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Martí antimperialista: la batalla oculta

19 de junio de 2020

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El segundo semestre de 1889 fue de intensa actividad para José Martí. Si hasta entonces había demostrado su sorprendente capacidad para expresar en diversas ocupaciones y numerosos escritos su personalidad multifacética e hiperkinética, a partir de esos meses fueron creciendo la tensión y la cantidad de sus quehaceres cotidianos según se aproximaba la Conferencia Internacional Americana convocada por el gobierno de Estados Unidos.
Dos preocupaciones íntimamente entrelazadas se hicieron sentir cada vez más en su pensamiento y en sus actos: el peligro para la soberanía de los pueblos de nuestra América y para la independencia de Cuba que atribuyó a esa reunión continental. Sin dejar de lado las tareas del consulado uruguayo en Nueva York ni la escritura de sus crónicas norteamericanas para los diarios de México y de Buenos Aires con los que colaboraba; empeñado entre julio y septiembre en la redacción de su revista “La Edad de Oro” para los niños de América, en cartas para diferentes personas Martí trató el tema de la posible expansión estadounidense hacia el sur, que incluía la anexión de su patria.
Ya desde marzo de aquel año había publicado el folleto titulado “Vindicación de Cuba”, en el que salió al paso con brillante, apasionada y patriótica respuesta a dos opiniones, irrespetuosas y desdeñosas hacia el pueblo cubano acerca de la conveniencia de la anexión de Cuba a Estados Unidos.
Mas también mediante el intercambio íntimo con personas de confianza, Martí buscaba comparar sus aprensiones con las de otros y, al mismo tiempo, ir creando conciencia acerca de aquellos peligros que desde años atrás había calificado de formidables. El 2 de octubre, el mismo día que se efectuaba en Washington la sesión inaugural de la Conferencia panamericana, le escribía a Manuel Mercado, quien entregaba sus textos en el diario “El Partido Liberal”, acerca de su prudencia al tratar en una publicación —“con cuidado de estadista y de hijo”, dice—, el tema de las relaciones mexicanas con el vecino norteño: “Ni exagerar, ni comentar, ni poner pasiones mías, me es permitido en estas cosas… Peso cada palabra, y le doy vueltas, y no la dejo por acuñada hasta que creo que no lleva nada de perniciosa o indiscreta.” Así fijaba, pues, la diferencia en aquellos momentos entre el escrito público y el privado para el destinatario de confianza.
Quince días después Martí redactó una larga carta para el amigo argentino Miguel Tedín, en cuya parte final comenta favorablemente las acciones de los delegados argentinos a la Conferencia. El cubano le narra cómo uno de ellos negó a un comisionado del país convocante que su gobierno hubiese asignado una subvención monetaria para la línea de vapores que los norteños deseaban fuera financiada de conjunto con los estados del sur para aumentar el comercio entre ambas partes del continente. Y le afirma categóricamente: “Es una cacería de subvenciones con la complicidad de los Estados pequeños y avarientos de nuestra América, y el riesgo de que la ambición angustiosa de Blaine los use para mal.” James G. Blaine era el secretario de Estado que había organizado la Conferencia. Y cierra con el toque personal: “Yo padezco.”
A Gonzalo de Quesada, uno de sus más cercanos colaboradores, le escribe a finales de octubre: “Creo, en redondo, peligroso para nuestra América, o por lo menos inútil, el Congreso Internacional. Y para Cuba, solo una ventaja le veo… la de compeler a Estados Unidos, si se dejan compeler, por una proposición moderada y hábil, a reconocer que ‘Cuba debe ser independiente’.”
El informado analista internacional, el cuidadoso diplomático, el brillante político patriota, se extiende sobre tema por varias páginas en las que rechaza totalmente los planes anexionistas, y traza la línea de acción de aprovechar la reunión continental para tratar de que “el vecino codicioso, que confesamente nos desea” no se oponga a la guerra libertadora contra el colonialismo español o se aprovechara de ella para luego echarse sobe la Isla.
La estrategia antimperialista martiana quedaba así expuesta en la intimidad, “como en silencio.” Para ello trabajó incansablemente en cumplimiento de lo que señaló en esa misma carta al oponerse a la idea de que Estados Unidos pagase una indemnización a España por irse de Cuba, pues ello conduciría a la anexión: “El sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva.”

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