Pintar ¿una terapia?

7 de abril de 2014

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Estrella Díaz

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Academia de Artes de San Alejandro, Artes plásticas, Paisajismo

Fotos: Cortesía del artista
En estos momentos Rodolfo Valdés Montes de Oca —pintor cubano egresado de la Academia de Artes de San Alejandro en el año 2000— prepara una muestra personal de paisajes que, próximamente, exhibirá Panamá y, también, sueña con comenzar una carrera de escultor.

En entrevista reciente al espacio Luces y sombras de Habana Radio, el joven creador aseguró que siendo niño era muy introvertido, rasgo que lo llevó a comunicarse a través del dibujo, más que de la palabra.
“Mi papá, aunque no es pintor pero siempre le gustó el arte, fue quien me enseñó a dibujar. De niño veían en mi mente, con toda perfección, lo que mi mano no podía hacer y sufría mucho. Eso me llevó a intentarlo una y otra vez y, por otra parte, mi papá de estimulaba a que practicara cada día. En el año 1989 mi familia permutó del barrio de Lawton hacia la Víbora, y un vecino —que siempre me veía pintando— le dijo a mis padres: ‘lleven a ese niño a estudiar artes plásticas, que se ve que tiene vocación’. Luis Montalvo me lleva a ver a Gladys Castañeda, quien tenía un taller experimental de arte para niños en Centro Habana y ahí, a los nueve años, comencé a estudiar artes plásticas. Fue una época difícil, pero hermosa; eran los años noventa y desplazarse de un municipio a otra en transporte público, regresar a la casa, hacer las tareas de la escuela —la mayoría de las veces sin luz eléctrica— era complejo y requería de un gran esfuerzo. Gracias a la tremenda comprensión y ayuda de mis padres, de mi abuelo materno, otros familiares y hasta de los vecinos —que con sus elogios constantes estimulaban mi espíritu— se impulsaron a seguir.

¿Cómo llegas a San Alejandro?
Fui a la Escuela Elemental de 23 y C para prepararme y después hice los exámenes de ingreso en San Alejandro y allí estuve desde 1996 hasta el 2000. La experiencia de la Escuela Elemental fue muy hermosa porque habían tres especialidades que se reunían en la escuela Raúl Gómez García para recibir las docencia; ahí coincidíamos los estudiantes de plástica con los de ballet y los de música. San Alejandro fue una gran escuela y tuve la suerte de tener a profesores muy buenos que me han dejado excelentes herramientas para mi vida como artista, pero también fue medular el intercambio con otros alumnos. Uno seguía muy de cerca el trabajo de los que estaban en cuarto año y, lógicamente, así se aprende. Eso es algo muy importante porque la escuela te obliga a relacionarte con otros alumnos de diferentes niveles y uno va absorbiendo de todos. También es muy importante estar atento a las críticas de los profesores porque uno se va autoanalizando y llegas a convertirte en tu mayor crítico. Hay que aprender a auto valorarse y, sobre todo, exigirse cada vez más.

Aunque aún eres muy joven, al repasar tu obra uno se da cuenta que incursionas en el abstraccionismo, pero también en el paisajismo (urbano y rural) y también tienes una serie dedicada a las flores y otra a detalles ¿todo a partir de series?
Voy por la calle y observo todo, incluso, hay quienes me critican porque tropiezo y hasta puede que me caiga y me dicen que ando en el limbo, pero es que de ese limbo surgen cosas interesantes. Un paisaje realista o un abstracto puede salir de una mancha que capté en el muro del malecón, o del bache de una calle, o de la fachada de un edificio despintado o descascarado, o del tronco de un árbol… aparecen manchas muy atrayentes. Y ahí comienza una contradicción porque me dicen: ‘tú eres  paisajista y no puedes hacer eso’. No, me siento artista de la plástica y por eso pienso que puedo hacer todo lo que quiero. Para mí pintar es como una terapia porque a través del arte descargo toda la energía emocional y la plasmo en la obra ¿qué el resultado final es una paisaje?: puede que sí o que no e, incluso, ni el título de la obra me interesa que sea geográfico. Por ejemplo, a veces pintar el Valle de Viñales no se trata del propio valle sino de algún pensamiento interior que tengo.

La atracción la veo como el destalle de un paisaje que magnifico. La serie de las flores surgió de la observación del jardín de mi madre: un día vi una orquídea, casi seca, que trasladé del marco de ventana para un tronco de roble y tiempo después, floreció. Eso me motivo a pintarla y, luego, repetirla en varios colores.
También de la observación nació una serie de detalles y otra de marinas, que no es muy grande, pero que en cualquier momento retomo. El trabajar en series me permite ese mecanismo de regreso a lo anterior que lo interpreto como una retroalimentación.

¿Y cómo mutas de una serie a otra?
A veces estoy concentrado en una serie de paisajes y, de repente siento la necesidad de ir a un detalle y, luego regreso al paisaje. Es como un ir y venir de un tema a otro. Vivo en las alturas de La Víbora, que tiene muchas lomas y casas de hermosísimas fachadas que también me inspiran y las llevo al lienzo. Aún me queda mucho por hacer y nuevos caminos que transitar”.