Nicolás Dorr: “Siempre hay algo de uno mismo en lo que escribes”
22 de enero de 2014
| |Realizada el 13 de diciembre de 2010
-Me gustaría que confesara sus hábitos de escritor, sus fuentes de inspiración
Siempre estoy como “esponjeando” a las personas que están a mí alrededor, y siempre hay algo de uno mismo en lo que escribes, en las diferentes etapas de la vida hay diferentes preocupaciones y experiencias que después se vuelcan en la obra. Soy un escritor decimonónico, en el sentido de que no puedo escribir directamente a la máquina de escribir, y mucho menos a la computadora, tengo que escribir a lápiz sobre el papel ese estado nervioso que me crean los personajes, es como si me dictaran lo que debo escribir. Todo lo hago primero en voz alta, eso ha dado organicidad a los diálogos, cuando ellos hablan en voz alta yo voy transcribiendo lo que dicen. Y eso no se puede hacer de otra forma que no sea con lápiz y papel, y en las más diversas posiciones: sentado en el piso, acostado, de pie, en una guagua. Cuando escribí El agitado pleito entre un autor y un ángel me sentía muy combativo, impulsado por la zafra del 70, donde estuve por varios meses y allá me llevé las páginas que había escrito de la obra. Allí coincidí, en el albergue, con los de la Opera y con actores de la Compañía Rita Montaner. Los operáticos ensayaban por la noche, de pronto llegaron los percusionistas con sus tumbadoras, y también ensayaban. Yo no dejé de escribir allí, y ese ambiente le daba un ritmo a mi obra, le daba fuerza e intensidad, que era como un replanteo de todo lo que había escrito hasta ese momento y avizoraba lo que iba a hacer en el futuro.
-¿A qué hora prefiere escribir?
Soy un escritor nocturno, porque en la noche se despiertan los demonios, se despierta la imaginación, hay más tranquilidad, me siento como alucinado. Por la mañana es el raciocinio, es el momento de revisar lo escrito, de quitar lo que no está bien. He aprendido mucho con las puestas en escena, me han enseñado la síntesis. Por ejemplo, para La chacota los actores me pidieron textos. He recibido los aportes de actores y de directores, pero tengo que sentirlo mío, no lo incorporo por complacer a nadie. En resumen, escribo en la noche-madrugada, pero cuando estoy muy inspirado, cualquier hora es buena.
-¿Construye primero los personajes, cómo surge el diálogo?
Los personajes me sugieren el diálogo, su manera de ser. Hay que meterse en el personaje como lo hace el actor, siempre digo que el dramaturgo es el primer actor porque vive el personaje. El viejo habla como viejo, y el niño habla como niño, por eso a veces tengo que involucionar y volverme juvenil porque el personaje lo necesita. Así hice para Vivir en Santa Fe, tuve que buscar a los muchachos de la cuadra para conocer su estilo. He tratado de que el diálogo en mis obras sea activo y productivo, que haga avanzar la acción y que sea sintético, ingenioso y atractivo.
-Sus textos tienen el tono de humor. ¿Por qué lo prefiere así?
Empecé así, con un poco de ironía. Ya en Una casa colonial hay un humor refinado, siempre me ha rodeado un ambiente de exquisitez, y a mí me ha gustado. Por eso me hizo muy feliz ver al público que asistió a ver esa obra, un público muy popular que iba a ver una comedia refinada. Es la posibilidad que tiene el autor de comunicarse con diferentes públicos, no soy un autor elitista, mi teatro ha sido aceptado por muchos espectadores. En el Teatro Martí puse La chacota, y lo llenamos día a día, tenía 800 butacas, claro, tuve como protagonistas a Margot de Armas, Adolfo Llauradó, Hilda Oates, Zoa Fernández. En el 80 tuve otras experiencias en la sala Covarrubias, y en la Avellaneda se puso Una casa colonial, a teatro lleno. Allí estaba María de los Angeles Santana. También lo hizo Eloísa Alvarez Guedes, lo montó en 14 días porque María tuvo un accidente. Lo hizo Nilda Collado en la última puesta.
-Ha trabajado con grandes actrices
Rosa Fornés es una de ellas, fue un estímulo que ella aceptara que yo escribiera Confesión en el barrio chino. Y quedé tan complacido que escribí otro personaje para ella, el de Vivir en Santa Fe, y por si fuera poco, le hice Nenúfares en el techo del mundo. Recientemente le escribí Mejilla con mejilla. Ya hicimos una lectura, Rosa estuvo muy bien. He trabajado con Elena Huerta, con Herminia Sánchez, con Aurora Basnuevo, con Coralita Veloz. También he trabajado con grandes actores: Pedro Rentería, José Antonio Rodríguez, Miguel Navarro. Ellos me han ayudado a relacionarme mejor con el público. El texto es importante, pero si el montaje no es bueno y los actores no son atractivos, puede originarse el fracaso.
-¿En qué momento se decide a ser el director?
Mi hermano Nelson estaba muy complicado en su trabajo, y Modesto Centeno había muerto, entonces me decidí a probar, fue en el 78. Hice mis tres primeras obras, inspirado en lo que dijo Rine Leal sobre ellas. Mi gran amigo Héctor Quintero me ofreció la sala el Alhambra y resultó bien, así que pude independizarme de Nelson. Vivir en Santa Fe y Confrontación las dirigí junto a Dimas Rolando. Me siento bien dirigiendo, es agotador, pero no hay traiciones, uno lo hace como lo imaginó, aunque los actores ponen algo de su cosecha, y eso no me gusta.
-¿Cuándo es el director qué margen de improvisación le deja al actor?
El problema viene cuando añaden cosas sin consultarme. En la función el actor es el dueño de la escena, no puedes levantarte y corregirlo, te alteras cuando eso ocurre. En el ensayo es diferente porque vamos probando si el verbo funciona. Cuando escribes el diálogo buscas la mayor significación de la palabra escogida. Ningún cantante le cambia la letra a Portillo de la Luz, o el verso de un poema.
-¿Qué sucede cuando otro director estrena su obra?
He tenido la suerte de imponerme. Centeno era de los directores que decían: el texto es del director. A veces alguna actriz decía una morcilla y me ponía inquieto, pero no tanto como para suspenderla. Mi teatro se ha puesto en otros países, pero casi nunca asistí a los estrenos.
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