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Martí ante la cultura cubana: la ictiología cubana de Felipe Poey y Aloy

30 de agosto de 2024

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Quien se acerque con espíritu abierto a la obra escrita de José Martí y, sobre todo, quien lo haga atravesando una lectura sustancialmente numerosa de sus textos advertirá la indudable contemporaneidad de muchos de sus conceptos y de sus juicios. Tal es el caso de cultura, palabra cuya acepción actual no se agota con la atención al ambiente artístico y literario, sino que abarca todo el mundo de saberes, costumbres y hábitos diversos de los pueblos y las épocas históricas. Así, no nos sorprende el espacio otorgado por Martí en sus textos públicos a diversas ciencias y a los nuevos conocimientos que ellas aportaban.

Una muestra de su interés por los avances científicos en Cuba lo evidencia su breve texto dedicado al lamentablemente inédito en su versión final hasta 2020. Uno se pregunta entonces cómo supo Martí de aquella obra para publicar una nota de tres breves párrafos acerca de ella bajo el título de “El libro de un cubano” en el mensuario La América, dirigido por él en Nueva York, en marzo de 1883”. Dos puntos se han de destacar, pues: la actualización martiana en torno a la cultura cubana en su más amplio sentido, y su comprensión de que nuestro país y la América Latina toda requerían de la divulgación de sus saberes, usos y costumbres.

En el párrafo inicial Martí llama acertadamente “libro monumental” al estudio de Poey, que lo es tanto por su extensión como por la erudita hondura de su información acerca de los peces en nuestro entorno. Y es evidente su orgullo patriótico al decirnos: “No hay periódico de Europa que no alabe afectuosamente al sabio ictiólogo”, y cómo por Estados Unidos corría, “con igual celebración un extracto de esta obra”, a la que considera “obra mayor de análisis y paciencia, que ha requerido para llevarse a cabo todo el vigor de calificación de un severo filósofo, y toda la bondad que atesora el alma de un sabio.”

 

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En el segundo párrafo destaca cómo la prensa del país norteño “se maravilla de la riqueza marina antillana, y del número sorprendente de observaciones propias y especies descubiertas por el observador cubano.” Y en el último párrafo extiende su apreciación a Latinoamérica toda: “Cuando descanse al fin de sus convulsiones—necesarias todas, pero de término seguro—la América que habla castellano–¡qué semillero de maravillas no va a salir a la luz del sol! Nuestras tierras son tan fecundas en oradores y poetas como en sabios. Ya va siendo notabilísimo en los poetas y oradores de nuestra raza el afán de hacerse hombres de ciencia. ¡Y hacen bien! Heredia debe estar templado de Caldas.”

Cierra Martí entonces el texto al considerar de igual valor la expresión literaria como la científica en nuestra América. Original y valedera esta comparación martiana que acercaba a nuestros pueblos al mundo moderno sin perder los ricos aportes de sus letras idea que sustenta en ese poeta de excepcional altura que para él fue el cubano José María Heredia y en el sabio colombiano Francisco María Caldas, botánico, que trazó el mapa del virreinato de Perú y fue el primer director del Observatorio Astronómico de Bogotá, fusilado por el colonialismo español al abrazar la causa de la independencia hispanoamericana.

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