María de los Ángeles Santana (LXXVI)
4 de mayo de 2021
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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.
Hoy damos continuidad a las reflexiones de la Santana acerca de su labor en el teatro Lírico, del Distrito Federal, de México,
Y la narración de la Santana prosigue con el inicio de sus labores artísticas en el Gran casino Nacional, en 1946.
Mucho antes de la fecha correspondiente a ese relato de la Santana, numerosos colegas ya distinguen su don de gente, su humanidad, el afecto maternal que prodiga entre amigos cercanos, la comprensión y el apoyo ofrecidos ante problemas de sus semejantes, una discreción calificada de poco común dentro del sector artístico, y la inteligencia y el sentido casi filosófico plasmados en sus conversaciones o entrevistas, fruto de una rica experiencia vital. Al hacer un análisis acerca de María de los Ángeles, Don Galaor (Germinal Barral), el más famoso entrevistador de figuras del arte en una extensa etapa de la historia de la farándula criolla, afirma en la revista Bohemia:
[…] Una mujer tan mujer, tan mórbidamente femenina, que es a la vez una criatura maravillosamente comprensiva para los defectos de los demás, deliciosamente normal en su vida sentimental. Adorablemente discreta para con las imprudencias de los que intrigan.
[…] la belleza de su físico prodigioso es un regalo que puso en ella Dios como premio a su carácter exquisito, a su prodigiosa discreción, ¡tan rara, Señor —Tú lo sabes y por eso lo premiaste en ella— tan rara en las criaturas de su sexo; y en el nuestro, que los hay peores! [1]
Tales rasgos de María de los Ángeles Santana le permiten forjar afectos imperecederos, entre los que debe destacarse el que a partir de 1946 la une a Armando Hernández López, Armand,[2] el más famoso retratista cubano entre las décadas de los años cuarenta y cincuenta. Según la prensa de entonces, un artista no se «[…] considera enteramente consagrado mientras el genial artista que es Armand no lleva su silueta al celuloide, dejando en el mismo, para la posteridad, la fama y el recuerdo, la mejor de las constancias, ya que con su arte exquisito hace resaltar de la mejor manera, rasgos, bellezas y encantos».[3]
Armand nació en Santa Clara y quiso venir para la capital, donde su hermano mayor, Ángelo, se encontraba establecido desde mucho antes y tenía un estudio fotográfico en la calle Reina, que le diera cierto nombre. Mas no contaba con las pretensiones que harían famoso a Armand, al dedicarse de lleno a retratar a figuras consideradas «estrellas», aunque a veces también a muchas que no lo eran, pero formaron parte de la llamada «farándula», con lo cual triunfó no sólo en Cuba, sino también en Puerto Rico, primero, y luego en Estados Unidos, países para los que se marchó después de 1959.
Ángelo lo introdujo entre sus relaciones. Con esa valentía suya que jamás conoció la existencia de fronteras, Armand comenzó a visitar importantes radioemisoras, como la RHC-Cadena Azul y la CMQ, y hablaba directamente con personalidades artísticas hacia las que sintiera admiración desde Santa Clara. Al principio se mantuvo trabajando junto con su hermano; aún no poseía los medios para independizarse. Pero, poco a poco los adquirió con su esfuerzo y pudo inaugurar un estudio,[4] muy modesto al principio, en la calle San José, de Centro Habana, el cual ampliaría tras abrirse paso como retratista en el mundo del arte. Al extremo de que si una celebridad viajaba a La Habana uno de sus primeros pasos era averiguar la dirección del estudio de Armand, creador a su vez de este nombre, pues el suyo no le sonaba bien y le quitó la última letra, disfrutando con él de su fama como «el fotógrafo de las estrellas».
No recuerdo dónde fue exactamente que Armand se paró delante de mí y dijo: «Tengo interés en que vaya a mi estudio para sacarle unas cuantas fotografías, todas las figuras que pasan por este país van a retratarse allí. Cuento con unas galerías en las cuales aparecen fotos de muchos artistas cubanos y extranjeros y no quisiera que usted se me escapara. Ahora se encuentra en La Habana, pero mañana se va de aquí por un contrato y no la puedo volver a capturar».
No voy a prolongar mi relato en explicar cómo surgió entre nosotros ese enlace de un artista con el otro, un sentimiento de amistad traducido en una verdadera hermandad. Simplemente voy a manifestar que no hacía falta mucho tiempo para uno querer a Armand y entusiasmarse en participar en sus proyectos. Formamos un trío inseparable en el que Julio representó la parte austera, sesuda, el orientador de las otras dos vidas, y nos advertía de posibles peligros a surgir, ya que Armand se parecía a mí: comunicativo, dadivoso, confiado, se entregaba por completo a los demás. Cuando Armand y yo nos alegrábamos en exceso debido a los resultados de un éxito —y fundamentalmente él se regocijaba en decir su habitual frase «¡Triunfando, querida, triunfando!»—, Julio nos alertaba: «No alardeen tanto del triunfo que a lo mejor ahorita les viene encima un batacazo».
Armand fue un ser admirable que ejerció influencia en nuestras vidas. Hizo que mamá, mi hermana, Julio y yo nos mudáramos para uno de los apartamentos del edificio de seis o siete pisos en el cual él vivía, en la calle Rayo, entre San Rafael y San José, aunque nosotros dos nos independizamos unas semanas después y fuimos a residir a una casa en el Nuevo Vedado. Incluso, al verme en la necesidad de salir de Cuba para cumplir con determinados contratos, se quedaba a cargo de velar no sólo por ellas, sino también por la familia de Julio, residente en la Habana Vieja. Hasta se apareció a verme en Estados Unidos y en España en etapas en que yo actuaría allá, dando constantes muestras de ser el hermano que mi esposo y yo no tuvimos en la infancia, la persona fiel, pendiente de todo lo nuestro y dispuesta a cooperar.
(CONTINUARÁ)…
[1] Don Galaor: «Su majestad María de los Ángeles». Bohemia. La Habana, 25 de enero de 1948, p. 72.
[2] Armand: Santa Clara, 1906-Miami, La Florida, 1992. En noviembre de 1939 inauguró su primer estudio en La Habana.
[3] Radio Guía. La Habana, enero de 1945, p. 1.
[4] Armand abrió una oficina en La Habana a finales de 1939, según se informa en la revista Carteles el 10 de diciembre de ese año. Por otra parte, consta en la prensa que, en noviembre de 1943, Armand, como «el fotógrafo de los artistas», acababa de instalar sus estudios, considerados los mejores de La Habana, en la calle San José, entre Galiano y Águila.
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