Música popular cubana y gastronomía (I)
7 de abril de 2022
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Cuba es una gran fábrica de música y para los cubanos esta expresión es emblemática. Casi inconscientemente, le concedemos una significativa connotación en el entorno emocional y espiritual que envuelve la vida cotidiana, lo que en cierta medida caracteriza un ángulo muy pronunciado de nuestra idiosincrasia. Es sorprendente como en cualquier rincón aparece un hombre con su guitarra, un trío o un conjunto de pequeño formato que comúnmente oferta su producto musical buscándose «unos pesos» a la manera de aquel artista cubano que veíamos hace algunos años en las guaguas, también conocidas como ómnibus, o en los bares a la espera de la caza de una peseta para garantizar el diario sustento.
Desde hace mucho tiempo los ritmos cubanos se han convertido en referencia de moda de épocas enteras en el mundo. Es innegable el carácter internacional del son. El bolero salió de Santiago de Cuba un día, traspasó las fronteras y sirvió para enamorar, a millones de parejas. El mambo de Dámaso Pérez Prado y el chachachá de Enrique Jorrin, dejaron huella en la década de los cincuenta. Antes lo hicieron, la rumba, las habaneras, la conga, el danzón y la guaracha que habían tenido también su espacio bien ganado en la arena internacional. Y más recientemente, la salsa, que en la cocina representa el sabor, el condimento por excelencia, el toque distintivo; mientras que en la música es ese híbrido latinoamericano de raíces cubanas que mantiene la tradición de la narrativa popular. El jazz, con influencias de la música folk del sur de los Estados Unidos, y como una de sus arterias el jazz latino, que se nutre del mambo, el songo, el son.
Fernando Ortiz, voz autorizada en el tema de “lo cubano”, expresó en su estudio La música afrocubana: “En los últimos lustros, como en siglos pasados, la música de Cuba ha logrado una era de fama más allá de los mares. Los cubanos hemos exportado con nuestra música más ensoñaciones y deleites que con el tabaco, más dulzuras y energías que con el azúcar. La música afrocubana es fuego, sabrosura y humo; es almíbar, sandunga y alivio; como un ron sonoro que se bebe por los oídos, que en el trato iguala y junta a las gentes y en los sentidos dinamiza la vida. No se puede negar la intensa musicalidad del pueblo cubano…”.
Pero la música de los cubanos no es solo la bailable. Cuando hablamos de música no puedo dejar de pensar en expresiones como la danza, clásica o contemporánea. La música nos envuelve de una forma u otra llegando hasta la poesía. El Poeta Nacional, Nicolás Guillén, es conocido por el ritmo musical interior de sus poemas.
El sabor de la música popular cubana transformado en salsa culinaria, explica de manera inescrutable la gran cantidad –infinita, innumerable– de composiciones musicales asociadas al tema de la cocina o sus ingredientes particulares.
No son pocos los especialistas musicales que han estudiado la relación de la música cubana con la gastronomía. En este sentido se aprecia que la jerga musical cotidiana mezcla el hecho culinario con las intenciones eróticas, el doble sentido y las citas sumamente frecuentes de la cadencia premeditada de los pregones callejeros; en una especie de propaganda gratuita lo mismo se anuncian los mangos del Caney, los tamalitos de Olga, el cucurucho de maní o las butifarras del Congo con su consabida salsita.
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