Música y descolonización (II)
31 de diciembre de 2019
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Quienes tienen algunos conocimientos sobre la historia de la música, es decir, la europea, saben que la fuente del sistema occidental se remonta a Pitágoras, un genio matemático griego quien aseguró que existe una relación entre los números y los sonidos. En cuanto al Renacimiento, se caracteriza por el predomino de la polifonía (varias líneas melódicas diferentes a la vez). Pero al no existir reglas, cada compositor era libre de crear obras hasta veinte o treinta líneas melódicas simultáneas, lo que provocaba un gran caos, situación que debió esperar hasta el período Barroco para resolverse. Veamos lo que dice Leonardo Acosta en su libro Música y descolonización.
“Con la escala temperada de Juan Sebastián Bach, la música occidental entra en una etapa que no terminará hasta principios del siglo actual (XX). Aunque los puntos de demarcación históricos resultan siempre algo arbitrarios, podemos contar con cierto margen de exactitud al señalar que en aquel momento la música europea se apartó radicalmente de las músicas de otras latitudes, abandonando el modalismo del Medioevo /…/ e instaurando definitivamente el ciclo de la “música clásica” tal como la conocemos hoy. /…/ Desde entonces y durante casi dos siglos, Alemania sería la primera potencia musical de Europa, aunque a costa de la casi desaparición de su música folklórica”. En este sentido, Acosta aclara que Alemania fue uno de los países que más se atrasó en el proceso de cambios sociales iniciados en el Renacimiento, pero que la alianza de la nobleza con el luteranismo favoreció el desarrollo de la música, “mientras en Inglaterra sucedió lo contrario, sobre todo con el triunfo de la revolución burguesa de Cromwell, que patrocinó el puritanismo de raíz calvinista”. No es difícil suponer entonces, que las transformaciones sociales ocurridas desde el siglo XVI, provocaron un nuevo tipo de público: el burgués, lo que también conllevó a un status diferente de los compositores. No vamos a detenernos en analizar el surgimiento de las salas de concierto ni de los mecenas del arte, sino que nos remitiremos a cuanto dice Leonardo Acosta, cuando se refiere a Beethoven y Wagner y considera que los cambios introducidos por ellos no resultan de importancia decisiva…
“…a pesar de que la época comprendida entre esos dos colosos sea la preferida no solamente de los musicólogos, sino también del público de concierto, de las programaciones de organizaciones sinfónicas y de cámara, de la radiodifusión y de las empresas de discos. El cambio significativo en la música alemana vendrá con Schöenberg ya en este siglo (XX). Pero otros cambios importantes estaban ya produciéndose en la música occidental, por una parte en Francia, con el llamado impresionismo, y por otra, en las naciones que hasta entonces desempeñaban un papel “marginal” o “periférico” dentro de la producción musical europea”.
A continuación, Acosta se refiere al nacionalismo y a los imperios coloniales y comienza diciendo:
“Durante el siglo pasado (XIX) y paralelamente al desarrollo del romanticismo, ocurre lo que Kurt Pahlen llama “el despertar musical de las naciones”. Surgen un Chopin en Polonia, un Chaikowski en Rusia, un Grieg en Noruega, un Liszt en Hungría. Es decir, que una serie de naciones europeas hasta entonces marginadas de la gran producción musical “culta” se incorporan a ella, con sus propios aportes nacionales, aunque en general manteniéndose dentro de los moldes de las formas clásicas consagradas como: la sonata, el concierto, el sinfonismo germánico, o la ópera italiana. Este “nacionalismo musical” se profundiza más tarde, partiendo ya de una actitud consciente y deliberada de alejarse de las formas establecidas por la tradición de las metrópolis musicales como Viena, Paris, Hamburgo, Milán, Roma, Londres o Bayreuth. /…/ Esto ocurría precisamente en los países periféricos de Europa cuyo folklore vivo era mucho más rico”.
Sobre el tema, Leonardo Acosta dice mucho más, pero lo dejaré para mi próximo comentario.
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