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Martí al frente de la emigración cubana

30 de abril de 2020

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Retrato de Martí en México, 1875

 

En abril de 1892 se fundó el Partido Revolucionario Cubano, del cual José  Martí sería electo su Delegado hasta su muerte, demostración inequívoca de su liderazgo entre los emigrados cubanos. El camino que le condujo a ese reconocimiento se había iniciado diez años atrás, el 26 de marzo de 1880, cuando fue  designado presidente interino del Comité Revolucionario Cubano de Nueva York, fundado el año anterior por el general Calixto García para organizar la que ha pasado  a la historia con el nombre de Guerra Chiquita, pues solo duró once meses.

Desde su vuelta a Cuba en 1878, Martí se había incorporado a la conspiración que apoyaba los planes del general, y se le había electo como vicepresidente del Club Central Revolucionario, a pesar de sus reservas  en cuanto a centralizar en La Habana el movimiento clandestino.

Calixto García

Calixto García

Calixto García  desautorizó tal decisión y es probable que desde entonces haya valorado positivamente el criterio martiano de no poner en peligro de ser descubierta la organización patriótica dentro del país al dirigirse desde la  capital, Lo cierto es que desde su arribo a la urbe norteña en enero de 1880, Martí se convirtió en persona de toda la confianza del general, quien al partir hacia la patria para asumir el mando de la guerra, el 26 de marzo del mismo año, lo designó presidente interino del  Comité Revolucionario.

El joven  patriota se mantuvo en ese cargo durante más de dos meses y el 16 de junio entregó todos sus poderes y atribuciones a José Francisco Lamadrid, emigrado de antigua ejecutoria patriótica. Durante ese escaso tiempo Martí desplegó una intensa actividad  en la preparación de nuevas expediciones,  redactó los documentos en nombre de García que explicaban su desembarco en Cuba, solicitó al patriota puertorriqueño Ramón Emeterio Betances que se hiciera cargo de representar al Comité Revolucionario ante los emigrados antillanos y sudamericanos residentes en París,  y recorrió varios puntos del este de Estados Unidos  para reunirse con los emigrados en busca de apoyo.

Aquella corta experiencia de liderazgo seguramente fue bien acogida por aquellos cubanos que habían escuchado su discurso el 24 de enero de 1880, a poco del arribo martiano a Nueva York. Conocido como la Lectura de Steck Hall, fue aquella la exposición de un pensamiento continuador del que había animado a los peleadores de la Guerra de los Diez años y, a la  vez renovador en sus dos tesis esenciales: el pueblo, “la masa dolorida” es el verdadero jefe de las revoluciones  y la nueva revolución no podía ser resultado de la cólera sino de la reflexión. Estos criterios, evidenciados durante su ejecutoria al frente del Comité Revolucionario, caracterizada además por  su incansable dinamismo, elevaron seguramente su prestigio  entre quienes se convertirían en sus leales seguidores desde entonces.

Los espías pagados por el colonialismo, a  su alrededor desde esa época, es hecho que indica cómo las autoridades de la corona española evaluaron correctamente la significación que ya alcanzaba  y lo peligroso que resultaba  por ello. Hasta un detective de la agencia norteamericana Pinkerton se introdujo en la residencia de Martí´ con su familia bajo el pretexto de recibir clases de español.

Así, desde aquel 1880, ya Martí se destacaba entre los emigrados cubanos, quienes iban apreciando y reconociendo sus condiciones de dirigente del  pueblo cubano.

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