Persecución implacable
31 de julio de 2022
|Los seriales policiales los entrenaron. Al salir del elevador comprobaron que todas las puertas estaban cerradas y nadie andaba por el pasillo, ni siquiera un perro escapado que los pudiera delatar. Se acercaron a la puerta del apartamento. De la bolsa, la joven extrajo la llave. Abrió, mientras él le resguardaba las espaldas. Respiraron tranquilos. Estaban a salvo. Al arribar al hogar dos horas antes de lo acostumbrado, ningún oído estaba en acecho. Entonces, directo hacia la cocina.
Depositaron las pizzas en el microwave. No eran de las más caras ni de las más baratas. El vino en el refrigerador. Eran imaginativos. Les sabría a champán francés. Este día lo prepararon con antelación. Lo soñaron. Era un día especial, de celebración. No abrirían las ventanas. Y, por supuesto, en silencio total los teléfonos. Eran las tres de la tarde y corrieron a la ducha. Procedieron a liberar el amor de dos cuerpos sanos, cumplidores de sus responsabilidades sociales en días difíciles, libres hoy de la presión del tiempo.
A la hora planeada, a las siete de la noche ella puso la mesa con mantel y todo. Burlón, él preguntó por los candelabros. Sí hubo servilletas y el vino se sirvió en copa. Transcurrían la treintena y el matrimonio ya les duraba cinco años. Tres, pasados en este piso rodeado de ancianos por todas partes y de todas las edades. A aquellos vecinos curiosos les resultó difícil entender que ella era la psiquiatra y él, el psicólogo porque en los seriales, los psiquiatras son hombres y psicólogas las mujeres. Y también los seriales influyeron en lo que vino después.
Los vecinos creían que eran los amos y señores de la sabiduría humana, capacitados para borrarles del pensamiento todas las preocupaciones, todos los temores, inclusive el miedo a la muerte multiplicado por un virus que envolvió en sus redes al globo terráqueo. Y a todas horas llamaban a la puerta, hacían timbrar el teléfono fijo. Les robaron el tiempo de descanso. Les encautaron los minutos de evasión de la realidad del día a día, de escapar de la monotonía absorbiendo las preocupaciones y tristezas ajenas, cargadas al hombro en la labor diaria. Les encautaron la libertad individual a que tenían derecho.
A oscuras todavía en la sala, bebían el último sorbo de la botella de vino. Sonreían en la celebración de los cinco años juntos de conocimiento a fondo del cuerpo y el espíritu. De pronto, un recuerdo les rompió la placidez. Era la hora de una llamada del hijo ausente de los vecinos más viejos del piso. Y el telefonito se les hacía difícil de manipular con los dedos temblones. Saltaron hacia la puerta. La abrieron y una voz agrietada intentó un grito: YA ESTÁN AQUÍ. Y las puertas de los apartamentos se abrieron. Y llegó un cake, una legítima botella de champán y regalos reveladores de la dispar economía de los vecinos. Después de la algarabía de las felicitaciones, la más joven de las ancianas les lanzó a la cara, una crítica colectiva. “A ver, cuando nos traen un nieto”. En voces de mujeres y hombres en coro bien organizado se escuchó un “Nosotros los ayudaremos a criarlos”. Entre lágrimas de alegría, los jóvenes se miraron. Aquella tarde hicieron el amor sin protección porque ya estaban seguros de que su unión resistiría la prueba del día a día.
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Comentarios
Buenas tardes doña Ilse espero este bien ,le escribo desde un pueblo de venezuela en los andes se llama sabana libre,escucho su emisora desde hace dos años .mediante un injerto de antena decodificadores usados por el satelite 35w y me he quedado prendado por su calidad y ahora leyendo sus escritos me doy cuenta porque es la asesora felicitaciones .un abraso desde la patria grande y gracias a su pueblo por la ayuda que nos prestan ,saludos !!!