Mamá majadera
7 de mayo de 2016
|Se despertó. Ese provocativo sol entraba por la ventana y a la desconsiderada hija se le olvidó mover las cortinas y deber suyo era prepararle un sueño tranquilo. Se lo recordaría. Bostezó y apreció el camino de la mañana. A eso de las cuatro de la madrugada despertó por gusto para ir al baño y se desveló por un rato. Se sentó en la cama. Sintió mareos. El médico le había aconsejado que, a sus años, evitara esos levantares rápidos de niña de quince, que lo hiciera poco a poco. Nadie mejor que ella conocía su cuerpo, ese cuerpo adornado por dolencias desde la punta del pie hasta el último pelo vivo en cualquier lugar. Y recordó el recordarle a la nieta la urgente visita de la peluquera. Necesitaba un teñido y alguna crema reconfortante del cabello. El hambre la despabiló por completo. Esa hija impositiva no le permitía comer fuerte por las noches. Y ese vaso de leche a las once con galletitas, las de su preferencia porque las otras las despreciaba, no la satisfacían por completo.
Marchó al baño. Frente al lavabo, el piso mojado. Sus nietos y su yerno eran unos descuidados y su hija también. Debía secar el piso para evitarle una caída. Se lo diría. Así lo hizo al llegar a la cocina y agregó lo de las cortinas corridas, lo de la nieta y la peluquera y al final recordó dar los buenos días. La hija en sonrisa forzada le contestó y en voz baja le pidió unos minutos para calentarle el desayuno en el micro. Los minutos sirvieron para más palabras de parte de la recién amanecida. Habló de esos despertares mojados de madrugada, de las agruras, de los dolores viajeros de las piernas a las caderas y de allí en saltos al cuello y la cabeza, del medicamento mágico para todo traído del extranjero a una amiga y que el yerno estaba en la obligación de resolverlo en todas las connotaciones del vocablo. La aludida bajó más la voz e intentó explicarle la anuencia de su médico para consumirlo antes de la ardua tarea de resolverlo en todos sus significados. La anciana, era líder en palabras aprobadas por el diccionario y en voz melodramática desarrolló la teoría de que a nadie importaban sus necesidades y requerimientos. Solo la detuvo el hambre y el olor salido del micro.
Frente a ella, el desayuno especial de los domingos, porque era domingo y ese día la carcelaria hija le permitía excederse en el condumio. Notó con extrañeza el exceso en panecillos, pasteles y hasta una taza, la más grande de la vajilla, colmada de chocolate de verdad, no ese intento que no sabía como calificarlo. Y de pronto y por supuesto no extraído del micro, un ramo de flores colocado en la mesa.
Por detrás, surgió la gritería. Yerno y nietos sobre ella en besos, abrazos y bolsas más atractivas que los propios contenidos. No exenta de egoísmo comprobó que el nieto menor se apoderaba de sus pasteles. Agobiada de una carga de pensamientos quejosos ya en el cerebro no dejaba entrada a las fechas diarias. Era el Día de las Madres y la familia la homenajeaba, pues a pesar de sus inicios con las majaderías de la decrepitud, no olvidaban su antigua imagen de mamá, mami y mamita.
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