María de los Ángeles Santana XXXVI
16 de enero de 2020
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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.
En los días siguientes al estreno de Sucedió en La Habana, los ejecutivos de la PECUSA emprenden la realización del segundo largometraje de la Compañía: El romance del Palmar, cuyo equipo técnico, dirigido por Ramón Peón, incluye a Ernesto Caparrós, en calidad de asistente; al mexicano Aniceto Delgado, en la jefatura del laboratorio; y a cuatro capacitados especialistas estadounidenses: Tom Hogan (camarógrafo); Paul Harper (director escénico); Martin Cohn (editor) y Ben Winkler (ingeniero de sonido), que utiliza el sistema Art Reeves, conceptuado en esa época entre los de mejor calidad.
Gonzalo Roig, con el apoyo de la Orquesta Películas Cubanas —como coyunturalmente se denomina a la Sinfónica de La Habana— se ocupa de la dirección musical, en tanto que Antonio Perdices, jefe de Producción de la PECUSA, desempeña tal tarea en el filme, basado en un argumento de Agustín Rodríguez y guión cinematográfico de Ramón Pérez Díaz.
Para el rol protagónico seleccionan a Rita Montaner, quien encarna a Fe, joven guajira de una vega de tabaco en Vuelta Abajo, Pinar del Río, arrastrada hacia La Habana —donde se transforma en una mujer cosmopolita como cantante del centro nocturno El Palmar— por Alberto Vega, el galán villano, papel otorgado al médico, pintor y actor español José María Linares Rivas, participante en su patria, con anterioridad, en catorce filmes..
Ubaldo, el galán noble del largometraje, lo interpreta el actor Carlos Badías, famoso por la animación de los episodios radiales del detective Chan Li Po; mientras que las caracterizaciones de los padres adoptivos de Fe las asumen Julio Gallo y Alicia Rico, una de las más notorias «gallegas» del teatro y la radio nacionales. Federico Piñero, el «gallego» por antonomasia de la radiodifusión y de la escena cubana incorpora a Gervasio, el chofer de Alberto Vega, y Alberto Garrido abandona su tradicional «negrito» de los citados medios artísticos para convertirse en Cayuco, prototipo del campesino guasón.
En hechos que transcurren en el cabaret El Palmar, creado en los estudios de la PECUSA, se registran breves intervenciones de la Orquesta Havana Casino y de algunas personalidades: Julito Díaz, considerado el actor cómico más natural de nuestro teatro; Lolita Berrio, que a los 14 años de edad se destaca como bailarina y a los 20 está considerada una primera actriz, la otrora tiple Consuelo Novoa; Margot Alvariño y los rumberos Olga Martínez, Pablo Duarte, Diego Pedroso y Fermín Roig.
Como sucede en la realización inicial de la PECUSA, la música vuelve a imponerse sobre los otros elementos citados en el press book promocional de El romance del Palmar: amor, lujo y alegría. Entre las interpretaciones de las 16 composiciones presentadas en los 90 minutos de duración del filme se destacan las secuencias en que Rita Montaner canta La veguerita, de Agustín Rodríguez (texto) y Gonzalo Roig (música); el célebre pregón El manisero, de Moisés Simons, con el acompañamiento de la Orquesta de las Hermanas Álvarez; Mi vida eres tú, partitura que rubrican Lecuona y Álvaro Suárez, y Te odio, de Félix B. Caignet.
Despunta Margot Alvariñó en El tembleque, secundada por el público asistente al cabaret El Palmar y una orquesta típica, bajo la dirección del maestro Gilberto S. Valdés, autor del arreglo musical de ese son de Benito Antonio Fernández Ortiz (Ñïco Saquito), y la creación de la rumba Danza de la piña, que bailan Olga Martínez, Pablo Duarte, Fermín Roig y Diego Pedroso en la pista de ese centro nocturno. Allí se impone, además, la silueta de María de los Ángeles Santana con Tengo un nuevo amor.
El romance del Palmar fue primordial para mí, pues, además de cantar, debía actuar. Mi personaje, Coralia, era una ironía del destino al manifestarme como una mujer de experiencia en el trato hacia los hombres y aconsejar a la veguerita encarnada por Rita Montaner acerca de su malvado seductor. Eso era risible en relación con mis vivencias personales y la Montaner tener más edad que yo. Sin embargo, ella superó eso como actriz, recurrió a la mayor ingenuidad que pudo lograr y, para hacer el papel lo mejor posible, me impuse a la crianza recibida y al susto de trabajar muy cerca de una figura de tanto prestigio.
En ese sentido me fueron de utilidad las clases que recibí en la Escuela de Declamación de Películas Cubanas del profesor Guillermo de Mancha, que me enseñó a poner la voz al servicio de un personaje, porque hasta entonces hablaba y proyectaba con la forma habitual de cualquier ser humano. Y en Películas Cubanas tuve que tirar un velo sobre mi verdadero yo en todos los aspectos al dar paso a un personaje de ficción que contribuyó a moldear con sus manos Ramón Peón.
Ahí empecé a tomar conciencia de lo que entrañaba la actuación, el dejar de ser uno y convertirse en el personaje asignado. Si bien me parecía caricaturesco, aprendí a hacer «boquitas», entornar los ojos, caminar con extremo donaire y dejar una estela de languidez al desplazarme con mi traje negro, algo verdaderamente difícil en una época en la cual me movía con la agilidad de un venado en medio del campo.
Por otra parte, estaban las interpretaciones vocales que debía efectuar. Una de ellas era una canción de Bola de Nieve: Por mirarme en tus ojos, junto a Edna Ambrosio y Leopoldina Núñez, la cual acompañábamos nosotras mismas con la guitarra, a lo que se incorporó Guyún, quien fuera maestro de las tres: Por mirarme en tus ojos,/ perdí la felicidad./ Por mirarme en tus ojos,/ hoy vivo en esta ansiedad./ Porque son tus ojos/ como dos espejos,/ donde se reflejan/ todas las flaquezas de la humanidad.// Por eso es que hoy busco/ con afán febril/ una clara fuente,/ de linfa sutil,/que no haya copiado/ nunca en su cristal/ más que cosas puras,/ cosas sin maldad:/ las aves, las flores, la faz de la luna.// Entonces mi rostro/ visto en ese espejo,/ será más hermoso,/ lucirá más bello.
Como solista hacía Tengo un nuevo amor, lo cual significaba una gran responsabilidad, pues el maestro Lecuona contaba en esa época con valores consagrados que, principalmente, recibían el maravilloso regalo de un estreno suyo. Me esmeré en estudiar la partitura, en valorar las esencias del texto de una composición que convoca a la ilusión, a la confianza, a la llegada de un nuevo y verdadero amor.
Al fundirse con un arreglo musical capaz de despertar emociones en cada pasaje de la letra el resultado sería completo, como pienso que sucedió. En la forma de expresar la obra dispuse de cierta libertad creativa y al ponerla en marcha no hubo premeditación alguna. Sólo después, con la experiencia de los años, pondría en práctica recursos que son decálogos en el teatro y uno aplica al pie de la letra hasta en la hora de cantar.
En aquel momento fue un acto de entrega instintiva para crear esa escena, de la cual opino que, entre las rodadas en el cabaret El Palmar, la aparición de la mujer sensual proyectada por mi personaje constituía un oasis al mantener en completo silencio el auditorio desde que abría la boca e interpretaba Tengo un nuevo amor: Hoy que la vida de nuevo me da/ una esperanza de amor,/ mi alma radiante de felicidad/ canta con toda su dulce pasión./ Tengo un nuevo amor,/ que es mi ilusión y es mi locura./ Tengo un nuevo amor,/ que es la pasión que me tortura.// Sólo pienso en él,/ porque su amor es verdadero;/ sé que será fiel,/ pues su querer es muy sincero./ Sueño con besar su boca en flor,/ que es un tesoro;/ temo despertar de la ilusión,/ porque le adoro;/ y no he de sufrir/ con ese amor, que es mi pasión./ Tengo un nuevo amor/ que ha de llenar mi corazón.
(CONTINUARÁ…)
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