Martí en la “Sección Constante”: contra la idea de barbarie
10 de septiembre de 2021
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Desde la llamada Ilustración en la historia cultural europea, el concepto de barbarie recobró el crédito que ya se le había otorgado por pueblos de la Antigüedad que alcanzaron un desenvolvimiento urbano y un refinamiento de las costumbres sustentado en su poderío militar y en formas organizativas muy elaboradas y de expansión territorial como el alcanzado por Roma en Occidente o China en el Oriente frente a las masivas migraciones de poblaciones de base pastoril o agrícola. Estas fueron calificadas desde entonces como bárbaras, término adoptado desde sus inicios por el mundo moderno que se autodenominó civilizado.
Las conquistas a sangre y fuego de las tierras de América se justificaron bajo tales criterios, los cuales fueron reforzados sobre todo durante el siglo XIX mientras las potencias europeas, y Estados Unidos desde mediados de ese siglo, alcanzaban el desarrollo industrial del capitalismo y se repartían el mundo por África, Asia y las islas del Pacífico. El naciente capitalismo monopolista, a finales de aquella centuria continuó ampliando la hegemonía del Occidente civilizado sobre el mundo bárbaro, atrasado e inferior incorporando a ello falseados basamentos científicos sostenidos por la filosofía positivista, alabardera del concepto de progreso alcanzable mediante la civilización.
Se ha citado con frecuencia, y con justeza, la idea expresada por Martí en su ensaya cenital “Nuestra América” acerca de la falacia de la oposición entre civilización y barbarie. Tal criterio, sin embargo, estaba expresado desde antes, con su cruda pretensión de dominación sobre otros pueblos, en la sección de informaciones de actualidad que entregaba al diario caraqueño La Opinión Nacional.
En uno de los acápites de la “Sección Constante” publicada el 16 de febrero de 1882, dice Martí: “En verdad que suelen ser tachados de bárbaros los que no lo son. Sobre los templos paganos, y casas de magnates, cuyas ruinas salen cada día a luz, se erigieron en Roma los templos católicos, y en México la que fue magnífica Cholula, ciudad de magnas iglesias, es hoy ciudad pobrísima, y la catedral de la capital se alzó sobre las piedras esculpidas y artísticas imágenes de piedra que adoraban los aztecas”.
Obsérvese que el cubano se refiere a dos imperios conquistadores de dos épocas y continentes diferentes: el romano y el azteca. Lo interesante es que refiere que fueron inferiorizados y desacreditados como bárbaros a pesar de que lograron altos elementos culturales civilizatorios, y que ello fue ejecutado hasta para hacer desaparecer sus evidencias materiales como sus edificaciones por parte de la iglesia católica al calificarlos de paganos, es decir, de falsas religiones y así colocar sus templos sobre aquellas construcciones anteriores.
Mas la mayor parte de esta nota martiana la ocupa la descripción de cómo el sultán turco mandó a cuidar “los cedros históricos del Monte Líbano” con cercas de piedra y guardianes para cada árbol e impedir así el acceso directo y as fogatas cercanas de “los visitantes de todos los pueblos y creencias que afluyen al Líbano.” Y recuerda también que “los mahometanos “preservan de la ruina el templo de Salomón.” Así, para Martí, los musulmanes, considerados por el catolicismo de entonces como seguidores de una religión errada, atendían la conservación de elementos propios de culturas religiosas diferentes como las del Líbano antiguo y la judía, execrada como pagana la primera y como inadmisible la segunda por no aceptar a Jesús como el Mesías.
De hecho, pues, Martí nos induce a las preguntas que no formula en el texto: ¿quiénes eran los bárbaros y quiénes los civilizados?; ¿tiene sentido manejar tales conceptos antitéticos?
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