Martí y el poder de la palabra
26 de agosto de 2016
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Durante su existencia, desde la etapa de su juventud, José Martí evidenció que era capaz de expresarse en forma elocuente tanto a través de un poema como mediante algún trabajo periodístico y años después igualmente demostró sus cualidades como orador.
Puede decirse que él supo darle un valor muy significativo a las palabras como vía adecuada para influir en las personas con que se relacionaba y también para trasmitir ideas y vivencias a un mayor número de seres humanos.
Y aunque sobresalió por ser un gran orador, no puede dejarse de tener en cuenta que sobre todo se destacó por el empleo adecuado de la palabra escrita para reflejar sueños, aspiraciones y conceptos de gran relevancia. En diversas ocasiones, incluso, él trató sobre la importancia de las letras y las palabras en general y expuso criterios en torno a su adecuada utilización.
Por ejemplo en un trabajo publicado en “La Nación” de Buenos Aires, Argentina, en la edición del 15 de abril de 1887, resaltó: “Grande es la palabra cuando cabalga en la razón. Penetra entonces más que la más larga espada. Ni la belleza del día se oscurece por los delitos que se cometen a su luz; ni decrece el poder de la palabra por el abuso que se hace de ella”.
Martí igualmente enfatizó que las palabras no valen sino en cuanto representan una idea y que dichas palabras han de ser brillantes como el oro, ligeras como el ala, sólidas como el mármol.
También en un significativo discurso pronunciado el 10 de octubre de 1890 en el Hardman Hall de Nueva York afirmó con particular relevancia: “Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están demás cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden”.
Martí desechó todo aquello que pudiera significar la utilización de palabras vacías, sin contenido de ningún tipo, o que no estuvieran en correspondencia con una actitud digna.
Precisamente el 28 de julio de 1887, en un trabajo titulado “El Monumento de la prensa”, publicado en “La Nación”, de Buenos Aires, había planteado: “Hay tanto que decir, que ha de decirse en el menor número de palabras posible; eso sí, que cada palabra lleve ala y color”.
Y algo más de un año después al escribir sobre Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, en un trabajo publicado en “El Avisador” Cubano, en Nueva York, en octubre del año citado, aseguró que las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes.
Hombre de gran sensibilidad y lleno de amor por la actividad creadora Martí, por supuesto, aquilató y resaltó el papel y la labor de los escritores y la de los periodistas y en plana correspondencia con lo que fuera capaz de plantear realizó una importante labor creativa.
De modo muy especifico sobre los escritores él llegó a señalar en el trabajo que salió publicado en “La Nación”, de Buenos Aires, Argentina, el 11 de enero de 1885: “No se ha de escribir para hacer muestra de sí, y abanicar como el pavón la enorme cola; sino para el bien del prójimo, y poner fuera de los labios, como un depósito que se entrega, lo que la naturaleza ha puesto del lado adentro de ellos”.
Para Martí, según patentizó, un escritor ha de ser un salvador. También enfatizó que escribir no es cosa de azar, que sale hecha de la comezón de la mano, “sino arte que quiere a la vez martillo de herrero y buril de joyería; arte de fragua y caverna, que se riega con sangre, y hace una víctima de cada triunfador; arte de cíclope lapidario”.
Esto lo expuso en un comentario al libro “Tipos y costumbres bonaerenses”, de Juan A. Piaggio, que salió reflejado en “El Partido Liberal”, en México, el tres de octubre de 1889.
Y en cuanto a lo que significase para él escribir comentó en una frase breve pero de gran simbolismo puesto que aseguró en una carta dirigida a Elías de Losada, fechada en Nueva York, el 17 de noviembre de 1890: “Para mí, escribir es servir”.
Martí igualmente opinó sobre la trascendencia de la literatura. Él planteó que acercarse a la vida constituía el objeto de la literatura, ya para inspirarse en ella, ya para reformarla conociéndola.
Además de considerar a la literatura como la bella forma de los pueblos, manifestó que es cosa vacía de sentidos, o la expresión del pueblo que la crea.
En un trabajo titulado “Autores americanos aborígenes”, publicado en “La América”, en Nueva York, en 1884, llegó a detallar al referirse a la significación y proyección de la literatura que no es otra cosa más que expresión y forma y reflejo en palabras de la naturaleza que nutre y del espíritu que anima al pueblo que la crea.
Dos meses después, en otro trabajo identificado con el título Una comedia indígena, también reflejado en La América, pero en este caso en junio de 1884, destacó: “La literatura no es más que la expresión y forma de la vida de un pueblo”.
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