de los temas más discutidos en el mundo de las 64 casillas fue la determinación de quién había sido el mejor jugador de todos los tiempos. Lasker, Capablanca, Alekhine Fischer, Botvinnik, hasta Kasparov, cada uno tenía decenas de miles de defensores. Entonces, ¿qué parámetros seguir en la “evaluación”?
¿Belleza de las partidas? ¿Aportes a la teoría? ¿Cantidad de eventos ganados? Lo cuantificación se unía peligrosamente con elementos cualitativos y la discusión no parecía tener fin.
Entonces, la Federación Internacional de ajedrez (FIDE, por sus siglas en francés) invitó a varios científicos para que presentaran un proyecto que terminara con las disputas. Entre las propuestas, el profesor norteamericano Arpad Elo se llevó los honores por su interesante sistema matemático, adoptado en todo el mundo en 1969.
De seguro el catedrático no imaginó que cuarenta y cinco años después su apellido sería reverenciado por los ajedrecistas. A partir del ELO, se calculó el coeficiente de jugadores como Capablanca o Alekhine; pero muchos prefieren mantener sus apreciaciones cualitativas sobre estos grandes, en lugar de acudir a las cifras. Por ejemplo, el genial cubano acumuló en su vida un ELO de 2725 puntos.
Sin embargo, también existen críticas al excesivo seguimiento del ELO como única variable para evaluar la calidad. Por más de un siglo se ha hablado acerca de la definición del ajedrez como un deporte con elementos de ciencia y arte. Basados en este concepto, algunos intentaron distanciarse de la excesiva cuantificación y propusieron un método que también premiara la creación e inventiva del ajedrecista.
En su libro “Mosaico ajedrecístico”, el excampeón mundial Anatoly Karpov—quien ha visitado Cuba en dos ocasiones— relató los esfuerzos del escritor ruso Víctor Vasiliev por introducir en torneos los llamados “coeficientes creacionales”. Estos serían tomados como elementos decisivos para los casos en que los jugadores concluyeran igualados con el mismo total de puntos. En lugar de aplicar los clásicos métodos matemáticos de desempate, una comisión especial establecería un coeficiente que reflejara la riqueza de contenido y belleza del juego.
Como era de esperarse, la iniciativa de Vasiliev no prosperó y, hasta la actualidad, las matemáticas continúan dominando. El ranking ELO de la FIDE se ha convertido en un oráculo al que todos acuden. ¿Quién es el mejor? Al menos esta vez hay coincidencia de criterios: la supremacía del actual campeón mundial y número uno del ranking, el noruego Magnus Carlsen, no deja lugar a dudas.
A pesar de las críticas, el ELO parece haber ganado la batalla. Pocos discuten su legitimidad y cada vez más los organizadores de torneos—y, por supuesto, los patrocinadores—se rigen por él para invitar a determinados ajedrecistas. Poco importa ya el premio a la mejor partida, la combinación más original o el final mejor jugado. Los tiempos del ajedrez romántico terminaron hace mucho tiempo. Los números dicen ahora la última palabra.
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