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Regino López

30 de marzo de 2023

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El actor y empresario Regino López

El actor y empresario Regino López

Todos los que han mostrado algún interés por  la historia del arte escénico en Cuba, recordarán lo asociado que está al legendario teatro habanero Alhambra  —que dejo de existir en 1935, tras décadas de gloriosos éxitos en su escenario—, el nombre del actor y empresario Regino López,  quien nació en 1860 en Grado, municipio de la comunidad autónoma del Principado de Asturia, en España, y fallecería en esta capital el 13 de enero de 1945.

Y desde nuestra sección vamos a evocarlo hoy con la publicación de una nota informativa y de un artículo que, al siguiente día de su deceso, respectivamente se publicaron en los rotativos Diario de la Marina y El Mundo.

                                                      Murió Regino López

 

Anoche, a las nueve y media, dejó de existir Regino López, quien, durante más de medio siglo, día tras día, recibió el aplauso cerrado del público por sus magníficas actuaciones teatrales. El genial artista desaparecido nació hace 84 años (sic) en Grado, Asturias. Vino a Cuba a los diez años, trabajando después como escogedor de tabaco. Desde pequeño fue atraído por las tablas y, como aficionado, actuó en funciones  ofrecidas por los centros regionales de la capital, especialmente en el asturiano, de donde era socio fundador. Debido al éxito cosechado en las tablas, ingresó en el teatro Alhambra, donde laboró por espacio de cincuenta años haciendo el papel de Cañita desde la época de La casita criolla (1912). Regino López, además de artista, actuó como empresario en sociedad con Federico Villoch. Por último laboró en la Compañía Garrido-Piñero hasta hace cuatro años en que se retiró. El magnífico artista deja un hogar cubano constituido por su señora viuda, tres hijos —Oscar, Armando y Regino—  y varios nietos. Nunca había enfermado de gravedad hasta el día primero.

 

Y en el diario El Mundo aparecería el 14 de enero de 1945 este artículo de José Manuel Valdés Rodríguez también bajo el título de Murió Regino López.

 

Los periódicos del domingo  informaron del inesperado y sensible fallecimiento de Regino López, una de las figuras más repr4esentatuivas de la época de otro del teatro Alhambra, de la escena vernácula que monopolizó la atención y el inesperado entusiasmo de un enorme sector del público durante varios lustros, especialmente de los días iniciales de la República al comienzo del fecundo decenio 1920-1930.

Como han señalado las notas cronológicas en los periódicos habaneros, Regino López unido a Federico Villoch, Miguel Arias y Gustavo Robreño, ocupó el centro de la actividad del viejo teatro de la calle de Consulado desde cuyo escenario se hizo la crítica de la vida pública cubana. Una crítica entre bromas y agudezas, en «choteo» para emplear el criollísimo vocablo, pero afirmadora de los valores nacionales y requeridora de la idoneidad moral e intelectual en los hombres al frente de los destinos del país.

Ese batiente político de la actividad de Alhambra fue, a mi juicio, el factor decisivo en el favor y la adhesión del público. Un público heterogéneo y diverso, animado, sin embargo,

Por igual deseo de ver enjuiciada la vida pública del país y sus hombres más representativos y ganosos, también, de una diversión n tanto picaresca, si bien mucho menos picante que lo imaginado por la mente calenturienta de los muchachones y jovencitas que anhelaban estrenar los pantalones largos para tener entrada en Alhambra.

La concurrencia de Alhambra ofrecía al observador un verdadero corte vertical en el agregado social cubano. Desde los sesudos magistrados de la Audiencia y el Supremo, los abogados y médicos más prestigiosos, los caballeros y rentistas a los obreros y la gente del pueblo, los guajiros visitantes de la ciudad, los jóvenes de casa rica, hijos de las mejores familias, los dependientes del comercio, pasando por algún que otro sacerdote, «de manga ancha», según la frase de José Juan Arrom, era posible encontrar en Alhambra representantes de todos los grupos sociales.

Y cuantos asistían a Alhambra, movidos por un motivo u otro, tenían los ojos fijos en la figura singular de Regino López, actor un tanto monocorde, pero de una exuberancia y fuerza de expresión poco comunes, con un dominio ejemplar de la escena del género por él cultivado con un amor y una devoción que iban mucho más allá del mero gesto profesional. Como ciertos escritores sinceros que ponen sangre en lo que escriben, así ponía Regino López en su labor lo mejor de sí mismo. De ahí su éxito. De ahí ese favor invariable del público durante años y años. De ahí la eficacia de su interpretación del gallego, y sobre todo de los desechos humanos, como el Cañita, con un fondo  de insobornable moral verdaderamente rigorista, capaces de alzarse para acusar a quienes aparentan un decoro y una honradez de que carecen en el fondo.

El recuerdo de Alhambra y de Regino está fundido a los mejores días de la adolescencia de los hombres de mi generación.

Imposible, por otra parte, desconocer el papel que han jugado en la vida política y en el teatro en Cuba. No intenta esta leve nota, justipreciar aquella organización escénica ni a las principales figuras que la integraron. El caso de Alhambra y su lugar en la historia del arte teatral en Cuba desde 1900 a 1920, poco más o menos, está pidiendo un buceo prolongado y a fondo, metodizado y agotador. Ahora hemos de limitarnos a estas líneas cordiales y sentidas, movidas por la muerte inesperada de una personalidad teatral y social inserta en la vida de días lejanos de nuestra ciudad, de nuestro teatro y de nosotros mismos.

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