No es maná del cielo
22 de abril de 2016
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Ser optimista es fuente de la motivación y parienta muy cercana de la esperanza porque para tener deseos de llevar a cabo una tarea, mantenerse centrado en la meta, siendo capaz de evadir, enfrentar o destruir los obstáculos hay que mantener buenos niveles de optimismo, el cual se nutre de la esperanza de lograr el éxito. Pero decirlo es más fácil que ser realmente optimista, solo con la intención de serlo, sonreír y darse unos golpecitos en el pecho al estilo de Tarzán (con el gritito acompañante) no es ni remotamente el verdadero optimismo. Digo esto en tono de broma porque es frecuente ver a personas que de forma externa y claramente verbal se manifiestan con una actitud aparentemente animada, mientras que interiormente tienen procesos diferentes, con dudas, incoherencias emocionales, racionales, y hasta pesimismo, pero que no lo expresan por muchas y diferentes razones; algunas válidas y otras no.
Pongamos un ejemplo; si nos fuimos de campismo a lugares intrincados y nos atrapa un mal tiempo, el jefe del grupo, que debe ser conocedor del lugar, sabe que estamos en una situación de peligro y puede que sepa que es difícil salir del aprieto, pero esta inseguridad y pesimismo no la manifiesta para que el grupo no se desanime y se aterrorice porque nuestras vidas están en verdadero peligro, por lo que se manifiesta optimista y asegura que logrará manejar la situación para llegar a un buen término la excursión. En este caso está justificada la conducta supuestamente optimista, si además ha tomado todas las precauciones para no poner en mayor peligro al grupo de personas que están bajo su protección.
Así mismo los que somos padres nos ha pasado que hemos tenido que insuflarle tranquilidad a nuestros hijos en algún incidente desagradable (el auto se ha averiado en medio de la noche o algún familiar ha tenido un accidente o ha tenido que realizar un viaje largo) y de la misma manera el objetivo es que los otros no se desmotiven, no se asusten y caigan en pánico. Sin embargo, estas son situaciones de excepción, porque en la vida cotidiana debemos ser auténticamente optimistas.
El real optimista ¿cómo es? Pues les digo que son aquellos que persisten en perseguir la meta, a pesar de los obstáculos y contratiempos, no funcionan por miedo al fracaso, sino por la esperanza del éxito, lo que quiere decir que se centran más en las oportunidades que en las amenazas y consideran que los contratiempos se deben a circunstancias manejables antes que a fallos personales, y es por eso que les dije que es muy cercana a la esperanza, es más, yo diría que están ligadas siempre, porque la esperanza es la fuerza motivadora fundamental y si no está presente, puede que la persona se paralice ante los obstáculos. Como ven, ser optimista es mucho más que tener el deseo de serlo y que mostrarlo, sino que es parte de un aprendizaje que empieza temprano en la vida y dura siempre. Aunque tampoco se puede esperar que siempre estemos motivados ante todos y todas las metas, sino que hay una selectividad, y en dependencia de los intereses y metas que nos proponemos, el optimismo será mayor o menor.
Por último, quiero hacer énfasis en que el optimismo no puede basarse en falsos criterios, ni en fantasías, ni fabulaciones, porque eso es ciencia ficción. Así el director de la fábrica de mermelada de mango (pongo este ejemplo porque me fascina este dulce) tiene que motivar a los trabajadores en cuanto a que la producción se logrará al 100% porque están todas las condiciones para ello, o sea, la materia prima, los recipientes, la maquinaria, los trabajadores y además porque muestra capacidad para resolver determinados problemas que se puedan presentar; pero no es saludable y desanima mucho que funde su optimismo en “que tengo la certeza de que todo se arreglará” porque es como decir que está esperando que caiga maná del cielo, y del cielo lo que cae naturalmente es la lluvia y el hielo para los que viven muy arriba o muy debajo en este lindo planeta.
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