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Papeles son papeles

15 de julio de 2017

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12-papel-fotocopiadoLa llamada llegó del balcón. O a él le disminuía la capacidad auditiva o al vecino la voz de tenor le rebajaba a la categoría de bajo con ronquera. Le contestó con un “¡Ya bajo!, que el consideró con la potencia debida. Ninguno había transigido al entretenimiento colectivo de las telenovelas, no por un machismo fuera de tiempo, si no porque al paso de los años encontraron un entretenimiento para ellos más beneficioso a pesar de las indirectas y directas de los nietos, el arreglo del mundo a través de los análisis realizados a las intervenciones escuchadas, vistas y leídas de los especialistas. Las aprobaban o enfrentaban a las propias.

Era una amistad nacida, criada y engrosada durante cuarenta años. Nació al compás del ladrillo, cemento y arena muy jocoso en la melodía del Ronco del Filing, pero sudada y angustiada bajo un sol que si bien azuza más en los últimos tiempos, siempre resultó una maldición agotadora en la erección de edificios y en los cortes de caña quemada, experiencia compartida por ambos.

Aquel contador de pocos años de graduado y rápido incremento familiar por la tenencia de hijos y el obrero multioficio de la entidad administrativa, también recargado de descendencia, se saludaban en los espacios cerrados de las oficinas cuando el servicio sanitario del piso no funcionaba o por casualidad comían en la misma mesa del comedor obrero. La amistad, la que hermana a los hombres en gotas de sudor y largas horas compartidas, comenzó frente aquel terreno vacío, clamante de los huecos de los cimientos del edificio que resolvería los personales líos familiares producidos por la falta de una vivienda propia.

Construyeron el edificio y la amistad. Compartieron cumpleaños de niños más bodas y divorcios de aquellos crecidos niños y en el presente aunque con menos esfuerzo físico y más palabras, trataban por lo menos, de influir en los nietos, esos nativos del tecleo y las imágenes veloces. A esta hora nocturna, reunidos después del Noticiario de la TV, de todos los escuchados en la radio y leídos todos los periódicos, sentados en el banco edificado por ellos y debajo del árbol sembrado por ellos, desmenuzaban el andar del mundo.

Esa noche, inspirado por  un tímido frescor, tomó la palabra el contador jubilado. En la mano, un artículo traído por un nieto y que consideraba muy interesante. Trataba de las migraciones. Ante el silencio del amigo y encontrando en aquel silencio la aprobación, inició  la lectura un poco tambaleante por la escasez de luz y de visión juvenil.

“Acuciados por las guerras de odios y conquistas, por la crueldad de hombres deshumanizados, por hambrunas generalizadas, por desgarros financieros, por ilusiones de tierras prometidas, por ansias de aventuras, los habitantes de este planeta se mueven en todas las direcciones, abandonan sus cunas de nacimiento y…”.

El amigo en su voz de bajo ronco lo interrumpe no para aplaudir el artículo, ni para disentir en un punto determinado. Simplemente, dice en su nueva voz de bajo ronco: A la mujer de mi hijo el padre la reclama desde allá.

Al contador se le escapó el papel de la mano impulsado por esa brisa desganada.

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