Para ser mejores
11 de noviembre de 2016
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Los dos últimos artículos que escribí abordaban el tema de las emociones en el área de las profesiones médicas y sobre los tonos emocionales de las palabras, y me parece que resulta de interés cruzarlos, porque si mal no recuerdo escribí sobre los diferentes tonos que se usan y que puede ser sencillo, íntimo, impersonal. También en el otro trabajo dije que los médicos, enfermeros y otros profesionales de la salud tienen necesidad de ser entrenados en cómo expresar sus emociones en el contacto con sus pacientes de forma beneficiosa para ambas partes.
Pues bien, a mi modesto entender, en la relación médico-paciente, enfermero-paciente debe existir una forma muy especial y única de comunicarse emocionalmente: con un uso muy particular del pensamiento lógico-científico por una parte, y por otro lado, un manejo emocional efectivo, donde se incluye el tono, así como las expresiones extra verbales. Estas últimas se manifiestan a través de la expresión facial y corporal. Que todos estos elementos tengan un carácter particular, según la personalidad y experiencia del profesional, el paciente, su enfermedad, pronóstico, lo cual se convierte en el “paquete” (usando terminología turística) que conllevará no solo un mejor y más eficiente ejercicio profesional, sino que ayuda desarrollar valores éticos como el humanismo, la solidaridad.
Hasta aquí todo está claro en el sentido de que el paciente necesita que su médico resuene afectivamente con su padecimiento, su dolor, en la medida y tono preciso, sin quedarse por debajo y mucho menos sobredimensionando. Por ejemplo, a las personas, por regla general, no nos gusta que nos digan que tenemos que someternos a un tratamiento quirúrgico, o sea, que hay que operarnos, porque empezamos a pensar si tenemos “algo malo”, si la anestesia, si la cicatriz, si las consecuencias, etc.; por lo que esperamos que el cirujano entienda y maneje nuestros temores con la seriedad que uno le da, y no que se sonría disminuyéndole importancia, porque él está acostumbrado a hacer “esa cirugía tan sencilla”. ¡Error! Será sencilla para él, pero para uno es muy serio que te metan en un quirófano. Tampoco es bueno que se le dé al paciente las explicaciones que pide en un tono impersonal, distante y mucho menos burlón, en presencia de otros, en fin, en un tono inapropiado.
La otra cara de la moneda es el médico como ser humano, con todas las implicaciones que esto lleva, por lo que no se puede esperar que de forma espontánea posea un alfabetismo emocional lo suficientemente entrenado para saber establecer los límites entre su vida profesional y la personal, sin que una invada la otra y, principalmente, que una o las dos salgan dañadas. Es por ello que reafirmo lo que escribí en semanas anteriores sobre la necesidad que la enseñanza y entrenamiento de las competencias emocionales sean un elemento a tener en cuenta como un campo emergente dentro de la educación médica.
Algo sí es cierto, y es que la profesión médica deja huellas y no es extraño que en la noche, acostado en su cama, en vez de contar ovejitas para conciliar el sueño, esté pensando en una técnica quirúrgica que utilizará al otro día o en un posible diagnóstico, o en cualquier otro asunto relacionado con su actividad laboral. Es por eso que el área o campo de la inteligencia emocional dentro de la práctica médica resulta de sumo interés y requiere ser estudiado, generando investigaciones, porque además de ser imprescindible, es apasionante.
Queramos o no, nos enfermamos, y en el ciento por ciento de las veces que acudimos al consultorio, queremos no solo que nos atiendan con alta efectividad técnico profesional, sino con el tono emocional justo, adecuado que funcione como soporte imprescindible para entender el diagnóstico, para que sigamos las instrucciones, con la confianza de que el médico que nos atiende nos trata como seres humanos, con nuestros miedos, defectos y no como un simple diagnóstico ¿O es que no han escuchado alguna vez que en la sala de un hospital se habla de “la diabetes de la cama 4“? Manifestando la ignorancia hacia el ser humano que tiene una vida, con su historia única, sus cuestionamientos, una familia que lo apoya o una soledad que le hace la vida más difícil. En fin, lo dicho, hay que trabajar mucho en esto
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