Mosaicos de La Habana
29 de agosto de 2017
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En La Habana, el primer ensayo de losetas hidráulicas o mosaicos, como generalmente se les llama, tuvo lugar en 1886, y convirtió a Cuba en el segundo país de América, después de México, en introducir esa técnica originaria de Europa. Y aunque la tradición de importar mosaicos impidió el afianzamiento de las firmas pioneras, correspondientes a Quírico Gallostra y Bielsa, surgieron fábricas que asumieron la producción y el comercio de baldosas a principios del siglo XX, para satisfacer la demanda de revestimiento de pisos durante el auge constructivo de ese momento.
La fábrica La Balear, ubicada en la calle Oquendo, y propiedad de Severo Redondo, podía competir con las más adelantadas del continente al ofrecer mosaicos sólidos y bellos. Fundada en 1894, aumentaba su producción rápidamente, y no solo constituía ejemplo de prosperidad, sino que sus mosaicos reflejaban un diseño artístico de gran elaboración como el mostrado por el dibujante Restituto del Canto y el modelista Manuel Aya, en la Exposición de Palatino, en 1909.
Con una extensión de 10 000 m2, la fábrica La Cubana, de 1903, era anunciada por la prensa de su época como la mayor del mundo. Situada en el barrio de Luyanó, pertenecía a Ladislao Díaz, Ramón Planiol y Agapito Cagiga. Sus ventajas sobre otras industrias estaban dadas por el empleo de los utensilios ideales y las arenas de mina, completamente silíceas y libres de sales, que favorecía la fidelidad de los colores. Sobresalía, además, porque los encargados de sus talleres habían sido antiguos operarios de las casas de Escofet, Orsola y Butsems, de Barcelona, consideradas las mejores.
En 1910, Ramón García Rodríguez, jefe de Ventas de la fábrica de cementos El Almendares, fundó El Nuevo Almendares, donde se elaboraban mosaicos con buen cuidado y materiales de elevada calidad.
Los pisos del otrora Palacio Presidencial, la Iglesia de los Padres Jesuitas en la calle Reina, la Estación de Policía de Zulueta y Dragones y modernas viviendas de El Vedado y de otros repartos, fueron cubiertos con mosaicos de El Nuevo Almendares, muestra de que en esta fábrica se cubrían las necesidades del arquitecto más exigente.
El hecho de que todas las edificaciones de la cuadra habanera de San José entre Lucena y Marqués González adquiriera para revestir sus pisos los mosaicos fabricados en La Imperial, al igual que el nuevo edificio para The National City Bank of New York, sito en O’ Reilly y Compostela, indican la buena factura de esa producción. Fundada por el Luis A. Izcorbe en 1922, fue adquirida más tarde por Pedro Marrero y Jesús Martínez, quienes la dotaron, en su emplazamiento de Santo Suárez, de los más modernos métodos de fabricación de mosaicos.
Con una prensa, una caja, colores y cemento se procedía a la manufactura. En un inicio las prensas estaban constituidas con un tornillo sinfín, con bolas en el extremo que se volteaban y aceleraban para comprimir la losa con fuerza y rapidez. Luego, estas pesadas prensas fueron sustituidas por otras hidráulicas de palancas individuales y posteriormente, por grupos de prensas, cuya presión provenía de un compresor sostenido por bombas de inyección. La medida de los primeros mosaicos fue de 20 x 20 cm y des-pués se fabricaron, de manera más generalizada, de 25 x 25 cm.
La colocación de los mosaicos era de vital importancia para el resultado final y, al igual que la elaboración, se hacía de manera artesanal. Se empleaban tres sistemas distintos: mortero de cemento y arena; cal hidráulica y arena; y arcilla y yeso.
La limpieza constituía la principal base para la conservación de los pavimentos hidráulicos, independientemente de los aceites y ceras recomendados por sus fabricantes para mantener el brillo y la vivacidad de los colores.
Las industrias mencionadas eran las más importantes de La Habana en las primeras décadas del siglo XX y contribuyeron a incentivar un mercado competitivo, que trajo como consecuencia gran variedad en la composición de los diseños de los mosaicos, independientemente de que se repitieran estos de unas a otras fábricas.
Esas grandes producciones correspondían al ímpetu constructivo desatado durante las primeras décadas del período, donde las obras de nueva planta, afiliadas, en su mayoría, a los códigos del eclecticismo, incorporaron la losa hidráulica entre los materiales a emplear. También las edificaciones antiguas cambiaron sus pavimentos, unas por la moda y el deslumbramiento ante la belleza de los nuevos mosaicos y otras, por la necesidad de sustituir los dañados y envejecidos pisos coloniales.
Destaca entonces esa etapa de esplendor del mosaico en La Habana, y su presencia en los barrios históricos de La Habana Vieja, Centro Habana, El Cerro y El Vedado. Fue usado en las diferentes tipologías: doméstica, civil y religiosa, por lo que puede observarse en casas, comercios, escuelas, hospitales, bancos, oficinas y templos. La función residencial fue la que más acogió el empleo del mosaico, por haber sido la vivienda de gran demanda constructiva y un próspero negocio de la iniciativa privada.
La selección del mosaico se hacía de acuerdo al poder adquisitivo y al gusto del comprador. Ello repercutía en que, en una misma vivienda, se utilizaran diseños diferentes, en dependencia de la extensión y distribución espacial, incluso, en el piso de una habitación podían ser utilizados hasta diez tipos de diseño. En otros casos se empleaba uno para todo el inmueble que podía coincidir, o no, con el arranque de la escalera la cual, en estas edificaciones, era generalmente de mármol. Se creaban, así, contrastes interesantes. Además de colocarse en las habitaciones, también se cubrían con mosaicos galerías, balcones, terrazas y caminos de entrada.
Si en la etapa colonial, la luz que pasaba a través de los vitrales de color, se reflejaba en los pisos y producía hermosas alfombras, en la republicana ese efecto lo lograron las losas hidráulicas. Se produjeron diseños de gran calidad y belleza, con abundantes motivos florales y geométricos los cuales, en muchos casos, eran combinados. Otras eran composiciones raras y sugerentes, obras de la imaginación de sus creadores. Y entre los muy aceptados por su elegancia estaban los dibujos modernistas.
Predominaban las tonalidades verdes, amarillas, sepias y rojas, seguidas por las grises y rosas y, en menor cuantía, azules, violetas y el negro; el blanco se usaba indistintamente para fondo o figura. Hasta ocho colores podían ser utilizados en un mosaico.
El apaño o recomposición es otra característica de los pisos habaneros, pues a su envejecimiento natural, se ha sumado la sustitución de las partes deterioradas según las posibilidades económicas de los usuarios, sin importar procedencia, diseño y color. Más recientemente, la ausencia de esas producciones, también ha repercutido en la proliferación del apaño. No obstante, por toda la Isla de Cuba hoy son admirables la abundancia y el buen estado de conservación de pavimentos hidráulicos, los que fueron fabricados en todas las ciudades importantes del país.
En 1987 se llevó a cabo un plan para reimpulsar la industria y se abrieron 16 fábricas nuevas, lo que dio lugar a un resurgimiento de la producción del mosaico hidráulico, pero ya sin la calidad del diseño precedente.
*Este texto fue especialmente elaborado para la introducción del libro Havana. Tile Designs, publicado por The Pepin Press /Agile Rabbit Editions, Amsterdam, 2007, con diseños y fotos de Mario Arturo Hernández Navarro. Fueron utilizados artículos de la Revista El Fígaro, 1909 y de El libro de Cuba, 1925, así como el Catálogo de la Fábrica de Mosaicos La Cubana y el acápite Mosaicos (Losetas hidráulicas) en La Industria Cubana de Materiales de Construcción, de Juan de las Cuevas Toraya. Colaboración especial: María Victoria Pardo Miranda.
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