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Regino López, actor del teatro Alhambra

4 de abril de 2014

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El 14 de enero de 1945 la prensa habanera coincidió en dar a conocer la muerte, a los 84 años de edad, de una de las más notables figuras del ya entonces inexistente teatro habanero Alhambra: Regino López, quien había nacido en Asturias, España, y llegó a los diez años de edad a la capital cubana, donde, tras desempeñarse como tabaquero, despuntó su vocación histriónica.
De las crónicas publicadas con posterioridad al fallecimiento de Regino López escogemos la publicada el 16 de enero de 1945 por el periodista y crítico José Manuel Valdés Rodríguez en el rotativo “El Mundo”.

 

Los periódicos del domingo informaron el inesperado y sensible fallecimiento de Regino López, una de las figuras más representativas de la época de oro del teatro Alhambra, de la escena vernácula que monopolizó la atención y el apasionado entusiasmo de un enorme sector del público durante varios lustros, especialmente en los días iniciales de la República al comienzo del fecundo decenio 1920-30.
Como han señalado las nota necrológicas en los periódicos habaneros, Regino López, unido a Federico Villoch, Miguel Arias y Gustavo Robreño, ocupó el centro de la actividad del viejo teatro de la calle Consulado desde cuyo escenario se hizo la critica de la vida pública cubana. Una crítica entre bromas y agudezas, en “choteo”, para emplear el criollísimo vocablo, pero afirmadora de los valores nacionales y requeridora de la idoneidad moral e intelectual en los hombres al frente de los destinos del país. Ese batiente político de la actividad de Alhambra fue, a mi juicio, el factor decisivo en el favor y la adhesión del público. Un público heterogéneo y diverso, animado, sin embargo, por igual deseo de ver enjuiciada la vida pública del país y sus hombres más representativos y ganosos, también, de una diversión un tanto picaresca, si bien mucho menos picante que lo imaginado por la mente calenturienta de los muchachos y jovencitos que anhelaban estrenar los pantalones largos para tener entrada en Alhambra.
La concurrencia de Alhambra ofrecía al observador un verdadero corte vertical en el agregado social cubano. Desde los sesudos magistrados de la Audiencia y el Supremo, los abogados y médicos más prestigiosos, los caballeros y rentistas a los obreros y a gente del pueblo, los guajiros visitantes de la ciudad, los jóvenes de casa rica, hijos de las mejores familias, los dependientes del comercio, pasando por algún que otro sacerdote, de manga ancha, según la frase de Juan José Arrom, era posible encontrar en Alhambra representantes de todos los grupos sociales.
Y cuantos asistían a Alhambra, movidos por un motivo u otro, tenían los ojos fijos en la figura singular de Regino López, actor un tanto monocorde, pero de una exuberancia y fuerza de expresión poco comunes; con un dominio ejemplar de la escena del género por él cultivado con un amor y una devoción que iban mucho más allá del mero gesto profesional. Como ciertos escritores sinceros que ponen sangre e lo que escriben, así ponía Regino López en su labor lo mejor de sí mismo. De ahí su éxito. De ahí ese favor invariable del público durante años y años. De ahí la eficacia de su interpretación del gallego, y sobre todo de los deshechos humanos, como el famoso Cañita, con un fondo de imborrable moral verdaderamente rigorista, capaces de alzarse para acusar a quienes aparentan un decoro y una honradez de que carecen en el fondo,
El recuerdo de Alhambra y de Regino está fundido a los mejores días de la adolescencia de los hombres de mi generación. Imposible, por otra parte, desconocer el papel que han jugado en la vida política y en el teatro en Cuba. No intenta esta leve nota justipreciar aquella organización escénica ni a las principales figuras que la integraron. El caso de Alhambra y su lugar en la historia del arte teatral y de la política en Cuba desde 1900 a 1920, poco más o menos, está pidiendo un buceo prolongado y a fondo, metodizado y agotador. Ahora hemos de limitarnos a estas líneas cordiales y sentidas, movidas por la muerte inesperada de una personalidad teatral y social, inserta en la vida de días lejanos de nuestra ciudad, de nuestro teatro y de nosotros mismos.

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