¿Renace el cine bélico?
14 de junio de 2023
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El nacimiento del cine bélico ocurre casi con el del propio Cinematógrafo. Transcurrieron apenas tres años desde la primera exhibición pública del invento patentado por los hermanos Lumière, cuando un verdadero contingente enviado por Edison, su perenne competidor derrotado, filmó el desembarco de los marines y las escaramuzas de los Rough Riders de Teddy Roosevelt en Santiago de Cuba. Nuestra gesta independentista contra el colonialismo español devenía guerra hispano-cubano-norteamericana por la intromisión de los vecinos del norte de la isla caribeña. Y si no existieron imágenes filmadas de la batalla naval de Santiago de Cuba y del hundimiento de la escuadra española del Almirante Cervera, dos astutos operadores de la compañía Vitagraph se las ingeniaron para reproducirla en una azotea neoyorquina. Les bastó una palangana sobre la que flotaban con corchos siluetas de barcos recortadas de los diarios, entre humo de cigarros y explosiones de unas pequeñas onzas de pólvora. El éxito fue tal que este diestro pase de gato por liebre fue considerado como un reportaje auténtico. El resto es historia…
Esas considerables dosis de “sangre, sudor y lágrimas”, según expresó el Premier británico Winston Churchill en su discurso inicial del 13 de mayo de 1940, predominan cada vez más en los títulos del género bélico producido no solo por Hollywood, sino por cinematografías de Europa y Asia que rememoran batallas y escaramuzas sobre todo de la segunda conflagración mundial, si bien no faltan algunas de la primera (recordemos la reciente versión germana de Sin novedad en el frente). Hasta Corea del Sur se inscribe entre los países que exploran pasajes de esos aciagos tiempos. Los cada vez más prodigiosos efectos especiales adquieren protagonismo en la reproducción de hechos reales, algunos quizás filmados por corresponsales de guerra, pero otros de los que no existen imágenes.
Incluyen desde momentos cruciales en el desarrollo del conflicto: el preámbulo del estallido, la ofensiva contra los japoneses tras el ataque a Pearl Harbor en la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941, el confinamiento en campos de concentración de los nipones residentes en Estados Unidos —a Isla de Pinos fueron enviados los de Cuba—la preparación y ejecución del cronometrado bombardeo de la capital japonesa efectuado el 18 de abril de 1942 y el destino posterior de los pilotos, la presencia en Francia de las tropas norteamericanas aliadas que, en medio del tenaz asedio a los nazis, aprovecharon el tiempo para ciertos interludios amorosos, la cruenta batalla de las Ardenas en los días que precedieron a la Navidad de 1944 y los miles de soldados estadounidenses implicados ese mismo año al otro extremo del mundo en la misión de impedir el avance de las tropas de Hirohito en una zona estratégica.
En este renacimiento del cine bélico, extrañamos en filmes de ficción y las tan reveladoras series documentales tendientes a multiplicarse, el inconmensurable aporte de la Unión Soviética a la liberación de Europa del nazismo alemán, reducido en la mayor parte y, en algunas películas, hasta vergonzosamente ignorado en aras de ponderar el papel de los aliados. Por fortuna, algunos cineastas se apartan de la corriente imperante y prefieren no olvidar cuánto horror vivió la Humanidad, como el británico Jonathan Glazer, quien acaba de obtener uno de los máximos galardones del reciente Festival Internacional de Cine de Cannes con La zona de interés, su aclamada versión de la novela homónima de Martin Amis sobre la vida cotidiana de un oficial nazi y su familia en el seno de un campo de exterminio masivo.
Si apelamos a la compilación realizada por el crítico español Javier Coma, especialista en el cine bélico y su repercusión en la producción hollywoodense, solo en 1942 fueron producidos 28 largometrajes de ficción de tema bélico, frente a 15 comedias, 12 melodramas sentimentales, 11 musicales, y solo 7 oestes y tres filmes biográficos. Este historiador del género —quien rechaza el frecuente uso peyorativo del vocablo propaganda para calificar esa producción— propone “una visión global y calidoscópica de cómo el Hollywood clásico, en distintos períodos y desde diferentes ángulos, contempló la Segunda Guerra Mundial”.
Si el encuadre es el punto de vista del director, observemos estas aproximaciones contemporáneas a la primera y segunda conflagración mundial desde sus distintas y muy variadas perspectivas. Mientras algunos cineastas se atreven a distorsionarlas, no faltan acercamientos a través del humor (La vida es bella, El tren de la vida…) a páginas del holocausto que muchos pretenden aun olvidar y hasta negar su existencia, sin contar aquellos para quienes los conflictos bélicos representan solo oportunidades para el muy rentable despliegue espectacular.
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