María de los Ángeles Santana (XV)
26 de abril de 2019
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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.
Gerardo Machado Morales asciende a la presidencia de Cuba el 20 de mayo de 1925 con su consigna de «agua, caminos y escuelas» y un amplio proyecto «regenerador» para poner fin a todos los males que padece el país a más de dos décadas de proclamada la república.
Durante su campaña electoral hace un viaje por la Isla, en el cual reitera sus demagógicas promesas de nunca ir a la reelección, suprimir la Enmienda Platt impuesta por Estados Unidos a Cuba tras la independencia de España, moralizar la administración, adecentar las costumbres, reformar el poder judicial y las leyes, renovar la enseñanza primaria, respetar la autonomía universitaria, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y campesinos, eliminar la lotería, atender la salud pública, afianzar la libertad, robustecer las instituciones democráticas y no solicitar empréstitos extranjeros, entre otras medidas.
En la etapa primaria de su régimen, Machado recibe altos honores y los calificativos de «El Egregio» y «Primer Obrero de la República»; la Universidad de La Habana le otorga el doctorado honoris causa en Derecho, municipios del país lo declaran «Hijo adoptivo» y recibe insignias de logias, condecoraciones de diferentes Estados, mientras que Manuel Ruiz, arzobispo de La Habana, afirma: «Dios en el cielo y Machado en la tierra».
Creyéndose un artífice de la civilización, proclama: «Yo haré de Cuba la Suiza de América», y en el año de su arribo al poder emprende una fastuosa Ley de Obras Públicas. Sólo cumplida en la tercera parte de sus objetivos, esa legislación abarca algunas realizaciones de carácter positivo que impresionan a una buena parte de la opinión pública, deseosa de cambios capaces de erradicar el infecto bohío, el pestilente solar, el desempleo, el hambre, el latifundio, el analfabetismo, la insalubridad y la corrupción administrativa.
Entre los resultados favorables del programa aparecen la pavimentación de calles de ciudades y poblados de provincias cubanas; la edificación y ampliación de hospitales, asilos, reformatorios y centros escolares. Muchas vías existentes son reparadas y se construye la Carretera Central. Con ella se suman al mercado de la Isla zonas incomunicadas que, luego del estreno de la nueva pista, pueden incorporarle gran cantidad de productos del campo y abaratar sus precios, gracias al empleo del transporte motorizado, el cual asesta un duro golpe a los costosos fletes de los ferrocarriles.
Deben añadirse las «proezas» de ingeniería civil acometidas por el secretario de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, empeñado en restituir su fisonomía a la capital —devastada por un ciclón en 1926— en medio del deslumbramiento de un ingenuo pueblo que lo llama «El Dinámico». El resto se traduce en resultados de embellecimiento urbanístico y sin gran utilidad pública: lujosas residencias en el recién inaugurado reparto Miramar, el relleno de otras zonas del litoral habanero para construir otro tramo del Malecón y la gigantesca mole de piedra y bronce que es el Capitolio.
Cuando se encuentra en plena marcha su Ley de Obras Públicas, Machado Morales crea en 1926 una comisión encargada de efectuar una reforma arancelaria, que entra en vigor al siguiente año. A su amparo se logra cierta diversificación industrial y agrícola con el fin de abastecer el mercado nacional. Abren sus puertas fábricas de zapatos, de pintura, de leche condensada, de queso y mantequilla, y aumenta la producción doméstica de aves, huevos y carnes. La Secretaría de Agricultura y Comercio distribuye semillas que impulsan el desarrollo económico del país, y aborda el tema de la repoblación forestal.
Ese conjunto de medidas culmina en 1928 con una Comisión de Defensa Económica, a la cual se encomiendan los estudios para la organización de la banca nacional, la marina mercante, los puertos y zonas francas, la inmigración, la legislación contra el latifundio, la reforma tributaria y otros asuntos.
Con respecto al azúcar, emprende una política encaminada a contrarrestar la baja del precio del dulce en el mercado internacional a través de restricciones a la producción nacional que, a la larga, constituyen un verdadero fracaso y acarrean la disminución del tiempo de labores y el trágico alargamiento del llamado «tiempo muerto», situación que se resume en tres palabras: hambre, desolación y miseria para el pueblo.
Debido a su insaciable deseo de mantenerse en el poder, en 1927 aplica la fórmula del «cooperativismo», que elimina las contradicciones entre los tres únicos partidos políticos legalizados: Liberal, Conservador y Popular Cubano. Unidos en un frente común, al siguiente año los hace violentar normas jurídicas en el senado y la cámara de representantes de la República con la sanción de una Ley de Reforma Constitucional, que introduce modificaciones a la Carta Magna de 1901, en virtud de las cuales Machado se prorrogaría en el poder por un período de seis años, en vez de los cuatro establecidos.
A causa de las protestas de obreros y estudiantes por esa arbitrariedad con que impone leyes a su antojo y su explícito deseo de perpetuarse al frente de los destinos de Cuba, el tirano acude a mecanismos represivos y aprueba la total suspensión, por unos meses, de las actividades docentes y académicas de la Universidad de La Habana.
En medio de ese conjunto de hechos que empiezan a suscitarse en Cuba a raíz del comienzo de la dictadura machadista, María de los Ángeles Santana Soravilla y su hermana Josefina permanecen hasta el primer semestre de 1925 en el plantel María Inmaculada.
Antes de iniciarse el nuevo curso escolar sus padres las trasladan al colegio de Nuestra Señora de Lourdes, perteneciente a la Congregación de Hermanas de San Felipe Neri, que en ese año de fatídicas consecuencias para nuestro país inauguran la nueva sede de su institución pedagógica y religiosa en la avenida Santa Catalina, entre José Antonio Saco y José María Heredia, en la Víbora.
Identificadas como «las filipenses», siete de ellas, además de la madre superiora María Ribas, arriban a Cuba en 1914, luego de ser expulsadas de la ciudad de Campeche a causa del proceso revolucionario que se lleva a cabo en México. Para «[…] ayudar a formar y educar a la mujer, desde su niñez hasta la adolescencia y juventud» y bajo el lema «Con la virtud y el saber será fuerte la mujer», estas monjas inician en La Habana otra etapa de su tesonero quehacer, al ser acogidas de inmediato en el colegio La Domiciliaria por las Hijas de la Caridad y recibir el apoyo de monseñor Manuel Menéndez, párroco de la iglesia de Jesús del Monte.
Después de vencer algunas dificultades, fundan un modesto colegio al que llaman Nuestra Señora de Lourdes, en la calle Benito Lagueruela número 11, de la Víbora. Pero cinco años después la casa se hace pequeña, por la matrícula de cerca de trescientas alumnas, lo cual obliga a las monjas a emprender la búsqueda de un local a fin de proseguir con comodidad su obra educativa. En esos días, la madre superiora Mercedes Baguer recibe la autorización para comprar en la avenida de Santa Catalina unos terrenos patrimoniales de Ángel Justo Párraga y proceder en pocos meses a la construcción del nuevo inmueble.
El 12 de septiembre de 1925 José Rodríguez Pérez, párroco de la iglesia de San Francisco de Paula, en la barriada de Arroyo Apolo, bendice los tres edificios del nuevo colegio de Nuestra Señora de Lourdes con la Benedictic domus scholaris novitir erectae. El principal se destina a las clases de primaria, secundaria, y Comercio y Secretariado (este último en inglés y español); otro, a kindergarten y pre-primaria; y el restante, al teatro y la capilla.
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